"La democracia no es una meta que se pueda alcanzar para dedicarse después a otros objetivos; es una condición que sólo se puede mantener si todo ciudadano la defiende". Rigoberta Menchú
El lunes 29 de abril del año en curso y tras cinco días de desconcierto en este país, Pedro Sánchez pronunció las palabras que buena parte de los ciudadanos que no habían cesado de mostrarle su apoyo querían escuchar: "He decidido seguir con más fuerza si cabe. (…) Esta decisión no es un punto y seguido, es un punto y aparte". Éstas, sin embargo, no estuvieron exentas de críticas y opiniones de diverso cariz, pero lo cierto es que los ciudadanos no pudimos escuchar que nadie profundizara en las mismas con la serenidad necesaria al caso.
Los suyos cerraron filas sin apenas fisura, mientras que algunos de los partidos que han hecho posible un gobierno de progreso, le recriminaron que no hubiera aportado en su primera aparición pública medidas concretas para abordar las dificultades que el juego sucio y la falsa información están originando en la política y la convivencia del país. Por mi parte eché de menos el escuchar entonar un mea culpa por parte de unos y de otros -también del presidente- y la firme decisión de ponerse a trabajar de inmediato y asumir medidas comunes. Creo firmemente que deberíamos repensarnos juntos cuantas veces sea conveniente hacerlo. Nadie es enteramente libre del desaguisado actual; por sobreactuación u omisión todos hemos contribuido a enrarecer el ambiente político en España. Unos más que otros cierto, pero inhibirse del problema solo ensancha la magnitud del horizonte. Si a la dificultad de llevar a cabo un diagnóstico certero de una situación social y política compleja y que no solo afecta a España, le sumamos la necesidad de liderar y reconducir sin los debidos apoyos un cambio de paradigma -que se trata de imponer por la fuerza y que está socavando los cimientos de nuestra democracia y de muchas otras- los resultados no parecen augurar nada bueno. Personalmente exigiría a aquellos que nos gobiernan compromiso en la búsqueda de soluciones, mesura en el análisis y la altura de miras necesaria para ser parte de la solución y no un problema. Hay que frenar y en seco toda esta guerra que en nada tiene que ver con la natural y saludable discrepancia entre partidos.
Pero para evitar, en lo posible, ofrecer una visión parcial y sesgada del tema es ineludible completar la fotografía del pasado lunes y señalar que otra buena parte de la ciudadanía, acogió con profundo disgusto la intervención de Pedro Sánchez. El día anterior le habían dado por muerto y bien muerto. Las declaraciones del líder de la oposición, Alberto Núñez Feijóo y del resto de miembros destacados de la derecha y ultraderecha española, no sorprendieron, como es habitual, a nadie. Todo el grupo popular usó, por enésima vez, el mismo guion repetido hasta el hartazgo y que la derecha impone sin alterar una coma desde que Aznar, hace ya muchos años, perdiera las elecciones por mentir como un bellaco. Desde entonces ni uno solo de ellos ha dejado de hacer fiel seguidismo de una estrategia de guerra sucia cada vez que un gobierno de progreso accede al poder que dan las urnas en democracia y es que a falta de ideas se impone la bronca y el ruido que sustituye a la razón. ¡Qué nada se les ponga por delante!
Aznar no reparó en sutileza ninguna cuando afirmó hace un tiempo: "¿Qué se puede hacer? Pues el que pueda hablar, que hable. El que pueda hacer, que haga. El que pueda aportar, que aporte. El que se pueda mover, que se mueva. El que pueda intentar…" Con él se abrió la veda y los suyos conectaron desde entonces y con desmedido entusiasmo la “maquinaria del fango”. Y así, con esta estrategia tan primaria como obscena en la que todo cabe, el conflicto se generaliza y "se evocan las cabezas cortadas durante la Revolución Francesa. Se invoca a un virus destructor. Y se menciona la sangre, la muerte, el dolor. Todo eso pasa este martes en el arranque del pleno de la Asamblea de Madrid, donde los políticos apuestan por la descripción de escenarios apocalípticos, en los que el de enfrente lo hace todo mal…" como recogía en una de sus columnas el diario El País, justo el día siguiente a la comparecencia de Pedro Sánchez en la que manifestó su decisión de seguir adelante con su mandato y defender la democracia.
