Las emociones son el motor que nos proporciona las energías para movernos, pero cuando están descontroladas, son capaces de paralizarnos o lanzarnos al precipicio. A nivel social puede suceder exactamente lo mismo, porque la sociedad es una estructura viviente y la expresión de la suma de sus individuos. Una sociedad desmotivada y sin esperanzas difícilmente progresa y una multitud aterrada puede escenificar una peligrosa estampida humana. Y si perdemos la confianza entre nosotros, no podríamos lograr acuerdos ni esfuerzos combinados y estando solos somos muy limitados.

Todos los humanos sobrevivimos unidos a alguna sociedad específica. Evidentemente la sociedad determina una transformación en nosotros, pero también nosotros la transformamos a ella.

Algunos se dedican a promover las emociones negativas: odio, intolerancia, rechazos, violencia, inconformidad, desesperanza, miedo, desconfianza, intranquilidad, etc. Las personas que muestran esta tendencia, normalmente es debido al vacío existencial que sufren y al interactuar contigo si tu posición en ese momento no es muy sólida, lograrían contagiarte, lo que además de afectarte internamente, podría determinar que te hagas eco de esa dañina tendencia. Algunos son incapaces de ver que el vaso está medio lleno, por lo que siempre lo verán medio vacío.

Las sociedades donde predominan las personas con mente positiva son más proactivas, hay mejor integración, al interactuar tienden a sumar o multiplicar y contribuyen de forma decisiva al desarrollo.

El medio en que vivimos nos influencia más de lo que creemos, pero el saberlo nos hace más fuertes. Una vida en armonía es más compatible con una mente sana, las sociedades que viven en conflictos constantes tienden a generar crisis internas en sus miembros y la calidad de vida es muy inferior. Cuando nos disgusta el ambiente social en que vivimos, debemos valorar si somos culpables de ese ambiente, porque de ser así, donde quiera que lleguemos terminaremos produciendo lo mismo.

Un político de oposición critica la obra de un gobierno, incluso si estuviera haciendo un buen trabajo, con el objetivo de insinuar su superioridad para ser favorecido en las elecciones. Lamentablemente, ese tipo de política puede ser nociva para la sociedad y tiende a presentar un efecto bumerán que a la larga perjudica al detractor también. En cambio, si en vez de limitarse a condenar a los contrarios se esfuerza por presentar un programa de gobierno más prometedor, estaría contribuyendo a un mejor futuro. Lamentablemente esta segunda opción requiere más capacidad.

Actualmente hay algunas emociones desbordadas que es imperativo controlar, vamos a señalar algunas de las principales.

Miedo: hemos perdido la fe y la consecuencia directa es el temor a casi todo. Gran parte de los mensajes que nos llegan, tienen como propósito el aumentarnos el miedo.

Desconfianza: nos hemos burlado de la honestidad y ahora desconfiamos de todo y de todos. Pocos se sentirán tranquilos porque les diste tu palabra.

Odio: despreciar a los demás y considerar el amor como algo propio de los débiles está dificultando nuestra convivencia, aunque pensamos que es por deficiencias del “sistema”. Ahora no sabemos cómo podemos evitar una guerra mundial.

Egoísmo: esto se traduce socialmente como individualismo. Hemos perdido nuestro sentido existencial al pensar sólo en nosotros, lo que nos lleva a un estancamiento energético-espiritual que ha incrementado nuestra tasa de enfermedades físicas y mentales (es difícil mantenernos sanos cuando nuestro corazón está enfermo).

Irresponsabilidad: nuestra falta de responsabilidad nos ha llevado a la “modernidad líquida” (Bauman) y luego nos extrañamos de esa inconsistencia que nos inunda, tambaleando todos los estamentos sociales. Queremos que el otro haga lo que nosotros no queremos hacer.

Depresión: cerrarnos a la trascendencia, desconociendo nuestro potencial y los posibles recursos a nuestro alcance, incrementa el nivel de depresiones y suicidios en las sociedades más desarrolladas. Cuando nos mantenemos mirando hacia abajo dejamos de ver hacia arriba.

Las religiones desde hace milenios sirvieron para controlar estas emociones, posteriormente la medicina y psicología han venido en su auxilio. Hemos llegado a comprender que el pecado contra la carne: alimentación desordenada, falta de ejercicios, abuso de substancias, descontrol sexual, descanso insuficiente, mala higiene, etc., conlleva una serie de consecuencias que se traducen en enfermedades físicas. Los pecados de la mente: odio, lujuria, envidia, egoísmo, indiferencia, ambición excesiva, etc., dificultan la felicidad y suelen venir de la mano con las enfermedades mentales que están en aumento. Una sociedad constituida por mentes enfermas no puede ser sana, aunque tenga buenas políticas sociales.

Es un mito creer que es fácil controlar las emociones de los pueblos, cuando no podemos controlar las nuestras.

Cuando las sociedades se tornan muy materialistas y superficiales normalmente se sorprenden ante la degeneración moral e infelicidad que viene como consecuencia. Aunque el mundo espera la mejor versión de nosotros, el que logremos manifestarla a nadie le conviene más que a nosotros mismos. No culpes al sistema por el pecado que también tú cometes. Lo que desarrolles en ti es lo que transmitirás a los demás.

Si las emociones negativas predominaran sobre las positivas el hombre no existiría. También las emociones negativas tienen un papel que desempeñar, pero no te dejes engañar, la luz es más poderosa que las tinieblas.