“La mitad de la alegría reside en hablar de ella”. (Proverbio persa)
En un video promocional sobre la presencia de la República Dominicana en la Feria Internacional de Turismo (Fitur 2022), celebrada en Madrid, llama la atención la cantidad de elementos socioculturales dominicanos. Como debe ser, las playas, los monumentos, la flora y la fauna se muestran tal cual son: exuberantes, maravillosas, atractivas. Sin embargo, en ese video, no veo lo más representativo de este país: su gente y su felicidad. No creo que exista algo más trascendente que el propio pueblo dominicano y en él, su alegría contagiosa.
Muchos amigos que visitan el país destacan la alegría del dominicano como lo que más los impresiona y cautiva. Comentan sobre la manera cariñosa de hablar, sus manifestaciones de afecto, su disposición para ayudar, entre otras características que solo son posibles cuando existe la verdadera satisfacción por brindar un servicio a nombre del país, ya sea de manera intencional o imprevista.
Por supuesto, ese gozo contagia y sirve de pedestal al buen trato y profesionalidad que exhiben los trabajadores del turismo y de otros que se desempeñan en espacios en los que los visitantes reciben alguna asistencia en suelo dominicano. Entonces, en esos espacios no se podría esperar calidad sin el trozo de alegría que el verdadero quisqueyano siempre lleva en ristre, como identidad y fortaleza, como escudo que distingue a este pueblo del Caribe. El calor humano que se respira en todo el país, desde las esferas sociales más exclusivas y hasta las más ordinarias, es como un sello de calidad que debería colocarse en cada producto nacional.
Para quienes lo tienen a diario, tal vez resulte desapercibido ese toque de gozo que, hasta en la peor de las circunstancias, marca los rostros en toda la geografía dominicana. Es que en esta bien llamada “La República del Mundo”, la alegría no es circunstancial, y mucho menos forzada, sino un componente cultura tan palpable como fuerte y progresiva.
En este país, la alegría es cultural, es un producto intangible que forma parte de las más diversas y auténticas realizaciones humanas; una tierra donde “La alegría más grande es la inesperada” (Sófocles). Y, como aquí “todo se resuelve”, no hay razón para la tristeza. A propósito, la frase “Si no es hoy será mañana” declara el valor de la esperanza como combustible de la referida alegría. Es como si aquí se hubiera asumido con total convicción la frase “Todo les sale bien a las personas de carácter dulce y alegre” del filósofo y escritor francés Voltaire o, simplemente, como si se blandiera de manera natural el recurrente “a mal tiempo, buena cara”, dicho que aflora no solo en los momentos más complejos o situaciones retadoras.
Entonces, si se quiere hacer una promoción memorable de este maravilloso país, nada será de mayor valor que apelar a la alegría contagiosa del dominicano, a su carisma, a sus modos peculiares de darse y de dar. No se trata solamente de la cara de felicidad en el baile de un buen merengue, frente a un apetitoso sancocho o durante el buen desempeño del equipo de béisbol preferido; se trata de esa marca de plenitud que lleva al dominicano a desnudar (a cambio de nada) una carcajada blanquísima como su esperanza.