El domingo pasado se celebraron las elecciones en Brasil y el rol protagónico de ese proceso electoral lo jugaron, por una parte, Lula y, por la otra, Bolsonaro. Más allá de la lucha entre izquierda y derecha, a la que nos tienen acostumbrados las élites políticas y económicas, a través de la propaganda mediática y la comunicación política, para infundirnos miedo y dominarnos hasta el tuétano, en aquel certamen la lucha se dio entre el amor y el odio; entre el humanismo y el fanatismo político.
Todos sabemos que, durante sus períodos de gobierno, Lula sacó a decenas de millones de seres humanos de la pobreza; mientras que durante el gobierno de Bolsonaro, Brasil ha pasado por serias crisis económicas, y también por un proceso de conflictos políticos y sociales, aún no resueltos. Esto es lamentable desde el punto de vista de la administración de la cosa pública.
Bolsonaro ha sido el responsable de la muerte de cientos de miles de brasileños, por el mal manejo de la pandemia. Él hizo una campaña pública para que las personas no asistieran a vacunarse. De los más de seiscientos mil fallecidos, víctimas del virus, hay que sumarle una buena parte al mal manejo dado por Bolsonaro a la política de salud pública de su país y su gobierno, en un período tan difícil para la humanidad.
El fanatismo de Bolsonaro es su principal instrumento de campaña política; y, en este aspecto, se ha convertido en el mejor seguidor de los peores ejemplos de políticos desordenados y fanáticos en el mundo. Sin embargo, las administraciones de Lula no sólo han sido democráticas, sino que han desarrollado grandes programas sociales para mejorar la vida de los pobres de Brasil. Entre Lula y Bolsonaro hay una diferencia del cielo a la tierra.
El liderazgo político y social de Lula es superior al de Bolsonaro y no hay dudas de que esa es una de las condiciones que le favorecieron en las elecciones pasadas celebradas esta semana en Brasil.
Debemos reconocer que todos los sectores conservadores apostaron al actual presidente, Jair Bolsonaro. A esto hay que sumarle, evidentemente, la capacidad e influencia política de las grandes potencias a través de sus embajadas acreditadas en ese país que, como siempre, apoyan a los candidatos presidenciales conservadores. Las potencias apostaron a la reelección del presidente brasileño.
Los resultados de las elecciones en primera vuelta revelan que el expresidente Lula obtuvo 48.4 % de los votos; esto representa un poco más de 56 millones de votos, mientras que Bolsonaro resultó con 43.2%. Todos los análisis apuntan hacia la victoria de Lula; sin embargo, la coyuntura política sigue siendo compleja. Todo va a depender de la conciencia política ciudadana y las acciones y capacidad de movilización de los sectores populares y sus organizaciones sociales, dentro y fuera de Brasil. Por supuesto, que las organizaciones progresistas del mundo estamos apostando a la victoria de Lula.
El panorama de las elecciones de segunda vuelta en Brasil para el 30 de octubre: Lula aventajó a Bolsonaro con más de un 5% en la primera vuelta; la candidata que ocupó el tercer lugar, Simone Tebet, con un 4%, actual senadora, le ha dado su apoyo también al expresidente; de igual forma, él ha recibido el respaldo del también expresidente Fernando Cardoso, quien sigue siendo una de las figuras más importantes de la sociedad de Brasil.
Aunque todos estos factores favorecen significativamente al expresidente Lula para obtener la victoria en la segunda vuelta, la batalla que le espera enfrentar, el 30 de octubre, es de una dimensión inconmensurable, pues están envueltos los intereses de las grandes potencias que gobiernan al mundo. Apostamos a Lula por América Latina y el Caribe.