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Horst P. Horst, Gala Dalí 1941

En 1912 Elena Diákonova (1894-1982), una joven rusa de 18 años, viaja sola a una clínica privada en los Alpes suizos para tratarse de tuberculosis. Allá conoce a un poeta francés, Paul-Eugène Grindel. Tras dos años de romance ella regresa a Rusia, pero el amor sigue a distancia. “Verdaderamente nos hemos mezclado: tú eres yo y yo soy tú”, le escribe ella a su futuro esposo.  La relación epistolar dura dos años más, hasta que, finalmente, ella logra convencer a sus padres para que la dejen atravesar de nuevo Europa en plena Primera Guerra Mundial.  En 1916 llega a París y al año siguiente se casan. A partir de allí la vida de ambos se transforma, empezando por los nombres: él se convierte en Paul Éluard y elige para ella el sobrenombre de Gala.

Ella toma muy en serio la carrera literaria de su esposo, además de musa, es su promotora, defensora y crítica. Paul la introduce al grupo surrealista, donde se convierte en una activa colaboradora. Un claro ejemplo de esto es “La Cita de amigos”, cuadro pintado por Max Ernst, donde Gala, la única mujer, está junto a los quince integrantes del grupo y varias personalidades históricas que les sirvieron de inspiración.

Max Ernst, La cita de amigos, 1922

Gala pasa rápidamente de modelo a icono del surrealismo. La profunda mirada de sus ojos negros personifica el portal metafórico hacia el subconsciente y cautiva a varios artistas del grupo, entre ellos a Man Ray y a Max Ernst; con este último, además, la pareja mantiene una relación de ménage à trois durante varios años.

Max Ernst, Retrato de Gala Éluard, 1924

Esto no afecta en absoluto el amor que siente Éluard por Gala; le dedica varios poemas, dirigiéndose a ella como “mi hermana, mi amiga, mi amante”, “mi hija sagrada”, “mi ser”, “mi Eternidad”. Sin embargo, la intensidad de sus sentimientos no es suficiente para mantener a Gala a su lado.

En agosto del 1929 la pareja viaja a Cadaqués, Cataluña, para visitar a un joven pintor descubierto por Joan Miró. No es muy conocido en los círculos parisinos, tiene tan sólo 25 años, viste de manera extraña, está atormentado por frecuentes ataques de risa histérica que transmutan en profundos llantos, claros indicios de las enfermedades mentales, a los que sacará provecho para aumentar su fama años más tarde.  Inmediatamente siente que está "furiosamente enamorado" de esta mujer, casada y 10 años mayor que él.  Salvador, aún sin sus icónicos bigotes, la cita a solas en una playa y para conquistarla viene al encuentro sin camisa, con axilas teñidas de azul, el cuerpo untado con perfume mezclado con estiércol de cabra, adornado únicamente con un collar de perlas, con cabello suelto y grasiento y una flor de geranio detrás de la oreja.

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Gala y Salvador Dalí, colección de Fundación Gala-Salvador Dalí, Figueres

Su estrategia funciona, Gala quiere darle un nuevo sentido a su vida y decide dejar a su esposo y su única hija, a la cual, por cierto, nunca tuvo mucho apego. El amor de Dalí por Gala se convierte en una obsesión: “Amo a Gala más que a mi madre, más que a mi padre, más que a Picasso e incluso más que al dinero”. A ella, sin embargo, le motiva el talento artístico de Salvador. Más que esposo, ve a él como un nuevo prospecto en cuyo desarrollo ella jugará un papel primordial. Quizá Salvador Dalí no hubiera desarrollado su tan peculiar personalidad, ni su genial creatividad, ni se convertiría en el icono del surrealismo sin Gala, su musa, esposa y según sus detractores, que no eran pocos, la bruja dominante y ávida de dinero que explotó su talento. La fuerte personalidad de Gala provoca fascinación y rechazo en partes iguales. Más que belleza, su magnetismo es lo que no deja indiferente a nadie. En cualquier caso, es ella misma, no le importa lo que piensen los demás, no disimula los disgustos, no se esfuerza nunca por caer bien.

