En 1983 el ecosistema cultural de Santo Domingo estaba bien respaldado por más de treinta librerías. Podías pasar hasta por el emergente Polígono Central y ahí te encontrabas con la Librería Quisqueyana y con la Lope de Vega.

Una encuesta publicada por el suplemento Isla Abierta el 14 de mayo de ese año por Soledad Álvarez ponía sobre el tapete la realidad del libro. Libreros y autores se vieron enfrentados a la pregunta sobre los sentidos del publicar en Dominicana. Por un lado, Félix Jimenez (Felucho) y Luis Job Blasco, dos referentes en el mundo de las librerías, ambos curiosamente fuera de los ámbitos tradicionales de la Ciudad Colonial. Por otro lado, el poeta Freddy Gatón Arce y Juan Bosch.

En 1983 el dólar comenzaba a dispararse, luego de decenios de estar a la par que el peso dominicano. Fue también el último año de Antonio Guzmán, en un cuatrienio lleno de esperanzas, que al final acabó con lo peor: el suicidio del presidente y su relevo por políticos marcados por la corrupción de Estado.

La librería José Martí, en los bajos del apartamento de la mítica Mujer Araña, subiendo la avenida Alma Máter, era como un escondrijo para los mejores libros cubanos y literatura marxista. Ahí te podrías encontrar con Felucho, todavía un dinámico y afanado empresario que pocos años después abandonaría aquel negocio de los libros, convirtiéndose el correr de los años en un más que exitoso empresario inmobiliario. La librería Blasco, por su parte, era como un Areópago: la gran literatura griega, la filosofía de todos los siglos, se contrapunteaban con lo más reciente del pensamiento mundial.

Al volver a mis archivos de aquella Época Dorada del Libro en el País Dominicano, no puedo más que transcribir aquella encuesta, por lo mucho, o muchísimo que nos sigue diciendo.

A pesar de que ya pasamos por aquel huracán de conjeturas de si el libro digital vencería al “análogo”, de todos modos seguimos prefiriendo lo que los otros leen y no la lectura como un ejercicio más que personal, único, el desarrollo de cierta pasión por las ideas propias.

En Santo Domingo sólo quedan cinco librerías con ese nombre: del Centro Cuesta no hay que labrar. Está Mamey, en la casa histórica de Emilio Rodríguez Demorizi, en la Calle Mercedes, ofreciendo la mejor literatura alternativa y dominicana. De la Trinitaria, mejor ni hablar, para no seguir metiéndonos el lío, pero de todos modos ahí está Virtudes y Juan, como los últimos porteros de Pompeya. Junto a la Trinitaria, en la calle Arz. Nouel te sigues encontrando con una perla, Avante, donde todavía respiras el aire histórico de libros que se renuevan. Fuera de estos ámbitos del libro amplio, hay dos concentradas en temas jurídicos: una en la Mercedes y otra en la Av. Abraham Lincoln. Después, el escenario librería va desde los libros usados en el Parque Enriquillo o el mítico Daniel del Conde, hasta la Ciudad Universitaria, una especie de Zona Franca para el Pirateo.

En algún momento escribiremos la historia del libro dominicano, un gran tema dentro de miles de agendas pendientes. Mientras tanto, recuperamos aquella encuesta, para tal vez potenciarla, volver al tema de ese objeto tan vital, como el pan de cada día: el libro, o mejor dicho, los buenos libros.

ENCUESTA SOBRE LA PROBLEMÁTICA DEL LIBRO

¿Cuáles son, a su entender, los problemas que afectan la venta y la distribución del libro en nuestro país y sus posibles soluciones?

 DISTRIBUIDORAS Y LIBREROS

ENTREVISTADO FELIX JIMENEZ LIBRERIA JOSE MARTÍ

La venta del libro en nuestro país está muy limitada, en primer lugar, por razones que son muy propias del tipo de sociedad en que vivimos, que está dirigida hacia el lucro, hacia el consumo. Claro que hay algunas actividades más productivas que otras y en este sentido todo el andamiaje propagandístico está montado para estimular el consumo de bebidas alcohólicas, y en determinados sectores de la clase media la asistencia a clubes y shows nocturnos; pero se fomenta muy poco, y yo diría que casi nada, el consumo y la participación de los públicos en la cultura.

