En el año 2018 se empezó a exhibir en Italia “Sulla mia pelle”, una película cuyo título en español se tradujo como “En carne propia: los últimos días de Stefano Cucchi”. En ella se recrearon de manera artística, pero documental los efectos del maltrato recibido por un joven toxicómano a manos de un equipo policíaco tan brutal que acabó con su vida en menos de una semana. En República Dominicana, lamentablemente, estamos haciendo un “remake”, pero no de la obra cinematográfica, sino de la experiencia vivida en el año 2009 por el personaje central.

Así que, si bien estamos en una situación que tiene precedentes, es nuestra capacidad de respuesta a partir de ahora lo que podría ser excepcional.  Salir de la denuncia para concentrarnos en la prevención de este tipo de eventos que implica, bien es sabido, una educación para la no violencia en todas las esferas: las policiales, familiares y judiciales.

En el presente caso tenemos una situación donde en lugar de aplicación de la justicia hubo una muerte sin haber pasado por un juicio.  Uno sospecha que ni siquiera se trató de una decisión consciente de aplicación de justicia fuera del sistema. Más bien parece haber sido un desenlace imprevisto debido a un ensañamiento progresivo contra una persona cuyo crimen original no ameritaba la muerte, pero quien, evidentemente, tenía la capacidad de hacer enfurecer a los demás.

Hoy día la pena de muerte está prohibida en República Dominicana y muchos otros países por razones humanitarias, pero algunos de sus sustratos ideológicos más antiguos proceden de Aristóteles quien se oponía a la muerte a manos de la justicia tanto porque defendía la capacidad de reforma de los individuos como porque creía que el daño que se le hacía al verdugo era mayor que el bien que significaba desaparecer a una persona peligrosa.

Hace muchos años, otra película, “La soga” (2009), ponía en evidencia esto mismo.  A través de los ojos del hijo de un carnicero rural que eventualmente se convirtió el hombre que aplicaba las sentencias de muerte redactadas y decididas sin ningún proceso conocido, veíamos el malestar que esto le iba provocando al improvisado verdugo quien, además de recibir remuneración económica exterior, percibía que en su interior iban aumentando las frustraciones y los deseos de venganza que sentía desde antes de asumir tan ignominiosa tarea.  En esa segunda película la solución venía por el escape, el salirse del entorno que le ofrecía esa manera de sustento.

La realidad suele ser diferente. No todos contamos con la opción de poder abandonar y dejar atrás ciertas costumbres.  Además, la ciudad no se puede trasladar completa. Lo válido sería plantearse este y otros conflictos como si los estuviésemos viviendo en carne propia. Es decir, buscar qué medidas podemos tomar en los centros comerciales para minimizar la violencia física antes de que esta degenere y sea necesario llamar a la intervención de fuerza pública.  En este ámbito, sospecho que tenemos más herramientas de las que imaginamos.  Es costumbre de muchas personas el diluir conflictos, el reaccionar con humor, el no hacer una confrontación formal. Si nos ocupamos de desarrollar estas estrategias de resistencia pasiva y constructiva a la vez, podemos, en nuestras cotidianidades, ser héroes anónimos de la no violencia.