Una mirada minuciosa a la concepción vigente del autismo y abordaje terapéutico tradicional nos revela la incomprensión metabólica de dicha problemática que en la actualidad está adquiriendo una dimensión social preocupante; la idea de un trastorno neurológico se sigue expandiendo sin demostración sobre la naturaleza de dicho trastorno, dado a la probada unicidad de cada caso. Los costos de atención se siguen incrementando muy a pesar de los magros resultados y, en la mayoría de los casos, desbordan los presupuestos de las familias y la posibilidad material de financiar la educación de otros hijos. Y, además, tampoco se nos muestra si dicho trastorno es propio del sistema nervioso central o del sistema nervioso entérico, que son las dos (2) estructuras que dan forma a lo que conocemos como el cerebro humano.

La concepción vigente sobre el término autismo tiene su aparición en el 1911, cuando el siquiatra suizo Eugen Bleuler lo utilizó como un síntoma en la descripción de la esquizofrenia[1]; de ahí surgió la idea de la esquizofrenia como una comorbilidad del autismo, cuando lo históricamente ocurrido fue justamente lo contrario. Evidentemente, a partir de ese hecho histórico se ha creado una cultura de atención a los niños con autismo, obviando la situación clínica de cada caso; esa cultura es lo que hoy conocemos como el abordaje terapéutico estándar: el Applied Behavior Analysis (ABA). Pues bien, desde esa perspectiva teórica, veamos la visión del creador de dicho abordaje terapéutico para enfrentar el autismo; un ejemplo claro de la visión del propio Lovaas es su idea de empezar desde cero ante un caso de autismo, cuyo punto de partida frente a un niño con autismo es el siguiente:

“Se tiene una persona en sentido físico, puesto que tiene cabello, nariz y boca; pero no es una persona en el sentido sicológico. Una manera de pensar en ayudar a los niños autistas es contemplarlos como el material para construir una persona. Tienes la materia prima, pero has de construir a una persona[2]. (subrayado Nuestro)

Esa visión, como se podrá observar, no tiene intención alguna de superar el diagnóstico de autismo y devolverles a sus progenitores la persona que han creado con sus materiales genéticos; niño que ya conocen bien y lo aman porque lo han tenido sin autismo desde su nacimiento hasta los primeros ocho (8) meses de vida del niño. En ese sentido, se podrá responder a la pregunta realmente relevante y delinear la ruta a seguir en el proceso de superación del referido diagnóstico; esa pregunta crucial es: ¿qué anda mal en el autismo?

En cuyo caso, a cualquier padre le resultará fácil responder: anda mal el abordaje terapéutico; y la razón estriba en que no toma en consideración los eventos que inciden en el diagnóstico y que le otorgan a cada niño la categoría de caso único dentro de un espectro. De lo cual se infiere que, si cada caso de autismo es único, entonces debe ser obvio que el abordaje terapéutico no puede tener un carácter universal.

Sin embargo, dentro de esa unicidad, merece atención un evento que suele ser recurrente en estos niños: la ruptura con el centro de las emociones; ¿por qué el Sistema Nervioso Entérico Humano, que alberga unos 400-600 millones de neuronas no forma parte del centro de atención de la práctica terapéutica actual del autismo? De hecho, se olvida la estrecha relación entre ambos sistemas en lo relativo a determinados estados emocionales; sin embargo,

“Los conocimientos neurobiológicos recientes sobre esta diafonía intestino-cerebro han revelado un sistema de comunicación bidireccional complejo que no solo garantiza el mantenimiento adecuado de la homeostasis gastrointestinal y la digestión, sino que probablemente tenga múltiples efectos sobre el afecto, la motivación y las funciones cognitivas superiores, incluida la toma de decisiones intuitiva”[3].

De manera que, las alteraciones en el Sistema Nervioso Entérico tienen efectos directos en los denominados trastornos neurológicos, incluyendo el autismo; estudios epidemiológicos han identificado diversos factores de riesgo en lo relativo a la etiología del autismo durante el proceso intrauterino de desarrollo del niño: (i) deficiencia de la vitamina D3, lo cual deriva en una respuesta inflamatoria, que se traduce en un elevado nivel de testosterona en la placenta de la madre[4], (ii) diversas infecciones que promueven la activación del sistema inmunitario de la madre y, (iii) exceso de aluminio que tiene la capacidad de pasar desde la placenta de la madre hasta el cerebro del feto, creando así una activación de la microglía (sistema inmunitario propio del cerebro).

Otro evento de riesgo se produce justo durante el nacimiento: la práctica de la cesárea implica que el niño no pasa por el canal vaginal de la madre y eso se traduce en una futura alteración del microbioma intestinal; existen, además, otros eventos en la vida inicial del niño que configuran y dan forma al cuadro conocido como autismo: la cantidad de inoculaciones orientados a impedir las enfermedades de la niñez y el uso en exceso de antibióticos.

Como consecuencia, tenemos lo siguiente: (i) polimorfismo en el alelo 677 del gen MTHFR, lo cual deriva en detrimento del ciclo de metilación, (ii) toxicidad de aluminio y metales pesados (mercurio, plomo, cadmio) que impide el desarrollo de la vaina de la mielina e impide la correcta comunicación interneuronal y, (iii) una alteración de la nitración a nivel celular, provocado por un exceso de producción radicales libres (óxido nítrico y superóxido) que culmina en la generación de peroxinitrito (NO3), creando las condiciones de stress oxidativo.  Todos esos eventos pueden ser perfectamente identificados mediante los análisis clínicos de rigor; y los padres que ya han pasado por ese proceso los conocen muy bien y pueden perfectamente validar esas afirmaciones.

Ahora bien, en función de lo anterior, resulta pertinente la pregunta siguiente: ¿pueden las terapias sicológicas superar estos problemas de carácter metabólicos? Evidentemente que no; y es por ese motivo que un autismo leve puede convertirse en autismo severo si no se procede de manera asertiva en la identificación de los eventos disruptores del metabolismo de los niños, sobre todo si en los hogares se da la espalda a la correcta alimentación para niños con un tracto digestivo comprometido y un sistema inmunitario deprimido. La creencia dominante sobre la inutilidad de la alimentación solo conlleva a un agravamiento del diagnóstico; de hecho, ya el doctor William Li ha mostrado que la alimentación es la ruta para reactivar las células madres de nuestro cuerpo[5]; y eso es una necesidad en nuestros niños con autismo.

Entonces, a la pregunta ¿Qué anda mal en el autismo? La respuesta debe contener los siguientes eventos: (a) un proceso de digestión comprometido, (ii) activación de la microglía, creando exceso de óxido nítrico y superóxido, (iii) toxicidad de aluminio, alterando la ruta de respiración celular (ciclo de Krebs) y obligando a la fermentación (impidiendo la absorción de la B6 y creando formaldehído).

 

[1] https://jralonso.es/2022/09/09/bleuler-inventor-del-termino-autismo

 

[2] Silverman, Steve. “Una Tribu Propia, Autismo y Asperger: otras maneras de entender el mundo”. Ariel, 2016.

 

[3] Gut feelings: the emerging biology of gut–brain communication; https://www.ncbi.nlm.nih.gov/pmc/articles/PMC3845678/

 

[4]Developmental vitamin D deficiency increases foetal exposure to testosterone”; https://pubmed.ncbi.nlm.nih.gov/33298169/

 

 

[5] Can Food Reactivate Your Stem Cells? https://www.youtube.com/watch?v=kAOCq5ErWl4