Cataluña, junto con el País Vasco, son las autonomías españolas con una historia secesionista más intensa frente al Reino de España. En los últimos 500 años muchas son las ocasiones en que buscaron ser soberanas y ambas tienen del otro lado de los Pirineos núcleos fuertes de la cultura vasca y catalana respectivamente. Los gallegos han preferido, en cambio, dirigir España.

Una anécdota: fue en Barcelona donde el Rey Fernando -llamado el católico- fue herido por un campesino el siete de diciembre de 1492 y por ese motivo trasladado al Monasterio de San Jerónimo de la Mutra, en Badalona, en ese entonces un pueblo cercano a la ciudad condal. Al regresar Colón de su primer viaje tuvo que trasladarse hasta dicho Monasterio a darle la noticia de “su descubrimiento” a la pareja real y allí conoció a Fray Ramón Pané. El relato muestra que finalizando el siglo XV, cuando todavía no existía el Reino de España, muchos catalanes no toleraban el sometimiento a un soberano extranjero a su país, no olvidemos que 20 años antes había concluido la Guerra Civil Catalana (1462-1472), no así el espíritu separatista.

El hecho más trascendental que abre la situación actual ocurrió el 27 de octubre de 2017 cuando se aprobó en el Parlamento de Cataluña la declaración unilateral de independencia, que no fue reconocida por ningún Estado del mundo. El acto duró minutos y de inmediato el Estado Español desconoció esa proclamación porque -al igual que en todos los Estados del mundo (no conozco excepción alguna)- no existe norma constitucional que posibilite la secesión de un fracción de su territorio. Los casos siempre son violentos y en el marco de guerras sangrientas, a excepción de Checoslovaquia, que en 1992 mediante un diálogo pacífico los principales líderes de esa nación separaron su país en dos: La República Checa y La República Eslovaca. Un divorcio en buenos términos.

Cataluña, con una población sobre los ocho millones y un territorio de 32,000 kilómetros cuadrados, con poco menos del 20% del PIB español, ha visto surgir con fuerza una agenda independentista en la última década y proclamas de defensa de la lengua catalana frente al castellano. Lejos de estar en su cúspide, o en ascenso, esas demandas por la secesión y la lengua vienen decayendo. Los hechos de la década pasada ahuyentaron a muchos capitales y compañías de gran importancia que movieron su residencia fiscal a otras zonas de España. Eso ha impactado el mercado laboral a la baja, salarios mileuristas o de menor valor, escasez de rentas de viviendas a niveles que no se pueden pagar con un salario (muchas veces ni con dos) y una gran cantidad de jóvenes adultos que no logran encontrar su primer trabajo y permanecen refugiados en las casas de sus padres o abuelos. ¿Resolverá eso el catalán o la independencia?

El independentismo está dividido en más de cuatro formaciones partidarias y surgen nuevas. Entre ellas los conflictos son de tal intensidad que no se explica que busquen el mismo objetivo. Quizás es cuestión de egos entre sus dirigentes, o las propuestas que imaginan una vez conseguida la separación de España y por extensión de Europa. Se ha llegado al extremo de posturas como la alcaldesa de Ripoll, Sílvia Orriols, que anuncia el exclusivismo del catalán y la expulsión de todos los migrantes sin papeles, una postura de extrema derecha.

Una reciente encuesta Òmnium muestra una clara tendencia de los jóvenes, más los chicos que las chicas, a desvincularse del tema lingüístico y el soberanismo. Los migrantes de otras partes de España, América Latina, Asia o África, aprenden el castellano y escasamente balbucean algunas expresiones del Catalán. La obsesión por el idioma, e imponerla en la educación y la vida social, lejos de ayudar a su difusión, genera aversión. En una Europa políglota la insistencia en el monolingüismo está llamada al fracaso. Basta recorrer las calles de Barcelona y andar en el Metro y lo que uno oye es castellano y hasta muchos hablando inglés. La fuerza del catalán como lengua exclusiva tiene mayor presencia en la zona rural, los jubilados, y la clase media y media alta, pero no necesariamente en sus hijos y nietos. Al momento actual en Cataluña hay más habitantes cuya lengua materna es el castellano que los que tienen el catalán. Según el Instituto de Estadística de Cataluña en el 2021 poco más de 2 millones tienen el catalán como lengua inicial.

Para las elecciones del 12 de mayo los socialistas obtendrían la mayor cantidad de puestos en el Parlamento, más de 40 escaños. Las dos formaciones independentistas de mayor popularidad (ERC y Junts) obtendrían cada una menos de 30 escaños. La derecha, sobre todo el PP y Vox, sumarían unos 23 escaños. Con 135 escaños en el Parlamento, el número clave es 68, y por lo visto las alianzas definirán quién gobernará Cataluña. Si las propuestas independentistas siguen deteriorándose a nivel social y electoral estas elecciones lo mostrarán, salvo que ocurra una gran abstención de los jóvenes y de quienes consideran que la política que demanda el momento está al margen del conflicto lingüístico y la pretensión de una independencia, en tal caso lucirán más fuertes de lo que son.

Una línea de análisis, para mi más inteligente, es que esos tópicos sobre el catalanismo y la secesión del resto de Europa es más un ardid populista de una camada de líderes políticos que están entrando en el ocaso de su relevancia social. La propuesta de independencia ha llevado a gran parte de la sociedad catalana a un cul de sac, despolitizando a muchos para que olviden sus verdaderas necesidades. En ese terreno medran agendas autoritarias y racistas, como la de la alcaldesa de Ripoll, que siguiendo su argumento terminaría estableciendo un listado de los “verdaderos catalanes” y fácilmente de ese paso se desliza a una Conferencia de Wannsee (1942). Por suerte ese grupo es una ínfima minoría en el nacionalismo catalán.

Las lenguas se desarrollan y ganan hablantes en la medida que son atractivas para el comercio, la cultura y el intercambio. Pienso en un caso como el de Puerto Rico donde el independentismo ha caído a porcentajes mínimos, pero la lengua española sigue viva y fuerte sin ningún tipo de imposición, simplemente por su atractivo para los jóvenes (Bad Bunny, Daddy Yankee, o la pegajosa canción Despacito). Siempre el bilingüismo es superior al monolingüismo, y lo ideal es el multilingüismo. En un escenario como el nuestro en el Caribe todos los habitantes en el gran arco antillano deberíamos poder comunicarnos en castellano, inglés y francés.

Cataluña merece una política plurilingüística y que la fortaleza del catalán dependa de su productividad cultural con visión universal, ya que el tribalismo es reaccionario por definición. De lo que se trata en Cataluña es de avanzar hacia el siglo XXI y no dejarse arrastrar hacia el XIX. Los resentimientos históricos no sirven para una mayor democracia, prosperidad y libertad.