Personajes como hechos hay en nuestra historia, en los cuales con el transcurrir del tiempo se torna cada vez más difícil deslindar dónde comienza la verdad y termina la leyenda. En torno a los cuales todo parece confuso, impreciso, juguete de la imaginación. Héroes populares revestidos de una aureola mítica, que más parecen materia prima para la ficción que para el abordaje histórico metódico y riguroso.

¿No es acaso lo que ha pasado con el  enigmático personaje de nuestra historia, de nombre Enrique Blanco? ¿Quién sabe hoy a ciencia cierta la verdad de su caso, más allá de lo que se ha encargado de contarnos la fecunda como no pocas veces contradictoria oralidad, de generación en generación, alimentada por la propaganda trujillista, los merengues de Ñico Lora, Tatico Henríquez y Wilfrido Vargas, así como por un cuento de Juan Bosch y los romances de Rubén Suro y Joaquín Balaguer?

¿Quién fue en realidad Enrique Blanco: un rebelde con causa; desertor del ejército tiránico en rebeldía con sus atropellos o, como afirmaba un cronista de la época, nada más que un “tristemente célebre bandolero”, cuyo nombre en las comarcas del Cibao, debido a sus hechos espantosos e inenarrables, tenía "sabor de sangre y olor de espanto?".

2.- Breves antecedentes sobre su vida y el enigma de su deserción del ejército 

Conforme los datos consignados por el  médico e investigador histórico Guaroa Ubiñas Renville, en su trabajo “La leyenda de Enrique de Blanco” (Editorial Letra Gráfica, Santo Domingo, 2001), Rafael Enrique Blanco Sosa nació un 14 de enero de 1907 en el lugar de Don Pedro, de Peña, lo que es hoy el Municipio de Tamboril, Santiago, República Dominicana. 

Aunque no existen datos fidedignos que lo comprueben, corrió la versión de que Enrique Blanco era el mejor tirador del ejército y que, estando de puesto en la Fortaleza Ozama, desertó de sus filas en el año 1933 (otros autores sostienen que en 1932) iniciando a partir de entonces una vida nómada y rebelde en las estribaciones del Cibao, momento en el cual comenzaron a tejerse en torno al personaje las versiones encontradas y disímiles que hasta hoy han hecho casi imposible reconstruir su verdadera fisonomía histórica. 

Prácticamente no existe documento alguno que refiera o sustente las razones de su deserción. El autor de estas notas solo ha podido encontrar, a la fecha, una carta que en su edición del jueves 26 de junio de 1969 publicara el periódico Listín Diario, calzada con las siglas E.A.R,  y en la cual se desmiente una versión de la sección Línea Directa, del decano de la prensa nacional, conforme la cual Enrique Blanco se había alzado contra Trujillo siendo raso del Ejército Nacional.

Conforme la versión del remitente:

No debe confundirse a nuestra juventud y menos tratando de hacer héroes a personajes que fueron verdaderos azotes de nuestro pueblo.

Enrique Blanco fue un asesino vulgar que una noche jugando en un billar que existía en un ranchón que se encontraba donde está ubicado el actual Cuerpo de Bomberos de esta ciudad, dio una mortal puñalada a un compañero suyo ( miembro del Ejército) que le había ganado su cheque.

 De ahí se declaró desertor porque conocía la suerte que le esperaba. No robó nunca, pero su sola identificación en un hogar valía para que se le entregaran cuanto había. 

Burló todas las redadas y el aura popular cibaeña afirmaba que era devoto del Diablo. Lo que Usted dice sobre su muerte es cierto. Nadie lo mató. Se suicidó y llamó a un joven para que entregara su pistola y ganara el premio de Un mil pesos que ofrecía Trujillo. Le conocí personalmente porque una noche detuvo el carro de mi padre a quien exigió un regalo de cinco pesos. Conversó con mi padre amablemente. Trujillo favoreció siempre a la familia de Enrique Blanco, de suerte que no podía haber existido ni en imaginación ese alzamiento”.

Ya esta carta termina con una mentira gigantesca, consistente en decir que Trujillo fue un protector de la familia de Enrique Blanco, cuando fue todo lo contrario, como se demostrará más adelante.

3.- La muerte de Enrique Blanco: dos versiones encontradas y la propaganda trujillista

Foto del cadáver de Enrique Blanco exhibida públicamente por el régimen de Trujillo.

 Después de aproximadamente tres o cuatro años de una vida trashumante, donde logró burlar con instinto felino las acechanzas persecutorias del régimen, todo terminaría para Enrique Blanco un 24 de noviembre de 1936. ¿Mediante suicidio o como resultado de un disparo de Delfín Álvarez? Inmediatamente, el régimen posicionó su relato.

