La Puerta del Conde y la Puerta de la Misericordia fueron las únicas estructuras y principales accesos a la ciudad intramuros que quedaron al demolerse parte de la muralla colonial occidental. Originalmente recorría desde el fuerte de San Gil, en dirección sur – norte, entre las Calles Pina y Palo Hincado (permanece intacta entre los patios de las casas), interrumpida en la Av. G Washington, J G García, arzobispo Portes, Padre Billini, Canela, arzobispo Nouel y Las Mercedes. La calle Pina fue descontinuada a nivel de la calle arzobispo Nouel hasta la Mercedes, para la construcción del Parque Independencia, que fue diseñado y ejecutado por el Arquitecto checo Antonio Nechodoma, iniciado en el año 1905 e inaugurado el 9 de diciembre del 1911.

En el centro del espacio recreativo fue construida una glorieta elevada de hormigón armado, la primera en el país, con tres peldaños circulares a diferentes niveles, con un estanque de agua alrededor, franqueados por 6 puentes curvos y bordeados por pasamanos en todo el circular de la obra. En todo el entorno del parque fueron plantados árboles, excepto en la parte central, que con los años crecieron altos y frondosos, se destacaban: una Ceiba monumental que daba a la zona sur occidental, las plantas perfumadas Ilán Ilan y los Robles forestaban gran parte del espacio sur.

La Glorieta, era el espacio preferido para los niños y adolescentes que patinábamos en las tardes, a grandes velocidades impulsados por los puentes curvos, pasando a las superficies lisas de los 3 niveles de peldaños, hasta llegar a la superficie superior que tenía en su centro una bella roseta señalando los puntos cardinales, su techo era abovedado lo que le confería propiedades acústicas. Era sólo para los expertos permanecer de pies en patines, la mayoría caía produciéndose raspones en los codos y rodillas, los patines “Unión 5” se encargaban de desprender las suelas de los zapatos, con los consiguientes jalones de orejas y correazos de nuestros padres. Fue una bella época en la que los visitantes frecuentes disputaban el espacio con los patinadores de ruedas de acero. En los atardeceres de los fines de semana se acudía en masa a la Glorieta a presenciar las retretas ofrecidas por los músicos del cuerpo de bomberos, banda presidencial, de la policía y de la guardia. ¡Cuánta alegría, ingenuidad y disfrute se vivía en esos tiempos!, aún sin “teteos” ni estridencias.

Érase un verano cualquiera entre los años 50 y los inicios de los años 60, en un atardecer caluroso y húmedo, no una, sino miles de golondrinas iniciaban su vuelo del ocaso estival, formando nubes de variada morfología encima del Parque Independencia, antes de recogerse en los árboles, anunciando la llegada de la noche. Los ciudadanos habitués de los bancos situados en el centro del espacio recreativo, del otrora centro de la ciudad, se cuidaban de no ponerse en la ruta de los defecadores aéreos, al tiempo que se alistaban, en una coda cada vez más larga para retirarse a sus casas, dando fin a sus conversaciones vespertinas. Los contertulios mas despistados, usaban bancos debajo de los árboles, con las consiguientes huellas de los excrementos en los sacos y sombreros. En la nocturnidad las domésticas eran las visitantes asiduas, y alguno que otro intruso ponía temas de conversación, de galanteo y con pretensiones de ejercer el oficio de panadero. No sólo jóvenes imberbes se iniciaban así, sino también disfrutaban políticos destacados, que destilaban sus deseos reprimidos con las jóvenes féminas con olores aceitosos y de vaselina barata.

Era un verdadero espectáculo ver el vuelo diario de las golondrinas al atardecer. La guerra de abril se encargó de espantarlas para siempre del parque.

El Baluarte del Conde ha perdurado con el tiempo, pero en el año 1975 la renovación llegó y desaparecieron: el revestimiento de hiedras del baluarte,  la glorieta, las golondrinas, las Ceibas, los Robles y las “ilan ilan” con su fragancia distintiva, también los limpiabotas, los asiduos visitantes, incluyendo las domésticas, y el descanso eterno de nuestros 3 héroes independentistas, fue trasladado, con toda llama perenne y centinelas incluidos, a una estructura faraónica de hormigón enorme que reemplazó a la bella Glorieta, pero cuidada con mucho recelo.

Hoy solo nos queda el recuerdo de lo que fue el parque: añorando lo perdido. Ahora lo tenemos enverjado, sin visitantes nocturnos, excepto por algunas libélulas sexis, poco iluminado, visualizándose una calle del Conde deteriorada, arrabal izada y abandonada.

¡Ojalá nuestras autoridades edilicias puedan rescatar la emblemática calle y que podamos de nuevo disfrutar a nuestro parque Independencia!