Este es el clima cotidiano en nuestra política actual. No hay tregua para el rival. Se le pretende bien muerto para rematarle si es posible con el máximo dolo posible en su último estertor. ¡Qué la turba enloquecida no quede nunca frustrada por falta de sangre! Esta semana, un poco más que la anterior, todo el aparato del Partido Popular y sus adláteres continúan empeñados en sus descalificaciones habituales que se pretenden argumento cuando nunca lo son. Amenazas de más denuncias, más críticas y nuevos insultos se suman a la ya larga lista de palabras gruesas y a menudo falsas a las que nos tienen acostumbrados. Y mientras tanto cero introspección. Nunca he visto al Partido Popular ni a Vox asumir delitos y faltas propias en todo esto. Tampoco a sus votantes. La izquierda castiga, la derecha es fácil de convencer y ajena al examen de conciencia. Siempre ha sido así en España. Nunca aceptarán ser artífices de generar una realidad cada vez más asfixiante y que acabará por pasarnos factura a todos. Ni se excusarán por ello. El culpable siempre es el otro y lo malo es que se acaba por imponer esa táctica artificiosa y rastrera, no sólo entre la clase política sino entre toda la ciudadanía. Y no es esta una situación que afecte únicamente a este país, sino que se constituyen en nuevos modos de hacer política que llegan para asentarse, si carecemos del valor necesario para plantarles cara y poner remedio en vez de mirar hacia otro lado.
Sin darnos cuenta hemos ido cayendo en la trampa. Las redes sociales, esa máquina perfecta que exacerba y desata odios y descalificaciones gratuitas terriblemente peligrosas, que de igual modo estrecha un cerco de odio en torno a un alumno de segundo curso de la ESO que hacia el presidente de un Gobierno Regional, un periodista o el ama de casa del quinto C, han revalidado una fórmula que reproduce hasta el infinito la ferocidad del ataque despiadado y carente de la menor empatía hacia toda víctima a la que conviene aniquilar. Las razones son lo de menos, lo que importa es el escarnio y la burla pública, la acusación del otro que les impida ver su propia miseria. Vivimos en un mundo en el que lejos de disfrutar lo que tenemos naufragamos en un constante estado de decepción por lo que no podemos lograr. El bosque no nos permite ver la pradera ensimismados siempre en la densidad del follaje.
Vivimos un momento cada vez más falto de humanidad. Un período absoluta y decididamente mezquino y despreciable en el que nos obsesionamos por destruir cuanto hemos conocido en pos de un orden nuevo que nace con vocación de cadáver. La democracia, aún imperfecta -nada humano puede aspirar a la perfección- debería garantizar al menos la posibilidad de alcanzar acuerdos -aunque fueran mínimos- de los que partir y que alentaran la esperanza. Necesitamos y con urgencia recobrar la cordura perdida si es que alguna vez la tuvimos. Necesitamos recordar en España y con mayor frecuencia, que hace ya más de cuatro décadas nos concedimos un escenario nuevo en el que muchas voluntades distintas cedieron terreno propio e hicieron renuncias en favor de todos. Deberíamos alzar la voz y convencernos, sin asomo de duda, que la democracia se alimenta de los hombres y mujeres que la defienden, como dice Rigoberta Menchú. Y es que sin una decidida defensa por parte de todos, el poder que confiere el pueblo a sus representantes se debilita y éste queda secuestrado y en manos de intereses ajenos al mismo. Mientras, hombres y mujeres de bien -ese gran colectivo anónimo que sufre y padece la incompetencia y mediocridad de cierta clase política y el ascenso de la ultraderecha aquí y en buena parte del mundo- contemplan con estupor la deriva cada vez más errática de una actividad que parece no encontrar actualmente su lugar. Y así navegando entre errores y desatinos de muchos, ante la franca falta de voluntad política de la oposición para abordar lo que de verdad importa en nuestro país y su inagotable empeño en boicotear toda iniciativa sembrando siempre la duda y la insidia ante toda propuesta, se produce la desafección en el votante y se amplían las distancias entre unos y otros hasta hacerse irreconciliables. Si a todo este despropósito se une una inagotable pléyade de insultadores oficiales con aviesas intenciones, medios de desinformación, mediocridad e incultura, batallas campales en redes sociales de los idiotas de turno, jueces de actitud laxa e interesada que admiten a trámite la mentira tenemos el circo servido señores. ¡Pasen y vean!