Con el pasar de los días Dámaso comienza a hacer crisis, una crisis de conciencia o lo que fuera que tuviera en lugar de la conciencia, un extraño sentimiento de culpa y de inutilidad. Las bolas de billar, a pesar de que las había enterrado bajo la cama, no lo dejaban vivir. Las bolas de billar y también el negro.
«—Total —concluyó Dámaso—, que sin quererlo nos tiramos al pueblo.
»—Sin ninguna gracia —dijo Ana.
»—La semana entrante se acaba el campeonato —dijo Dámaso.
»—Y eso no es lo peor. Lo peor es el negro».
Para mucha gente parecía como si de repente hubiera perdido la razón de vivir. Muchos de «los clientes del salón, que habían envejecido en torno al billar, no tenían ahora más diversión que las transmisiones del campeonato de béisbol». El salón de billar era como quien dice el alma de aquel apartado lugar y el alma se le había escapado con las bolas. Parecía como si fuera Semana Santa, decían algunos.
«El salón se abrió el lunes y fue invadido por una clientela exaltada. La mesa de billar había sido cubierta con un paño morado que le imprimió al establecimiento un carácter funerario. Pusieron un letrero en la pared: “No hay servicio por falta de bolas”. La gente entraba a leer el letrero como si fuera una novedad. Algunos permanecían, frente a él, releyéndolo con una devoción indescifrable».
No era ciertamente para menos. Era imperdonable, era inimaginable. Le habían quitado las bolas al pueblo. Quizás en el asunto de las bolas el travieso García Márquez quiso infiltrar un mensaje secreto, una metáfora, quizás una alegoría. Lo cierto es que el billar y el pueblo habían perdido sus bolas.
De hecho, el propietario ya estaba pensando en vender la mesa de billar y poner barajas y Dámaso estaba pensando en irse del pueblo.
La riqueza de la trama y la complejidad del personaje van más allá de lo anecdótico. No se trata sólo del robo de unas bolas de billar, sino del efecto que una cosa tan aparentemente insignificante tiene en el pueblo y en el comportamiento de Dámaso. Dámaso es un vago, un bebedor y fumador y mujeriego empedernidos, que vive de la mujer y golpea a la mujer cuando se le antoja. Es, además, un busca pleitos, que se enreda en peleas de bares sin motivo y encima de eso se permite despreciar al cantinero que le ofrece su ayuda y sus encantos:
«Tuvo que apoyar las manos en la mesa para levantarse. Cuando recobró el equilibrio el cantinero estaba cruzado de brazos frente a él.
»—Son nueve con ochenta —dijo—. Este convento no es del gobierno.
»Dámaso lo apartó.
»—No me gustan los maricas —dijo.
»El cantinero lo agarró por la manga, pero a una señal de la muchacha lo dejó pasar, diciendo:
»—Pues no sabes lo que te pierdes».
En su forma retorcida y atrabiliaria de ver las cosas entiende que el estado calamitoso en que se encuentra el pueblo es culpa suya y quiere enmendarlo. El vago e irresponsable Dámaso se sentía culpable por lo que estaba pasando en el pueblo. quiere enmendar las cosas y las enmendará a su modo. Un modo estúpido, idiota. Todo lo que le pasará y lo que le pasó no es por ser malo sino por bruto. Ana lo aconseja, se aferra a él con una desesperada cuanto inútil obstinación. Dámaso aprenderá, al final, y el aprendizaje lo llevará a la perdición.
«Ana lo sintió registrando el baúl. Se volteó contra la pared para evitar la luz de la lámpara, pero luego se dio cuenta de que su marido no se estaba desvistiendo. Un golpe de clarividencia la sentó en la cama. Dámaso estaba junto al baúl, con el envoltorio de las bolas y la linterna en la mano.
»Se puso el índice en los labios.
»Ana saltó de la cama. —Estás loco —susurró corriendo hacia la puerta. Rápidamente pasó la tranca. Dámaso se guardó la linterna en el bolsillo del pantalón junto con el cuchillito y la lima afilada, y avanzó hacia ella con el envoltorio apretado bajo el brazo. Ana apoyó la espalda contra la puerta.
»—De aquí no sales mientras yo esté viva —murmuró.
»Dámaso trató de apartarla.
»—Quítate —dijo.
»Ana se agarró con las dos manos al marco de la puerta. Se miraron a los ojos sin parpadear.
»—Eres un burro —murmuró Ana—. Lo que Dios te dio en ojos te lo quitó en sesos.
»Dámaso la agarró por el cabello, torció la muñeca y le hizo bajar la cabeza, diciendo con los dientes apretados:
»—Te dije que te quitaras.
»Ana lo miró de lado con el ojo torcido como el de un buey bajo el yugo. Por un momento se sintió invulnerable al dolor, y más fuerte que su marido, pero él siguió torciéndole el cabello hasta que se le atragantaron las lágrimas.
»—Me vas a matar el muchacho en la barriga dijo.
»Dámaso la llevó casi en vilo hasta la cama. Al sentirse libre, ella le saltó por la espalda, lo trabó con las piernas y los brazos, y ambos cayeron en la cama. Habían empezado a perder fuerzas por la sofocación.
»—Grito —susurró Ana contra su
oído—. Si te mueves me pongo a gritar.
»Dámaso bufó en una cólera sorda, golpeándole las rodillas con el envoltorio de las bolas. Ana lanzó un quejido y aflojó las piernas, pero volvió a abrazarse a su cintura para impedirle que llegara a la puerta. Entonces empezó a suplicar.
»—Te prometo que yo misma las llevo mañana —decía—. Las pondré sin que nadie se dé cuenta.
»Cada vez más cerca de la puerta, Dámaso le golpeaba las manos con las bolas. Ella lo soltaba por momentos mientras pasaba el dolor. Después lo abrazaba de nuevo y seguía suplicando.
»—Puedo decir que fui yo —decía—. Así como estoy no pueden meterme en el cepo.
Dámaso se liberó.
—Te va a ver todo el pueblo —dijo Ana—. Eres tan bruto que no te das cuenta que hay luna clara. —Volvió a abrazarlo antes de que acabara de quitar la tranca. Entonces, con los ojos cerrados, lo golpeó en el cuello y en la cara, casi gritando:— Animal, animal. —Dámaso trató de protegerse, y ella se abrazó a la tranca y se la arrebató de las manos. Le lanzó un golpe a la cabeza. Dámaso lo esquivó, y la tranca sonó en el hueso de su hombro como un cristal.
»—Puta —gritó.
Los que quieran conocer el final léanse por favor el cuento completo y vivan esa truculenta aventura. Léanse todo, por favor, no sean güevones:
«En este pueblo no hay ladrones», (https://www.literatura.us/
Gabriel García Márquez, (Aracataca, Colombia 1928 – México DF, 2014).