Jaime Cáceres Porcella y Francisco Fiorinelli Heureaux, mis compañeros universitarios, eran y son buenos amigos.

En la facultad de derecho de Unibe, Bubu como le decimos al primero los compañeros de promoción, una persona afectuosa como el personaje del Oso Yogui, abrazaba a Frank, un hombre de sangre liviana, a pesar de ser descendiente directo de uno de los más violentos personajes de nuestra historia, y le reiteraba que a pesar de que su bisabuelo le dio el tiro de la gracia al suyo, él era su querido amigo.

Francisco, un hombre de alta estatura como el bisabuelo, completaba el abrazo de Bubu y seguían así juntos por los pasillos de Unibe.

A ambos les llama la atención que siempre traigo a colación esa anécdota en nuestras reuniones, cuando hasta ellos la han olvidado. El descarte por parte de mis amigos de la posibilidad de su amistad redobla su valor.

La amistad es un arte que nos coloca en el oficio de tomar decisiones difíciles.

Ojalá que no nos tome varias generaciones, como a los bisnietos de Ulises Heureaux y Ramón Cáceres, su debido cuidado. El primero fue ajusticiado en 1899, en una conspiración en la que participó el segundo. Enmendar los hilos del tejido social luego de romperlos con antagonismos irreconciliables puede tomarnos un siglo.

Hasta para naciones con diez veces más millones de habitantes que la República Dominicana, la polarización social resulta riesgosa. Para nosotros, isleños por naturaleza, nefasta. Tenemos que procurar las conciliaciones sociales como la regla, no la excepción.

Este mes en que empezamos otro año, me recuerdo la importancia de que los hechos injustos del pasado y presente, derivados de abusos de poder, reciban el trato judicial e histórico adecuado, con apego a la ley y las reglas que rigen el debido proceso.

La cultura de la impunidad lacera nuestro desarrollo social. No podemos construir una nación democrática dentro de la hacienda particular de unos cuantos. El arte de la amistad demanda conciencia sin silencios u olvidos cómplices y, a la vez, el rechazo de estigmas de nueva cuña, me digo.

Entre mis amigos cuento a personas que piensan políticamente distinto a mi. Algunos son parte de fuerzas, movimientos o palancas con las que no simpatizo. Admiran o defienden acciones que rechazo, e incluso enfrento, pero son mis amigos, algunos de ellos fundamentales.

La relación dialéctica con ellos me beneficia. Hay una historia de solidaridad, afecto o empatía que nos une, y permite que aquello que nos separa me obligue a enfrentarlos con prudencia y elegancia.

Ser isleño tiene sus ventajas, ofrece una oportunidad para la altura del debate. Al contrincante lo vuelves a encontrar en el momento menos esperado.

A los amigos, a los extraños y a los confesos enemigos que me oponen en alguna campaña política, económica o social, les debo el esfuerzo no siempre sencillo, de no confundir críticas a sus posturas con prejuicios en su contra.

Esta es una ayudamemoria para recordar cada día, en cada palabra escrita u oral, pública o privada. Mi edad madura no me libera del yerro.

En caso de no saberse la respuesta justa, es mejor dejarla vacía, guardar silencio ante un ataque que integra el atropello personal al debate. Nadie reprueba en el examen de la prudencia.

No se trata andar por la vida desfilando como una Señorita Simpatía, me recuerdo. El trayecto que estamos atravesando como sociedad no es una pasarela. La sociedad dominicana está sobre un trapecio.

En el caso de algunas relaciones interpersonales, se perdió el equilibrio del amor o la confianza. En el presente contexto histórico, hay amistades insalvables. Cuando las relaciones llegan a ese punto, deshacer el abrazo es el mejor homenaje a los buenos recuerdos que quedan.

Entre mis amigos también hay personas que han sido o están sometidas a la justicia, guardan prisión o la cumplieron. Decía siempre el abuelo de mis hijos, el doctor Hugo Ramírez Lamarche (EPD) con su llana sabiduría: —Al amigo se le conoce detrás de las rejas y en la cama de la enfermedad.

De estas personas me toca ser su amiga, no su juez, ni su fiscal acusadora, ni su abogada defensora. No siempre entendí bien la sabiduría del bien recordado don Hugo. Por el contrario, le fallé a amistades que fueron a prisión a cumplir sus penas porque nunca fui a visitarlos o le expresé a tiempo mi solidaridad a sus familiares. No estoy orgullosa de eso.

Veo el 2022 como un pasillo largo y lleno de eventos que pueden incrementar la polarización hasta extremos socialmente dañinos. Intentar si no el abrazo, al menos el diálogo, promueve la cultura de paz.

Pienso en mis entrañables amigos caminando abrazados por el pasillo, rehaciendo un trayecto de paz. Al elegir batallas políticas y culturales tal vez perderemos algunas alianzas. Tal vez mañana la recuperen nuestros nietos, pero todo pasa.

La procuraduría de la paz, en la que todos los dominicanos tenemos competencia de atribución, podría reconstruirse en un simple abrazo.