Sus inicios en Cadaqués son difíciles, el padre del pintor desaprueba que su hijo se relacione con una mujer casada, no pueden encontrar un alojamiento adecuado, y todo esto afecta la frágil salud de Gala. A pesar de la separación, Paul Éluard mantiene contacto con Gala, la convence de mudarse a París y les alquila una casa en Montmartre.  La relación entre Gala y Paul vuelve a ser como al inicio, epistolar, el poeta, casado de nuevo con Nusch Éluard, le sigue escribiendo maravillosas cartas de amor hasta su muerte en 1952.

Luego de oficializar su divorcio, en 1934 Gala y Salvador se casan primero por lo civil, y luego, más de 20 años después, por insistencia de Dalí, por la iglesia porque le fascina esa parafernalia religiosa: "Me encanta el órgano, la trompeta, el obispo, todo ese ritual, me casaría muchas veces.”

Permanecen en Francia durante la guerra civil española y luego escapan de la Segunda Guerra Mundial a Nueva York, donde cada uno ejerce su rol a la perfección: Gala busca mecenas, galerías y clientes, y Dalí pinta y ejerce de “genio loco” trayendo como resultados la fama y la fortuna. En 1948 regresan a España y Gala se convierte en la coautora de Dalí: le ayuda a elegir los elementos surrealistas de sus cuadros y posa de modelo, pero decidiendo como quiere aparecer. Es difícil discernir donde acaba Gala y empieza Dalí.  De hecho, a partir de 1959 las obras están firmadas con los nombres de ambos: “GalaSalvadorDalí”.

Dalí lo tiene claro: “Gala sola era testigo de mis furias, mis desesperaciones, mis fugaces éxtasis y mis recaídas en el más amargo pesimismo. Ella sola sabe hasta qué extremo se hizo la pintura para mí en esta época una feroz razón de vivir, mientras al mismo tiempo hacía una aún más feroz e insatisfecha razón de amarla a ella, Gala, pues ella y sólo ella era la realidad; y todo lo que mis ojos eran capaces de ver era ella, y era el retrato de ella lo que sería mi obra, mi idea, mi realidad.”

Gala es pintada cientos de veces por Dalí en todas las personificaciones posibles, desde personajes mitológicos hasta la Virgen María o el mismo Jesús. Estas obras muestran la pasión, amor y adoración que Dalí decía profesarle.

Ocupa la posición más elevada en el panteón de Dalí. Esta devoción culmina con un regalo muy especial, un castillo medieval situado en Púbol, un pequeño pueblo en Girona, a más de una hora de distancia de la casa donde vivían ambos. Como un monumento a su musa, Dalí participa activamente en su reconstrucción y decoración. Terminados los trabajos, Gala se muda sola y poniéndole un requisito a su esposo: “Acepto con una condición, que solo vengas a visitarme al Castillo con invitación. Acepto, ya que lo acepto en principio todo a condición de que haya condiciones. Es el principio mismo del amor cortés”.

Y así fue, allí vive sola durante los veranos entre 1971 y 1980, recibiendo jóvenes amantes, y Dalí la visita únicamente después de recibir una invitación escrita a mano. Obsesionada con la eterna juventud, Gala se somete a diez operaciones estéticas que dejan su rostro tan terso como inexpresivo, pero milagros no existen y pese a su resistencia muere el 10 de junio de 1982 al lado de su esposo y es enterrada en Púbol. Dalí ordena construir dos criptas, una para cada uno, ubicadas de tal manera que podrían entrelazar las manos bajo tierra, y para no separarse de su musa decide pasar lo que le queda de vida en el castillo, lo que finalmente no ocurrió debido al incendio que lo obligó a trasladarse a Figueras en 1984. Vive allí solo y atormentado, alimentado forzadamente con sonda porque se niega a comer, hasta que le llega la muerte siete largos años después, el 23 de enero de 1989 sin cumplir su último deseo de estar enterrado al lado de su amada Gala: «Yo sé dónde está/ el pan de vida/ tan blanco es/ que cerrando los ojos/ lo continuo a ver por transparencia/ pan de vida/ yo sé dónde está el horno/ en las llamas del cual/ he visto prefigurada/ la imagen tan amada/ de Gala».