En el artículo anterior sobre la lucha ideológica en el país y su relación con la cuestión racial, hice un recorrido breve por lo heredado desde el proceso de colonización hasta el surgimiento de las independencias latinoamericanas y caribeñas.
El objetivo, en el artículo anterior, era mostrar que las cuestiones ideológicas siempre nos han acompañado, como comunidad política, y que el racismo está expresado en ideas distintas (la pureza de sangre, el color de la piel, la clase social, la creencia religiosa, etc.) que, por lo regular, se transforman y se complementan según el contexto. Ahora bien, lo importante de lo expuesto hasta aquí es que una misma comunidad política está permeada por la lucha ideológica y que saberlo es vital.
Al final del artículo sugerí que percibo en este momento, en la comunidad twittera criolla, un marcado acento por la recuperación de la palabra patriota de parte de un sector considerado como conservador y el señalamiento de aquellos que profesan una ideología distinta, a quien denotan bajo este calificativo, como traidores a la patria. Ciertamente, el señalamiento de «traidor a la patria» recae sobre personas que defienden derechos fundamentales de grupos humanos vulnerables y que son tenidos como racial o étnicamente como un peligro para la supuesta dominicanidad que enarbolan los conservadores. De esta forma establecemos un tipo ideal de posturas ideológicas en el microuniverso de Twitter y que también se extiende a las comunidades de relaciones vía los grupos de WhatsApp.
Por un lado, el patriota es el nacionalista, el provida, el defensor de los valores tradiciones que, a su juicio, conforman la llamada identidad nacional dominicana; es el defensor de la familia tradicional, de la propiedad privada y del neoliberalismo económico, entre otros puntos. A este tipo ideal se le adjudican etiquetas políticas como conservador o de derechas.
Por otro lado, está su opuesto cuyas etiquetas más comunes son la de progresistas y liberales o simplificado bajo la denominación de «progres»; se les acusa de comunistas (con todo el peso que tiene este vocablo en el imaginario colectivo latinoamericano) o de ser parte de una agenda internacional que atenta contra la familia y los valores cristianos, procura la fusión de la isla.
Lo interesante es notar cómo argumentan sus ideas estas posturas. El nacionalista, en la defensa de su actitud frente a la familia es capaz de argumentar con falacias o analogías improcedentes como la de comparar a una familia blanca y adinerada (probablemente nórdica) con el modelo de familia deseado y el modelo de familia progres con el demonio representado en un payaso racializado (es decir, negro) con cuernos en su frente. Sus intervenciones, por lo regular, están polarizadas y tienden hacia el lenguaje ácido y mordaz. El liberal o progres está abierto a una idea de familia que no es el modelo de familia tradicional ya que aboga por los derechos de los homosexuales y otras minorías a constituir su relación de pareja bajo el amparo de la ley. El lenguaje tiende a ser más moderno, inclusivo y cargado de modismos que indican mayor apertura hacia la diversidad sexual.
En lo que respecta al elemento racial y la actitud racista asumida, cuya transformación en la actualidad es bastante compleja y debe verse como una cuestión sistémica y no como un problema individual o de meras políticas públicas, el conservador dominicano es declaradamente antihaitiano sin que por ello, o al menos es lo que dice, sea antinegro. Mientras que de forma explícita no es usual ver planteamientos antihaitianos o antinegros en los progres dominicanos.
Mientras ocurren en las redes sociales estas dos posturas y usted lee los perfiles de quienes se ubican en ambas, podrá notar que no hay una derecha ni una izquierda, al menos ideológica, sino que pululan diversas derechas y diversas izquierdas; con niveles diferentes de radicalidad o flexibilidad en sus planteamientos. De igual forma, podrá percibir cómo, entre esas derechas y esas izquierdas ideológicas, te encuentras sujetos sin la más mínima conciencia o cuyos planteamientos raciales siguen anclados en el siglo XIX o, en el mejor de los casos, en las primeras seis décadas del siglo XX cuando el racismo ideológico hizo su agosto en el país.