A los míos.

Todos deberíamos elegir un punto en el mapa de nuestra vida al que defender frente a todo envilecimiento posible. Yo agito mi bandera por la comunidad de Manoguayabo en la que arraigan con fuerza mis raíces; un pequeño espacio de pasado rural, situado en la zona oeste de esta ciudad y que en los últimos años trata de luchar aceleradamente por insertarse en la modernidad. Y lo hace desprotegida e ignorada, no solo por los políticos sino por sus propios líderes naturales que, como Saturno, no dudan en comerse a sus propios hijos. Su pasado está lleno de héroes rurales, algunos de mítica procedencia, como Ángel María Pérez, del que se cuenta anduvo perdido en el mar durante largo tiempo y regresó del mismo como quien se pierde en su conuco por unos pocos segundos. El siguiente escalafón, algo por debajo del anterior, estaría ocupado por personajes de gran influencia en el sector, ya sea por su condición de pequeños comerciantes o por su ascendencia política. Nombres de sobra recordados por todos como el de Salvador Pérez "Paisa", Bienvenido Castillo o Abraham, que destacaron entre el resto por su infatigable labor emprendedora, o bien, como en el caso de Angélica Pérez Perdono "Nana Menso" por su cercanía al poder político. Si he de seguir destacando, entre los que sucederían a estos últimos a alguno por su modo de accionar,  debería comenzar por "Hipe", apodo por el que aún se conoce a Felipe Correa, comerciante de una inteligencia excepcional y todos cuantos le trataron saben bien de qué hablo. Junto a él y por edad o por la prosperidad alcanzada en los negocios gracias a su buen hacer, es obligado detenernos en Jhonny P. Mieses "Kuki", Alfredo Pérez, Rafael Nuñez "Tífico" y algo anterior a estos últimos, Amable "Chele" Sería este grupo, quien en gran medida, logró dibujar el perfil o la silueta de este espacio territorial de Santo Domingo Oeste.

 

Es actualmente Manoguayabo una comarca en expansión con una nueva generación de hombres y mujeres conectada a una realidad que ahora se muestra muy diferente a la que conocieron sus mayores, y que los entrena para luchar en un mundo diverso y complejo. De ahí que los protagonistas que se presentan a escena, se manifiesten como miembros de una camada distinta y con características que les son propias. Hoy nos queda una arteria comercial que corta el pueblo, desde el cruce de la 27 de Febrero hasta la entrada de Hato Nuevo, poblada por una generación de jóvenes montados sobre dos ruedas que no posee un horizonte claro ni un futuro definido por delante. Una generación que estrena su juventud sin sentir el menor compromiso con el desarrollo del terruño que les ha visto nacer.

La juventud actual, y no solo la nuestra, tiende en general a mostrar una actitud indolente ante su entorno y la historia que le precede.  Son, en muchos de los casos y en última instancia, potenciales perdedores que carecen de culpa, o al menos solo en parte algo de esta les pertenece. Son fruto del momento que les ha tocado vivir. Desubicados y con pocas expectativas de salir adelante, se sitúan a la espera de una carrera en una parada de motoconchistas, discuten de trivialidades sin sentido alejados  y ajenos a todo vínculo con la modernidad, ausentes y al margen de cualquier referente cultural. Una juventud que vive por y para lo efímero a falta de perspectivas mejores y que contempla impasible como su vida se va por la alcantarilla ante los ojos de políticos y líderes de una comunidad que debería emplear su poder y su esfuerzo en defenderlos.

Frente a la inoperancia de quienes ostentan el poder cruzados de brazos se sitúan por doquier grupos de personas que tratan de conformar un muro de contención, una especie de tabla de surf cuyo propósito es luchar en este mar de aguas residuales de una sociedad que se nos desangra entre las manos. Ojalá que el padre Hector, Juan Terrero, Damián Campusano, Alexander Terrero, Rigoberto Germán, Antonio Guzmán, Roberto Martínez, Harbin Ramos Soriano,  Ana Josefa Pérez Guerra, Jesús Pérez, Deysi Campusano y Luis Herrera, entre otros tantos como ellos, estén preparados y dispuestos a librar la batalla impidiendo que nuestro barco haga aguas en medio de esté mar de encrespadas olas que nos ha tocado vivir.