“El crimen hace iguales a todos los contaminados por él”- Lucano.

En nuestra sociedad, ciertos fenómenos sociales, especialmente aquellos que se manifiestan de manera masiva y preocupante, demandan la atención de expertos en sociología, psiquiatría y otras disciplinas relacionadas con el comportamiento y la psique humana. Resulta evidente que estos comportamientos no pueden ser abordados únicamente con intervenciones de la fuerza pública, sino que requieren de un análisis especializado y competente para comprender sus expresivas dinámicas públicas y proceder con las intervenciones pertinentes.

Un ejemplo reciente que ilustra este asunto es el caso de José Antonio Figuereo Bautista, conocido como “Kiko la Quema”, quien fue exaltado como un héroe por la comunidad de Cambita Garabito, en la provincia de San Cristóbal. En décadas pasadas, la idea de celebrar las acciones criminales de una persona era inconcebible; los delincuentes eran generalmente rechazados por su propia familia y la comunidad. Era común que, ante la revelación pública de crímenes cometidos por un familiar, las familias optaran por mudarse del lugar, descorazonadas y avergonzadas.

Sin embargo, en Cambita y otras comunidades del país, observamos cómo los habitantes, especialmente los jóvenes, lloran y lamentan la muerte de sus delincuentes más notorios. Pareciera que la muerte de estos individuos simboliza un retroceso y la pérdida de algún nivel de bienestar, reflejando una complicada relación con el entorno y las acciones de estos criminales.

Este comportamiento plantea preguntas sobre lo que subyace a estas expresiones de duelo y admiración hacia aquellos que eligieron el camino malo de una gran variedad de actividades ilícitas.

Reconocemos nuestra limitación de conocimientos en sociología y disciplinas afines para analizar con total certeza estas complejidades del comportamiento grupal ante la criminalidad. No obstante, es importante destacar que la glorificación de criminales no es exclusiva de una localidad o cultura específica; se ha observado en diversas sociedades alrededor del mundo.

Esta tendencia puede estar influida por lo que se conoce como el Efecto Robin Hood, donde los delincuentes redistribuyen parte de su riqueza ilícitamente obtenida en su entorno inmediato, generando así lealtad y gratitud. En muchos jóvenes, sobre todo procedentes de familias monoparentales, el daño moral es terrible, especialmente en contextos de desigualdad económica y falta de servicios básicos proporcionados por el estado.

Además, la creciente desconfianza en las instituciones y la percepción de corrupción y abuso por parte de las autoridades contribuyen a que los delincuentes sean vistos como alternativas que ofrecen protección y servicios que el Estado no provee. La identificación cultural y la cohesión comunitaria que se refuerza al desafiar un sistema percibido como injusto, así como la dependencia económica generada por las actividades criminales, son factores que fomentan una visión positiva hacia estas figuras.

No solo en determinadas comunidades hay una creciente percepción de corrupción, ineficacia o abuso por parte de las autoridades, sino en el país entero, sin ánimo de exagerar. Cuando los jóvenes ven que los puntos de drogas son protegidos por las propias autoridades o que ocultan un crimen por conveniencia o participan ellas mismas en actividades ilícitas a la vista de todos, los delincuentes terminan siendo vistos como alternativas que ofrecen protección, justicia o servicios que el estado no proporciona.

 Recordemos que muchos grandes narcotraficantes del pasado y del presente contribuyeron a levantar de sus ruinas a las cabeceras de provincias conocidas. Lujosas residencias aparecieron, altos edificios residenciales, servicios financieros, fuentes de trabajo adicionales y una liquidez que nunca pudo dejar la ganadería ni los extensos cultivos de arroz para sacar de la miseria generalizada a muchas economías locales.

Observando las expresiones de duelo en Cambita, se percibe una mezcla de miedo y control, donde la comunidad expresa admiración como forma de autoprotección. Es posible que se prefiera recordar y exaltar las contribuciones positivas del fallecido, eligiendo enfocarse en los aspectos beneficiosos de su legado.

La celebración de figuras criminales también puede interpretarse como una forma de resistencia simbólica contra estructuras de poder percibidas como opresivas, utilizando la memoria de la persona como un símbolo de desafío.

Esta compleja dinámica cultural revela cómo, en el contexto de una sociedad que idolatra a figuras sin logros culturales significativos, emergen nuevas formas de heroísmo y liderazgo, cuestionando nuestros valores y símbolos tradicionales.

Este análisis no pretende ser superficial, sino reflejar una preocupación genuina por entender fenómenos sociales que, a menudo, son ignorados o malinterpretados por la mayoría.