A veces uno les da seguimiento a ciertas acciones políticas y quiere llorar. A veces, como en Francia desde hace varios meses ya, la gente se tira a la calle enardecida por la perspectiva de un cambio. Los que tienen una veta de espíritu anglosajón aprovechan para usar el humor, inclusive a costa de sí mismos.  Boris Johnson, del Reino Unido, era famoso por tomarse a risa hasta las críticas más acerbas. Desde otra corriente ideológica y en otro país angloparlante, Nueva Zelanda, Jacinda Ardern, también hacía lo mismo, incluyendo la aceptación del desafío de citar en dos minutos los logros de dos años de gobierno.  Lo hizo en tono jocoso, rápido y nada pomposo para terminar diciendo: “Me pasé de tiempo, pero ¡qué buena lista!”.

Dentro de esta tradición, cuyo primer expositor destacado en los Estados Unidos fue el escritor Mark Twain, los corresponsales de la Casa Blanca organizan desde hace años una cena pro recaudación de fondos destinados a becas para estudiantes de periodismo, antes exclusivamente para hombres y gracias a la perseverante Helen Thomas, abierta a mujeres desde la década de 1960.  Este evento a veces le hace concesiones al mundo del espectáculo, invitando a personalidades públicas cuyo trabajo tiene poco que ver con propiciar u observar la actividad política. Un ejemplo de esa atracción por los componentes “de fama y forma” fue el vestido utilizado por la maestra de ceremonias de este año copiado de la película “Broadcast News” del siglo pasado y que ella misma explicó era un homenaje al cine como vehículo de inspiración para el público en general y su carrera como periodista en particular. Otro ejemplo es que se invitaba de manera recurrente a Donald Trump desde antes de que él eligiera desarrollar una carrera política, simplemente porque era alguien que estaba en los medios.

 

La edición de este año abordó todas esas variantes con un presidente a quien el referirse a temas que “de peso” no le impidió burlarse de sus oponentes (“Si alguien está desorientado y confundido puede que esté borracho o que se llame Marjorie Taylor Greene”) ni de sí mismo (“Esta cena es como una versión abreviada de mi gobierno: hablo un poquito, no respondo preguntas y me marcho tan campante”). También usó sus famosos lentes al final de su discurso para ilustrar el hecho de que con tal atuendo se sentía invencible.

 

El humorista a quien le tocaba hablar, Roy Wood, Jr., fue mejor aún: utilizó los chistes a costa del propio presidente, de otros políticos, de colegas en el mundo de las noticias, de su familia y del grupo que más le duele, sus compatriotas negros, para ilustrar sus ideas sobre el deber y el poder que tienen aquellos que cuentan la historia en tiempo real. Le reservó una partida especial a Clarence Thomas, el juez de la Suprema Corte de Justicia de los EEUU que tiene más de veinte años aceptando regalos de parte de un acaudalado hombre de negocios, pero también dijo que él mismo estaría tentado a recibir pago en efectivo si venía en forma de billetes de 20 dólares con la foto de Harriet Taubman. Su principal punto de interés eran los comunicadores, pero ese ejercicio demostró una vez más la utilidad de la risa para poder transmitir y hasta llegar a aceptar puntos de vista divergentes. Donald Trump asistía a esa cena cuando no se dedicaba a la política. Sin embargo, en los años en que fue presidente nunca participó en ella. Es posible que esa actitud haya sido coherente con haber tenido dificultad en el año 2021 en aceptar el cambio de la voluntad de la mayoría.