¨Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad¨. Filipenses 4:8
Una mañana, hace ya mucho tiempo, en el mundo cristiano, el domingo sexto, domingo de Cuaresma o de Ramos, es el inicio de la Semana Santa. Esta semana es de trascendental importancia para quienes seguimos y profesamos el desarrollo de la vida mediante el reconocimiento de una estrecha relación entre componentes de la naturaleza, los seres humanos y Dios. Entendiendo que no estamos solos, sino que compartimos de algún modo el universo con otros seres vivos, y aun así, dentro del esquema de nuestra misma especie humana, tenemos culturas e identidades distintas que nos desafían a repensar los comportamientos éticos y de valores de todas las partes involucradas para calibrar los momentos en que el hombre o la mujer han intentado sobre pasar el indicio de la creación que solo alcanza la categoría de imagen y semejanza a Dios, y nunca superarlo o convertirse en otro dios.
Por eso también, es importante la Semana Santa, porque vemos a un Dios reducir toda su plenitud a una dimensión humana mediante el sometimiento, limitado incluso menor que la de los ángeles, para que con el modelo de sujeción, obediencia y sacrificio entendamos el rol que nos corresponde en esta tierra de ser llamados hijos de Dios (Juan 1:12). Y permitamos que en lugar de la obstinación, el orgullo o la avaricia ralenticen el proceso de crecimiento de la misericordia, compasión y piedad en nuestras vidas. La utilidad de la reflexión es para permitirnos conocernos un poco más por dentro que por fuera. Conocer el yo interior. Y no levantarme del piso hasta lograr una mejor versión de mí. Es decir, esta semana es ideal para seguir el ejemplo de Jesús, no solo moral sino también espiritual, afín de que cada uno de nosotros tengamos la oportunidad de encontrarse consigo mismo en sus diferentes versiones por dentro y por fuera y de arriaba abajo.
Entender esta dimensión, ayuda en parte ¨la reconciliación con el medio ambiente¨ (P. Francisco, 2017). A rendirnos y someternos a las leyes naturales, físicas, espirituales, (…); a aprender a obedecer el rol de la mayordomía sobre el cuidado del planeta. A ser promotores a despertar la conciencia colectiva a la vigilancia y cuidado de la naturaleza. No violentar leyes y principios garantizaría –por ejemplo- el buen fluido de aire puro, porque sin contaminación del aire no tendríamos consecuencias fatales, ya que la exposición incrementa el riesgo de enfermedades infecciosas, respiratorias, cáncer, ACV, etcétera.
También, hagamos un ejercicio de amor: observemos el llamado a la reflexión que hizo el Pontífice el 4 de septiembre (2017) cuando dijo: ¨debemos ser los primeros en amar, en construir puentes, en crear fraternidad. No hay que tener miedo a construir puentes en un mundo que sigue construyendo muros por miedo al otro ¨. Cuántos muros hemos construidos en el corazón.
Estas palabras debe servirnos de catalizador para repensar la manera en que vemos al prójimo, a los extranjeros, a los discapacitados, a los excluidos, a los presos, a los enfermos, a los oprimidos, a los olvidados, a los afligidos, a los endeudados, a los amargados de espíritu (1 Samuel 22:1-5), a mantener hilos de comunicación y puertas abiertas ante la comprensión, respeto, cuidado, solidaridad y amor. Esta semana es útil para crecer en que soy, por medio de quien soy y para quien soy, ya que todas las cosas son por él. (Romanos 11:36). Semana Santa es nuestra gran oportunidad para ver nuestra alma desnuda en el espejo y deshacernos de la carga que llevamos en las espaldas y el corazón; y, amar. Debemos desarrollarnos amando y, para ello, hay que vivir amando ida y vuelta hasta que nos duela (Teresa de Calcuta).
No juzgando mal, mucho menos por apariencia o cultura ni cosa semejante. (1Pedro 4:8); porque conforme al médico y filósofo `Abdu’l-Bahá (1921) quien compartió al mundo la siguiente reflexión: ¨la diversidad en la familia humana es producto del amor y armonía tal como sucede con la música en que con diferentes notas entremezcladas se logran acordes de perfección¨. Entonces, pensemos como familia, como un solo pueblo creado a la imagen de Dios que con su obra de amor posibilita la armonía en la humanidad, la naturaleza y Dios.
Finalmente, pensemos en lo que fuimos, lo que somos y en quién podemos transfórmanos si ampliamos cada día el radio que limita el espacio de darse amor familiar y fraternal los unos a los otros. (1 Juan 4:7). Ya que Jesús de Nazaret, el hijo de Dios; también, hijo de María y José el carpintero, hizo su entrada triunfal a Jerusalén para armonizar. El evangelio de Juan (12:12-19) describe que Jesús, a pesar de haber sido aclamado por una enorme multitud que lo seguía y gritaban a gran voz: ¨ ¡Hosanna, viene el salvador! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor, el Rey de Israel!¨, él entró con humildad, sencillez, respeto, equidad, justicia, verdad y dulzura. Con ojos llenos de compasión, corazón henchido de amor y sus manos rebosantes de piedad (elementos constitutivos de la buena relación interpersonal). No se embriagó de lauros, ni de tributos, ni de superioridad alguna, sino que hizo su trabajo misional y reconciliador. No discriminó ni excluyó a nadie. Todo el que quiso tocarlo, lo tocó. Se mantuvo equilibrado, sosegado, humanizado, con los pies sobre la tierra cumpliendo con la tarea que le había encomendado su Padre, el Dios de las luces y la conciencia. (Santiago 1:17).