Por otra parte las cosas se complican en razón del muy bajo nivel de ingresos de la mayoría del pueblo dominicano. Yo calculo que en la República Dominicana una de cada cien personas lee un buen libro, incluidos los profesionales. Por la experiencia que tengo ya en cuatro años al frente de la Librería José Martí me he dado cuenta de que son muy pocos los profesionales que una vez terminados sus estudios continúan leyendo y aumentando sus conocimientos, no digamos ya en cultura general, sino incluso en los asuntos relacionados con su profesión, con su especialidad

En gran medida la educación dominicana ha tenido la responsabilidad del poco amor hacia el libro, hacia la ciencia y la cultura. En la primaria ya no se estimula al estudiante a leer libros y aún en muchos casos, si los obligasen, tampoco los padres tendrían los recursos para adquirir esos libros. Esa deformación culmina en el nivel universitario. Es de todos conocidos que en nuestro país la formación académica universitaria se ha deteriorado de tal forma que ya no se estudia en libros sino en folletos siguiendo de manera muy esquemática lo que el profesor señala como correcto e incorrecto.

Dentro de este panorama tan problemático hay que agregar que el libro se ha encarecido enormemente por razones de todos conocidas. La librería nuestra traía libros del exterior porque aquí se publican muy pocas obras (yo estimo que de cada diez libros que se venden, nueve vienen del exterior). Entonces el dólar nos costaba un peso porque el Banco Central todavía entregaba, para la importación de libros, el dólar a la par, en el entendido de que el libro es un bien que satisface una necesidad, si no perentoria como la alimentación, si del espíritu, de la formación del hombre. La cuota que se nos asignó -y no sólo a nosotros sino a todas las librerías- no alcanza el 10% de lo que uno compraba hace tres o cuatro años. Desde ese punto de vista debe entenderse que casi todos los libros que compramos en el exterior se pagan con divisas propias, con dólares que hay que comprar en el mercado paralelo. Y ese simple hecho ha subido el costo de los libros en un 35% o en un 40%. Es decir que un libro que actualmente se vende en $6 00, si el Banco Central entregara los dólares a la par para la importación de libros, pudiese costar $4 00. Yo creo que las autoridades monetarias del país, al asumir posiciones tan arbitrarias cometen muchos errores porque se habla de libros y no todos los libros son iguales. Quizás ellos debieron hacer algún tipo de clasificación para determinar cuáles libros entrarían en el mercado paralelo y cuáles serían con divisas asignadas. Por ejemplo, los libros que no son utilizados en la enseñanza primaria, secundaria o universitaria podrían ir al mercado paralelo, pero para esos otros que son fundamentales en la formación del joven, las divisas deben ser entregadas a la par. Naturalmente esto también es arbitrario porque uno diría: bueno, las Memorias de Pablo Neruda. de Nicolás Guillén, las novelas de Julio Verne, de Mark Twain, de Oscar Wilde. en fin. las obras de los clásicos, que en toda sociedad organizada los gobiernos estimulan su conocimiento ¿cómo mandarlas al mercado paralelo?

Aquí se habla mucho del deterioro del nivel de vida del dominicano, pero desgraciada­mente nunca se ha hecho un estudio acerca del deterioro del nivel cultural, del nivel de apreciación artística del dominicano. Y yo te aseguro que ha bajado considerablemente.

ENTREVISTADO LUIS JOB BLASCO

LIBRERIA BLASCO

  1. La ninguna posibilidad en el cobro realizado a través del Banco Central, con sus larguísimos retrasos y la inseguridad en los nuevos pagos.
  2. Además, la restricción prácticamente absoluta de las cuotas trimestrales.
  3. Lo que conlleva el comercializar prácticamente con exclusividad los libros a base de dólares propios y. en su gran mayoría, sobre facturas pro-forma (es decir, por adelantado) lo que supone una pérdida por razón de los intereses devengados.
  4. De donde el libro aumenta no menos de un 60% a un 65% ad valoren.
  5. Como quiera que el libro está ya a precios apropiados a sueldos superiores (las naciones editoras tienen un nivel adquirido muy superior al nuestro) el libro, ya de por si caro en su lugar de origen, se encarece en un 70% por lo menos, quedando fuera de las posibilidades promedio del consumidor nacional.
  6. Si se agrega la enorme recesión mundial se concluye que es un milagro cuanto se venda.
  7. No veo solución inmediata al problema, como no sea que el librero tome conciencia de que durante un par de años, por lo menos, subsistir será triunfar, como negocio. Y, como cliente, tomar conciencia de que el libro es, ha sido y será siempre un artículo precioso para cuya adquisición habrá que saber renunciar a cosas menos valiosas. No acepto que el Banco Central deba anteponer los objetos 'libros" a medicinas y materias primas necesarias e indispensables.
  8. Sugiero que se inste a colegios, universidades, alcaidías, etc., la instauración y constante enriquecimiento de bibliotecas científicas, para que los no dotados económicamente puedan estudiar. Los pudientes podrán hacerlo por su cuenta, aún a precios altos.

