Quien incursiona en temas que le son ajenos corre el riesgo de terminar enredado en las patas de los caballos.

Así puede ocurrir, principalmente en esta etapa, con la incursión en ciertos asuntos que implican adecuado y muy particular uso de la comunicación.

De la comunicación se ha dicho que sirve para compartir referentes. Otros se concentran en su utilidad para que logremos entendernos. Para alguien más es la vía ideal para obtener propósitos. Y así, ante cada enfoque, encontraremos otras y muy variadas acepciones.

Para partir de un punto clave, el enfoque de John Dewey, destacado filósofo, pedagogo y psicólogo estadounidense, podría resultar más que esclarecedor. Él dice que “la sociedad no solo existe por la comunicación, sino que existe en ella”. Basándose en eso añade que “de esta manera, la comunicación es dialéctica y reconstruye la experiencia”.

Si la comunicación reconstruye la experiencia, muy lógico es que también va modificándonos y, con nosotros, a la sociedad. A ello se agrega el hecho de que, así como la comunicación es transversal a todas las actividades humanas, también adquiere sus particulares matices dependiendo de lo que se pretenda con ella.

Siendo la “pelótica” y la política dos verdaderos “pasatiempos” en nuestra sociedad, sumado a que, aunque no oficialmente, hace mucho que estamos en campaña proselitista, resulta más que pertinente echar una mirada a algunas de las facetas de la comunicación política, en sentido general, y de la comunicación de campaña, de manera más específica.

En esencia, la comunicación política abarca desde lo que se hace para obtener cargos de autoridad, a través de la persuasión con fines electorales, hasta el reporte de decisiones tomadas desde la posición de mando.

De ahí que encontremos con alta frecuencia las bondades o la alegada idoneidad de quienes tienen aspiración a determinados cargos, ya sea en una junta de vecinos, en un sindicato, en una organización profesional o en un partido político.

El objetivo principal de la comunicación política es visibilizar estratégicamente el supuesto potencial como vía para que, en nombre de la democracia y mediante mensajes y narrativas que persuaden, diversas audiencias depositen su confianza en un determinado proyecto y terminen favoreciéndolo con su voto. En esencia, en política se vende esperanza.

De manera muy frecuente, el mensaje político implica una especie de “tres en uno”. En situaciones regulares, el político habla para tres destinatarios principales: sus seguidores, sus adversarios y los indecisos.

Pero ahí no se detiene el grado de complejidad. Muchas veces el mensaje, el contramensaje y el metamensaje necesitan estar integrados en un único paquete. De lo contrario, el político corre el riesgo de ver muy mermada su credibilidad (y confianza) cuando se le descubre con mensaje variopinto, y peor todavía, cuando se contradice a sí mismo.

Muchos territorios y causas sociales suelen terminar enredados en la dinámica de la comunicación política. Eso provoca muchas frustraciones porque, como ha ocurrido muchísimas veces, una cosa es el político en campaña y otra es el funcionario en ejercicio.

Pero el territorio y las causas sociales, aunque también están sometidos a cambios, necesitan de otra dinámica. Eso implica contar con planes, además de flexibles, más a largo plazo. Sin eso, el territorio cae en un “eterno patinar”, un permanente recomenzar, en correspondencia con el “librito” del funcionario de turno.

Y es que la comunicación, para generar cambios positivos en los territorios precisa de una dinámica propia, en la que políticos, empresarios, profesionales y el propio territorio organizado, como conductor de su proceso, se dediquen a construir y mejorar consensos sobre las prioridades que apunten a promover el mejor uso de sus potenciales para la mejoría de vida.

En política es muy válido apelar a la retórica, en los territorios se vive la realidad. En política se trabaja mensajes cortos y contundentes, los territorios precisan de contextos que involucren y sumen de manera creciente a seres humanos con necesidades, capacidades y sueños. En política se persigue un voto, en los territorios se ha de procurar entendimiento para impulsar una dinámica que motorice el avance sostenido.

De mezclar uno y otro ámbito de la comunicación, se suele terminar enredados en las patas de los caballos.