Mediante la Circular No. 44, de fecha 25 de noviembre de 1936, firmada por Héctor Bienvenido Trujillo Molina, a la sazón General de Brigada y Jefe de Estado Mayor del Ejército Nacional, se daba el parte de que:  “en la noche del día 24 de noviembre, siendo las once más o menos, el Señor Delfín Álvarez dio muerte en el “Aguacate”, sección de Moca, al célebre criminal RAFAEL O ENRIQUE BLANCO que merodeaba en campos del Cibao cometiendo innumerables crímenes y fechorías, y causando intranquilidad de las familias en el extenso campo de sus actividades”, al tiempo de indicarse en la referida circular que “ Todos los miembros del Ejército deberán ser informados de este hecho”.

La maquinaria propagandística del régimen se haría eco de la hazaña de la muerte de Enrique Blanco, confiriendo a la misma ribetes de epopeya. En su edición del 27 de noviembre de 1936, el Listín Diario publicaba un resonante titular en el que se destacaba:  “La muerte del bandolero Enrique Blanco ha devuelto la tranquilidad a los buenos y pacíficos moradores del Cibao… había dado muerte a numerosos campesinos y a miembros del Ejército Nacional, siendo su última víctima el Sargento Teodoberto Blanco”.

Refería, al respecto, la versión que en torno a la muerte le ofrecieran los Mayores Espaillat y Lovatón, quienes mostraron a su reportero un revólver “Smith & West” de 38 mm, un formidable puñal, hecho de una bayoneta, una gorra oscura, unos zapatos de los llamados “Calzapollo”, un potente foco, una navaja de afeitar, resguardos y amuletos confeccionados con un crucifijo, “todo esto perteneciente al temible bandolero Enrique Blanco, quien desde hacía cuatro años venía poniendo pánico y espanto en los pacíficos moradores de los campos de San Francisco de Macorís, Santiago, Moca y Puerto Plata”.

Consignaba, además, la precitada versión, que “este criminal caído acribillado a balazos por el señor Delfín Álvarez García, a quien había amenazado de muerte en la Sección del Aguacate Arriba, jurisdicción de Moca, tenía en su haber numerosas víctimas asesinadas, unas a golpe de puñal y otras acechadas en los caminos a tiros de su revólver”.

Y luego, conforme el consabido guion propagandístico, se destacaba que tan pronto como se comprobó la muerte del criminal Enrique Blanco todos los moradores de los campos de Puerto Plata, Santiago, San Francisco de Macorís, Moca y La Vega habían celebrado grandes manifestaciones para congratular, en el Ejército Nacional, “al Generalísimo Dr. Rafael L. Trujillo Molina, Hon. Presidente de la República, quien ordenó perseguir al terrible criminal hasta que cayera, como cayó, a fuerza de una persecución incesante”.

Se resaltaba, de igual manera, que los Mayores Espaillat y Lovatón, “habían  prometido una fotografía de este bandolero, para que al publicarla, sirva de escarmiento a cuantos intenten, olvidándose de que esta paz, que ofrece a la República el Generalísimo, absolutamente nadie la interrumpe, poner en zozobra e intranquilizar la vida de los dominicanos honestos e intenten, además, enfrentarse al gran Ejército Nacional bajo cuya salvaguardia están la paz del Estado y la tranquilidad del hogar dominicano”.

 

En su edición del 3 de diciembre de 1936, el periódico La Información, de Santiago de Los Caballeros, se hacía eco de la reseña que, a su vez, había publicado su colega, el periódico “La Opinión”, de Santo Domingo, en la cual fue recogida la versión del joven Delfín Álvarez García, a quien la prensa de entonces definió como “el valiente ajusticiador del más terrible asesino que paseó su figura siniestra por los campos fértiles y laboriosos del Cibao, los que gracias a este joven agricultor salió pronto de esa pesadilla siniestra que era Rafael Enrique Blanco”,  relatando la forma como logró dar muerte al legendario personaje.

¿Fue la versión de Delfín Álvarez un relato veraz de lo sucedido o fue Delfín, cuyo padre había muerto de disentería mientras acompañaba a la guardia trujillista en persecución de Enrique Blanco, un simple instrumento del régimen para dar visos de credibilidad a una versión previamente arreglada, conveniente a la dictadura?

En la próxima entrega del presente trabajo, se abordará con detalles lo referente a la entrevista de Delfín y la contraposición de los relatos en torno a la muerte de Enrique Blanco.

Continuará