Las tendencias a presentar temores patológicos están en aumento en la población mundial, muchos se lo suelen atribuir a la reciente pandemia de COVID, pero es mucho más que eso. El virus fue el detonante que reveló situaciones humanas de evidente fragilidad psicológica, aunque seguimos buscando la fiebre en las sábanas. Puede vincularse a factores genéticos o familiares, biológicos, ambientales, personalidad y eventos estresantes. Para diagnosticarlo contamos fundamentalmente con la entrevista médica o psicológica.
Estamos muy concentrados en nuestro entorno, pero desenfocados de nosotros mismos y cuando se manifiestan realidades internas de las que no estamos conscientes, nos sorprenden pudiendo de repente inundarnos de un miedo irracional que nos paralice o saque de control. Pero no tiene que ser así.
El miedo es una emoción normal y necesaria para vivir, pero cuando se manifiesta de forma desproporcionada o crónica nos perjudica. Las fobias son miedos irracionales a algo no peligroso, tener miedo a los leones no es una fobia por ser un peligro real, a no ser que impida poder verlos en fotos o en el zoológico.
El ataque de pánico es una crisis de miedo injustificado que nos invade, podría hacernos perder el control e incluso tener sensaciones de muerte inminente. Lo más importante no es el factor detonante o causal, sino nuestra interpretación o forma de reaccionar ante él, surgiendo en nosotros una ansiedad anticipatoria excesiva o un bloqueo mental. Hablamos de trastorno de pánico, cuando estos ataques se presentan a repetición y desarrollamos miedo al miedo.
Más del 90% de los temores que nos afectan en nuestras vidas nunca se hacen realidad y nuestra ansiedad, no es la mejor manera de prepararnos para enfrentarlos. Tomar precauciones por posibles adversidades es necesario, pero estar aterrados por esas posibilidades, no nos aporta nada.
Si estás en una batalla y te están disparando, el miedo no sería irracional, sino lógico y hasta conveniente, lo importante es como reacciones a ese miedo; si te paralizas, tus emociones no son tus aliadas, sin embargo, si corres con más rapidez, te proteges o luchas contra el peligro, el miedo habría desempeñado su función correcta.
En las personas que mantienen un miedo constante o crónico, se producen cambios en el sistema límbico, causando un aumento del tamaño de la amígdala cerebral, lo que nos afecta emocional y cognitivamente. De igual forma, se produce un incremento en el tamaño de las glándulas suprarrenales y una disminución del timo y el bazo, efecto muy estudiado por la psiconeuroinmunología. La calidad de tus pensamientos determina tus procesos psiconeurofisiológicos y también la eficiencia de tu sistema inmunológico o “defensa”, lo cual se ha podido demostrar en estudios experimentales. Ante una pandemia, mientras más miedo tengamos, mayor es nuestra vulnerabilidad, por lo que los medios de comunicación realmente son armas de doble filo.
El miedo crónico nos encadena a estados de emergencia (usualmente falsos), manteniendo neurotransmisores y hormonas como el cortisol elevados, preparándonos para correr o pelear, pero afecta también otras funciones importantes en el organismo, como el metabolismo, crecimiento y reproducción.
Nos preocupan las posibles pandemias futuras y quizás esperamos descubrir una substancia que elimine todos los microbios del presente y del futuro, pero es conveniente saber que los microbios siempre nos acompañarán y la principal barrera de defensa es nuestro sistema inmunológico, y como hemos dicho, situaciones de descontrol emocional crónico pueden volvernos casi indefensos ante cualquier amenaza (incluso el cáncer). Sin embargo, solemos descuidar nuestro equilibrio cognitivo y emocional.
Las crisis de pánico y fobias son más frecuentes de lo que suele admitirse. Entre los casos más frecuentes tenemos al miedo escénico, resulta triste imaginar la cantidad de personas valiosas que el mundo no ha podido descubrir, sencillamente porque tenían ese impedimento para mostrar sus capacidades.
El miedo nos mueve a evitar lo temido y mientras más lo evitamos, más aumentamos nuestro miedo.
Entre las principales fobias están: zoofobia (a animales), hematofobia (a la sangre), claustrofobia (espacios cerrados), agorafobia (a espacios abiertos o situaciones inseguras), aerofobia (aviones), acrofobia (las alturas), etc. Hasta cierto punto, son temores lógicos, pero no cuando limitan nuestra vida social.
Las personas suelen decir que no tienen miedo a morir (tanatofobia), sin embargo, casi todos en algún momento han presentado una sintomatología, por ejemplo, palpitaciones, que les ha hecho asustarse al pensar que están en peligro de muerte. Aunque la muerte súbita es posible, realmente es muy rara en personas sin patologías graves. Pero quien presenta el síntoma preocupante, tiende a pensar que morirá, de tal forma empeora el miedo y también el síntoma, formándose un círculo vicioso, esto es más común en la tercera edad.
En el ataque de pánico se podría establecer irracionalmente vínculos con elementos específicos, por ejemplo si se presenta durante alguna actividad o lugar, podría desarrollar una fobia a esa actividad o lugar, pese a no tener ninguna conexión lógica.
Nos hemos extendido en el desarrollo de este tema, por lo que será en el próximo que presentaremos pautas o estrategias para controlar el miedo.