TRES NOTAS FINALES

  1. Hay que aconsejar al lector común a que lea los clásicos (de los que hay copia en los almacenes de las librerías) y abandone un tanto las novedades y best-sellers, que son los libros que más divisas nos arrancan.
  2. Al profesor, indicarle que recomiende aquellos títulos, por los demás óptimos, de los que haya existencias en las librerías.
  3. Cortar por lo sano en cuanto a importación del libro de primaria o secundaria, que puede escribirse y editarse en el país, agregando las cuotas de divisas pertinentes a los importadores del libro “superior”.

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AUTORES

ENTREVISTADO: FREDDY GATÓN ARCE

Como pasa en muchas empresas, en la Industria del libro, a la hora de repartir las ganancias económicas, el productor de la materia prima es marginado y es el que menos beneficios recibe; en este caso mudo a los escritores y a los artistas. Me explico: sin escritores ni artistas no es posible que haya libros, y no sólo esto, sino que cabe preguntarse para qué existen las maquinarias si éstas no imprimen buenos textos ni buenas obras de arte.

Una imprenta puede tener los mejores equipos y utilizar los mejores materiales papel, tinta, etcétera). Sin embargo, lo que aporta son las palabras, que las escriben los escritores, y los dibujos, figuras, etcétera, que son frutos de las labores artísticas. Un libro bien presentado atrae y conquista al interés de un cliente en potencia, pero ese libro tan bien presentado no es la mercancía idónea que en última Instancia convierte a ese cliente en potencia en un parroquiano de determinado escritor, hasta el punto de que le bastará con leer la firma de un autor para comprar siempre sus obras, sin que se tome en cuenta sí se trata de un libro bien impreso en el mejor papel, ni bien encuadernado.

Desde luego que influye el hecho de que un libro esté bien impreso a la hora de adquirirlo, aunque no siempre es así, pues el comprador que conoce no se decide a comprar un libro porque se trate de una edición en pasta, en tela o a la rústica. Se decide y compra porque se trata de un libro escrito por Fulano de Tal, y sabe que ese fulano de Tal no escribe porquerías. Y este tipo de cliente es el que le asegura al industrial del libro un mercado permanente y en ascenso, porque no sólo compra: también recomienda a otros que lean los libros de Fulano de Tal, que son buenos y no son porquerías.

Un ejemplo puede ilustrar lo que digo: si una persona va a regalar un libro, toma en cuenta si quien lo va a escribir es persona entendida, ilustrada, y de buen gusto; lo que se llama un lector. Y comprobado que es un lector, o lectora, el obsequiante resuelve que el libro trate una materia o tema que sea del agrado de la persona a la que desea agradar, y entonces no compra el volumen más vistoso; compra el libro que está avalado por la firma de un escritor bueno y aceptado por los que conocen que ese escritor siempre enseña, deleita, entretiene. Es decir, el productor de la materia prima, el autor de la obra, decide al comprador. Ahora, si lo que se quiere es regalar cualquier libro, entonces ya la valoración del libro no está en lo que enseña, deleita o entretiene, sino en lo bien que queda en los estantes. Por lo general, estos libros bonitos no los lee nadie, y por eso se venden para agradar a los ojos y no para convertir a un cliente en potencia en un parroquiano, y no sólo ya en un parroquiano del autor Fulano de Tal, sino también en un parroquiano de la Librería H, X, Z. Porque se va a una librería porque se sabe que en esa librería no venden porquerías…

Por esto es que se ha dicho, y creo que fue el poeta Paul Claudel quien lo señaló, que el libro es la mercancía que se vende a ciegas, que el comprador no sabe si es una buena mercancía o una mala mercancía, aparte de su presentación. Una buena presentación no es garantía de una buena mercancía, esto en términos generales. Pues una buena presentación nunca es garantía de que esa mercancía que es el libro es una mercancía buena. La garantía de que un libro es una buena mercancía es su autor, el escritor.

Se argüirá que la propaganda y la publicidad hacen escritores, y uno se pregunta por cuánto tiempo, lo que equivale a preguntarse si esos escritores hechos por la propaganda y la publicidad logran tener un mercado permanente y en ascenso. Es lo mismo que preguntarse: ¿por cuánto tiempo engañarán a la gente? Y esto que va para los autores, también va para los libreros: ¿por cuánto tiempo una librería estará vendiendo porquerías y haciendo negocio con escritores malos, mediocres? Y lo mismo va para los Impresores y editores: ¿por cuánto tiempo estarán imprimiendo y editando libros bonitos, libros que se ven bien en los estantes, y haciendo negocio con ellos?

