Hay sofás, cariño y un cuadro de Raúl Recio al fondo.
Son mis casas desperdigadas. En ellas me siento como mensajes de auxilio en botellas que tal vez se rompan con alguna ola. A ellas aspiro como si fuera el último deseo de un condenado. Siempre están en esas alegrías que escondes pero que están. Esa manera en que esos minutos te llenan los pulmones, te dan el aire suficiente de un par de meses y ya pensando tú, cuándo volverás. Si, como en la canción: “cuándo volverás”.
Es complicado traducir emocionalmente al español la palabra que pienso en alemán: “zuhause”, que es mucho más que estar en una casa físicamente. Cuando te sientes “zuhause” es que todo es tuyo. Todo lo que ves se convierte en tu piel, te permite respirar, hacerte y deshacerte sin tener que ofrecer detalles.
Esas casas se han ido amueblando de abrazos, algunos ausentes, evocaciones obligatorias, como si pudiéramos obviar la cobra que nos recibe, algún cuadro de Tony que también estará por ahí, los fantasmas que desde cafeterías y parqueos y esquinas de los años 80 todavía nos recuerdan la vigencia de Doña Flor y sus dos maridos, los tambores de hojalata que cualquier día comienzan a sonar.
Tener una casa en algunas casas y con cuadros de Raúl es un bien único. Me lo digo en voz baja, como para no despertar a las hormigas que no creen yo las escucho. Me siento tan en casa con María, Martha Isabel, Sandy, Tania, Tanya, mis hermanas del alma, escrito así alfabéticamente para conservar el orden, el mismo orden que luego romperemos cuando comencemos a preguntarnos por Raúl, por este cariño nuestro, cariño que tiene sillas, sofás, tés y abrazos más largos que los ofrecidos por Freddy Ginebra.
Mis amigas del alma también son mis casas: lámparas, escondites para qué nube tan espléndida.