Una de las patologías más extendida en el presente, fruto de la acción de las redes sociales, es el incremento de las emociones primarias entre los adictos a la lectura y visualización de esas herramientas de Internet. Millones de seres humanos están en franco proceso de cretinismo dependiendo exclusivamente de la información que reciben por sus móviles, ordenadores y tabletas, incapaces de leer más allá de unas pocas líneas y sustituyendo el uso de la razón por la búsqueda de emociones fuertes y estableciendo como absurdo criterio de veracidad el reclamo de respeto, el sentirse ofendidos o buscando los likes que justifiquen su opinión. La verdad está reducida a las filias y fobias de cada entendedera individual. Pasamos del cerebro a los intestinos.

Nada de reflexión, análisis o exploración de aspectos de un tema, todo es rápido, simple, blanco o negro, bueno o malo. No hay historia, consulta a las fuentes eruditas, ni tiempo sereno para el estudio. Es profuso el uso de adjetivos altamente violentos (fulano destruyó a tal feminista, mengano aniquiló a tal izquierdoso, tal situación irrespetó a la comunidad, etc.). No hay la menor posibilidad de diálogo o debate, de entrada se encumbra una “verdad” y se descalifican las demás opciones, incluso justificando el ataque contra quienes sostienen posturas diferentes, naturalizando los errores en los individuos y declarándolos substancialmente peligrosos y reos de cualquier acción contra ellos. No olvidemos que semejantes artilugios se utilizaron en la Alemania nazi contra los judíos, los homosexuales, lo enfermos, etc. En la España de Franco contra todos los que se oponían a su régimen (el nacionalcatolicismo es un ejemplo) y no olvidemos a Trujillo.

No hay sorpresa por tanto con el debate en las redes sociales de la representación de La Fiesta de los Dioses de Jan van Bijlert (1597-1671), pintor totalmente desconocido para quienes orquestaron esa típica campaña de “ofendidos”, y más desconocido aún para quienes cándidamente son arrastrados a expresar sus sentimientos “religiosos” heridos, que se ha construido una penumbra de afirmaciones viscerales sin asidero racional. Resuena en las redes la palabra “respeto”, típica de las pandillas y clanes mafiosos. La solicitud de respeto resulta casi un chiste luego de reconocer la Conferencia Episcopal Francesa más de 300 mil violaciones a lo largo de los últimos 70 años por parte de miembros de su iglesia y que nos hemos acomodado al genocidio palestino. Sin los contextos necesarios evadimos la realidad y nuestras emociones son farsas.

Esas sandeces caen en terreno fértil, entre jóvenes y adultos carentes de estudios sistemáticos (la mala educación contribuye a este estado de cosas), a los sectores marginales al desarrollo de la economía y la tecnología (las masas detrás de Trump, Le Penn, Bolsonaro o Vox) y sobre todo la fuerza de las experiencias religiosas fundamentalistas.

La representación en la inauguración de las Olimpiadas de dicho cuadro de van Bijlert era sincrónico con la celebración de los mismos -rescatados los juegos precisamente por un barón francés en 1896 y celebrados en Atenas, Grecia. ¡Donde tenía que ser!- El que no ha estudiado la cultura griega antigua, ni entiende las olimpiadas, ni a los dioses griegos, ni La Fiesta de los Dioses. Frente a ese océano de ignorancia es fácil mover emociones primarias en la dirección que se desee, cual ganado manso, y Apolo es confundido con Cristo.

Se engatusa con que se han ofendido los sentimientos cristianos al ridiculizar supuestamente la Ultima Cena de Leonardo Da Vinci, como si dicho cuadro fuera un selfi de algo ocurrido hace dos milenios. Si lograron ese absurdo los creadores de ese bulo, pudieron perfectamente convencer a muchos tontos de que la Gioconda es la Virgen María. De fondo también gravita la nostalgia por regresar a un estado de Cristiandad, donde el poder de la estructura eclesial era ley y orden, y el clericalismo el rasero del poder social. Tomará tiempo superar esos vicios. Todavía hay iglesias adornadas con la flor de Liz, símbolo del absolutismo monárquico francés y obispos, curas y laicos llorando por la exhumación del jefe del Escorial.

El cristianismo es mestizaje cultural entre la tradición judía y la griega, basta con evocar a Pablo predicando en el Areópago de Atenas sobre el dios no conocido (Hechos, 17:23), que el nuevo testamento fue escrito en el griego helenístico (koiné) y que todo el pensamiento teológico y filosófico del cristianismo ha girado en estos dos milenios en torno a los dos colosos del pensamiento griego clásico: Platón y Aristóteles. Por supuesto esto no dice nada para los “ofendidos” de las redes sociales que no han estudiado -ni lo harán- nada parecido a un libro o un artículo científico, y leen la Biblia como la prensa del día.

Que pasara en París tampoco es fortuito. Justo hace un mes Francia derrotó a la extrema derecha de manera dramática y la fiesta olímpica de la libertad, la diversidad y el diálogo entre culturas les cae como purga de ricino a los sectores reaccionarios -de Francia, de Milei, Trump, Vox, etc.- y por eso hemos visto tantas expresiones de racismo contra jugadores de futbol de origen africano que juegan en las selecciones europeas (lo de la selección argentina en Miami es vergonzoso). El ideal “deportivo” para esos sectores autoritarios son las olimpiadas nazis de 1936, por eso odian visceralmente la aparición de los Owens que desdibujan el cuadro ario.

Que Axelle Saint-Cirel interpretara las dos versiones de la Marsellesa y que un grupo LGBTQ realizara una performance de La fiesta de los Dioses no iba a pasar desapercibido por los sectores más reaccionarios y fue cuando se montó el tema de la ofensa contra el cuadro de Da Vinci para tocar la sensibilidad de creyentes incautos. Y ocurrió justo cuando la prensa comenzó a destacar la presencia del Opus Dei en el diseño de la agenda reaccionaria para un eventual triunfo de Trump en Estados Unidos conocida como Proyecto 2025. Propuesta tan monstruosa que ni el mismo Trump se atreve a defenderla públicamente.

Mientras algunos creyentes (de corazón, no lo niego) se ofenden por lo que suponen la parodia de un cuadro de un pintor italiano -hermético, no cristiano-, y ni se sorprenden de la agenda de muerte que sectores cristianos impulsan en Norteamérica, la disonancia con el Evangelio es evidente. Sacar a la humanidad de la cueva de las redes sociales será una tarea titánica, del mismo grado de trascendencia que la postulada por Platón hace 25 siglos en el libro séptimo de La República o el sermón de las Bienaventuranzas (Mt 5, 1; 7, 28).