El descrédito de una librería, de una imprenta o de una editora, comienza porque venden libros mal escritos, de escritores malos; libros que no enseñan nada, no deleitan nada ni entretienen nada. Y por eso es que hay librerías que empiezan muy bien y acaban muy mal, que desaparecen o quiebran, o se convierten en vendedoras de cuadernos, lápices y sacapuntas. Esos negocios no son librerías… Ah, pero sus dueños son de los que marginan a los buenos escritores, y son los que engañan al público ¿por cuánto tiempo? Hasta que la gente no se da cuenta de que esos dizque libreros sólo venden porquerías, y no vuelve a comprarles… Venderán tal vez cuadernos, lápices y sacapuntas; no venderán ni libros ni otra mercancía… Quizá vendan juguetes para navidades y reyes…

Y todo esto para concluir contestando a la pregunta que me hiciste, Soledad, y que es esta: ¿cuáles son, a su entender, los problemas que afectan a la creación literaria dentro de las actuales condiciones de la Industria editorial? Pues los problemas que afectan a los creadores literarios se reducen, según lo contemplo, a que los libreros sean libreros y no vendedores de baratijas. Y esto lo afirmo porque nosotros hemos enfocado este asunto en su carácter económico, industrial, y no en lo que atañe a la creación literaria en sí misma. Porque a la creación literaria genuina poco interesa el negocio, la compra y venta y el lucro. Desde luego que hablo de escritores y no de políticos, oportunistas, chantajistas y otros sujetos Indeseables y antisociales (los políticos excepcionales son eso, la excepción que confirma la regla, y en esto radica que no sean unos vive bien ni unos gozones).

El comercio, la empresa, la Industria de la creación literaria son ajenos, en cuanto negocio, a la creación literaria misma. La condición de que los escritores deban satisfacer sus necesidades sin muchos sobresaltos debe descartarse a la hora de escribir, descartarse hasta donde sea posible; de otro modo no se explica que los creadores literarios casi siempre tengamos que vivir de otras ocupaciones.

En cambio, cómo expresé antes, hay politicastros, chantajistas, oportunistas y otros indeseables que sí viven, y viven bien, de escribir (?). Y que me perdonen los escritores y periodistas nobles y auténticos… Lo que pasa es que me gustan las travesuras y a veces se me sale el diablo.

ENTREVISTADO: JUAN BOSCH

En primer lugar, el país no es todavía un mercado comprador de libros de literatura, poesía, crítica. Aquí se compran muchos libros, pero de texto, cuyos autores son en su casi totalidad extranjeros. Una parte importante de esas obras de texto se imprimen en la República Dominicana y como sus autores no son dominicanos, si cobran derechos, esos derechos no se quedan en el país.

La falta de un mercado de libros nacionales tiene como resultado la ausencia de editoriales nacionales. Aquí hay empresas editoras, que hacen libros, pero no hay editoriales.

¿Qué diferencia hay entre una casa editora y una editorial?

Que la primera imprime libros por cuenta de los autores o de departamentos del gobierno y esos autores o esos departamentos gubernamentales le pagan los libros y la segunda hace los libros por su cuenta, los vende también por su cuenta y les da a los autores un tanto por ciento sobre el precio de cada ejemplar que se vende.

La editora es una fábrica de libros y la editorial es una empresa que fabrica los libros y además los comercializa y les compra las obras a los autores, pero no pagándoles una determinada cantidad de pesos por cada obra sino reservándoles un tanto por ciento —regularmente, entre el 10 y 15 por ciento— de cada ejemplar del libro que se vende.

Yo pago para que una editora haga mis libros y tengo que comercializarlos vendiéndoselos a una distribuidora de libros o a librerías, de todo lo cual, naturalmente, no me ocupo yo, sino la compañera Mildred Guzmán. Si no contara con la ayuda de Mildred mis libros no estarían a la venta, porque las ediciones se agotan y cuando los compradores van a las librerías no los hallan, pero por suerte Mildred está atenta a que se hagan nuevas ediciones.

¿Por qué tiene ella que ocuparse de esa tarea?

Porque en el país no hay una editorial. Si hubiera una editorial, ella se encargaría de hacer los libros y venderlos y yo nada más me encargaría de escribirlos. (S.A.)