Este fin de semana culminan dos encuentros muy cercanos a mi corazón. La más grande reunión anual del Foro Económico Mundial que se celebra en la ciudad suiza de Davos desde hace más de cincuenta años para reflexionar desde las economías más boyantes sobre las previsiones económicas a corto y mediano plazo y el de las noches de la lectura, espacio de animación cultural para promover el conocimiento de primera mano de obras literarias iniciado en París en la década pasada, pero que ya tiene réplicas en otros países europeos  y que en este año 2024 alcanza los casi 8,000 eventos en ese continente, que también es el de mayor lectoría per cápita.

La desconfianza con respecto al Foro Económico Mundial data desde el inicio de su celebración y se vio multiplicada exponencialmente en los años de la pandemia de este siglo XXI.  El dolor surgido de las situaciones de pobreza y de desamparo hacía ver con suspicacia una reunión a la que solo se podía asistir por invitación y que reunía a líderes, en un principio del área económica, progresivamente política y que cada vez más da recluta la participación artistas, algunos célebres más por su carisma y capacidad de influencia social, que por su asociación al manejo de recursos del poder.

Sin embargo, es posible concebir un genuino deseo de tener una visión de conjunto propositiva y productiva, donde el centro no sea “la dominación del hombre por el hombre”, como decía la retórica revolucionaria de los años setenta. Las declaraciones y conclusiones recopiladas hasta este momento continúan siendo eminentemente sensatas. El cambio climático continúa siendo percibido como un tema que necesita atención y respuesta proactiva, al igual que la corrupción, las situaciones de conflicto armado y la necesidad de unir objetivos financieros con una brújula moral. Se puede ser revolucionario o conservador, de izquierdas o de derechas, pobre o rico, feminista o machista, se trata de señalamientos universales sobre los que es posible y hasta deseable tratar de diseñar una agenda común. La tentación de creer en teorías de grandes conspiraciones (presentes en todos los lugares del espectro ideológico) no debe convertirse en un factor limitante.

Existe menos oposición a la celebración de lo que es, esencialmente, un ejercicio organizado para elevar la calidad de vida de ciudadanos y dotar de recursos económicos a entidades dedicadas a lo que es hoy una tarea titánica contra la competencia que significa la distracción de la atención por vías que, si bien pueden estar revestidas de elementos culturales, las más de las veces convierten a sus usuarios en consumidores o seguidores pasivos.

Ambos eventos buscan promover la existencia de usuarios conscientes. Es tiempo de empezar a concebir estas invitaciones como ejercicios que vale la pena asumir y re interpretar de acuerdo a otras características y localidades.