Desde la tradición judeo cristiana -fundamento ético moral del mundo occidental-, la soberbia ha sido considerada como un quebrantamiento del espíritu y fuente de numerosos males y contiendas. Es también considerada por la teología católica como el pilar de los pecados capitales causada por la desobediencia y la rebeldía de Adán y Eva ante la tentación del ángel caído Satán, simbolizado por la serpiente en el libro de Génesis del Antiguo Testamento de las Santas Escrituras.
Comparativamente, en la mitología griega la leyenda de Aracne y la diosa Atenea nos demuestra que los valores y la moral eran importantes para la cultura griega, transmitiéndonos a través de sus personajes míticos como la soberbia podría conllevar a numerosos castigos. En esta leyenda la falta de humildad de Aracne por querer compararse a la diosa Atenea la lleva a enfrascarse en una competencia por quien tejía mejor; hecho que provocó que la diosa Atenea la transformara en una araña, haciendo que Aracne tejiera sin parar hasta su muerte.
La soberbia se vive como una pasión desenfrenada de amor sobre uno mismo, carece de humildad y lucidez sobre los límites propios de las capacidades y la valía personal. La soberbia acompañada del orgullo, la vanidad y la presunción de superioridad hacen ciegos moralmente a las personas que lo padecen. Formas sutiles de soberbia pueden aflorar en nuestra vida cotidiana y en nuestras relaciones sociales, familiares u organizacionales cuando consideramos que nuestras creencias, ideas y capacidades están por encima de los demás y menospreciamos las cualidades, los valores o aportes que otros puedan brindarnos para comprender o solucionar un problema que nos afecte.
Los soberbios carecen de empatía y compasión, por lo cual la inteligencia emocional puede verse afectada por un exceso de sensibilidad cuando se les lleva la contraria. Se vuelven rencorosos, no pueden soportar que otros tengan la razón o una opinión diferente; situación que los lleva a sospechar de todo y todos, ya que se sienten fácilmente heridos en su amor propio a causa de estos motivos.
La soberbia, la ira, el orgullo y el narcisismo tocan fronteras comunes de actitudes y comportamientos ególatras difíciles de delimitar. Pero es la soberbia la que circula y se mueve como base de los mismos.
En un estudio realizado por psicólogos de la Universidad de Missouri, estos analizaron que todas las personas poseen algún grado de soberbia, aunque no nos guste reconocerlo. Asimismo, un estudio de la Universidad de Yale encontró que la actitud soberbia se comienza a desarrollar a una temprana edad. Estos investigadores confirmaron que “los niños entre cinco y siete años comienzan a tener síntomas de pensamiento soberbio porque creen que saben más que los adultos. Lo habitual es que en algún momento a lo largo del desarrollo esa postura egocéntrica se atenúe, a medida que formamos una imagen más objetiva y realista de nosotros mismos y del mundo”.
De acuerdo a Nelson Cowan y los psicólogos estudiosos de este tema de la Universidad de Missouri , la soberbia se perfila como un continuum y puede clasificarse en tres tipos:
La Soberbia Individual: Opinión inflada sobre las propias habilidades, rasgos o logros que no se ajusta a la realidad. Implica magnificar nuestros resultados y exagerar nuestras competencias, lo que lleva a una imagen distorsionada de nosotros mismos.
Soberbia comparativa: Es una opinión inflada de las propias habilidades, rasgos o logros en comparación con los de otras personas. Este tipo de soberbia no se limita a exagerar la autoimagen, sino que también implica una visión sesgada de los demás.
Soberbia antagónica: Es la culminación de la soberbia, ya que implica la degradación de los demás basada en una posición de superioridad. La persona no solo se cree superior, sino que también piensa que los demás son inferiores y actúa humillándolos e ignorándolos.