La religión y la fe nos acercan al amor.  Esa es la idea que tenemos desde siempre, y que sin eso no somos capaces de absorber toda devoción y limpiar nuestra alma.

 

Siendo razonable, comprendo la fascinación que sienten las personas de fe por la creación donde ven la mano de Dios.

 

Una vez más he vuelto a ver Contact, un filme con Jodie Foster, adaptado (con el apoyo de James V. Hart y Michael Goldenberg) y dirigido por Robert Zemeckis a partir de la novela homónima de Carl Sagan. Es un  discurso que nos presenta la idea de que al igual que la fe, la ciencia y la razón pueden ser los medios mediante los cuales podemos experimentar la misma fascinación por la creación.

Jodie Foster en Contact

En ese debate que se da en el filme Contact, hay un momento de gran autenticidad a mi modo de ver y sentir la poesía y la existencia de poetas.

 

La protagonista Ellie Arroway es enviada al espacio sideral, a una misión en una galaxia nunca antes vista o descrita por el ser humano, inconmensurablemente fascinante, indescriptible, y tiene que describir lo que está viendo para que quede grabado en el registro de vuelo (un poco parecido a la ´caja negra´ de los aviones) llega un momento en que su fascinación es tanta que se siente incapaz para  describir en cualquier argot y es cuando dice:

 

–          Es como un espectáculo celestial. ¡No hay! ¡No hay palabras! ¡No hay palabras para describirlo! ¡Es poesía! Deberían haber mandado a un poeta. ¡Es tan hermoso!

 

En el filme, y en la novela, existen excelentes e inteligentes diálogos y frases, pero la citada es la más espectacular y fascinante que haya escuchado en una película, y siento Sagan –se me ocurre- no tenía las palabras con las que el personaje describiría su fascinación y se acordó que sólo la poesía es capaz de mostrarnos el alma y el sentir del cuerpo.

CONTACT con Jodie Foster

¿Qué seriamos sin los Walt Whitman, los Leon Felipe y los Vladimir Maiakóvski?; ¿cómo entenderíamos lo que somos sin individuos como estos?

 

¿O para entender lo que vive hoy el pueblo dominicano?, tal vez releyendo a un Pedro Mir, a un Peña Gómez o a un Manuel del Cabral.

 

¡Oh poeta, haznos entender los unos a los otros!

 

Y a quien oiga ese clamor: “No deje que se viole el verde y nuestras primaveras”, como diría Maiakóvski.