En la década de los 70, la periodista compromisaria del nazismo y, luego, importante asesora de la democracia cristiana alemana, Elisabeth Noelle-Neumann, publicó un libro titulado La espiral del silencio. Opinión pública: nuestra piel social. En esta obra, Neumann aborda el problema de cómo la opinión pública, aquella que puede expresarse sin recibir represalias, configura los comportamientos de la ciudadanía. (https://es.scribd.com/document/220570374/Noelle-la-espiral-del-silencio-pdf).
El núcleo de la cuestión es cómo las personas pueden inclinarse hacia una determinada perspectiva por el temor a ser “excluidos” o aislados del grupo. Neuman considera que es más probable que aquellos individuos con menor autoestima o confianza en sí mismos terminen aceptando el clima de opinión predominante. Desde la perspectiva nazi, aprovechar esta debilidad psicológica “innata” era fundamental para articular un movimiento de masas.
Este aspecto es fundamental en regímenes políticos totalitarios, pero podemos aplicar el concepto a sociedades democráticas.
Desde el punto de vista electoral, la disposición de muchas personas a aceptar las actitudes predominantes de un entorno favorece las propuestas políticas que parecen ser las mayoritarias, independientemente del fundamento o de las implicaciones éticas de las mismas.
Si esto es así, para un partido político crear la percepción de ganador es más importante que presentar un programa de gestión gubernamental o presentar argumentos racionales a favor de una determinada concepción del mundo.
En sociedades de la precariedad, donde la mayoría de la ciudadanía se encuentra en una situación de incertidumbre económica, social, judicial y política, “sintonizar” con el ganador no es una cuestión deportiva. Si el empleo con el que garantizo el sustento de mi familia, o la beca con la que estudia mi hijo depende del favor de los ganadores del botín político, entonces es importante que me identifique con el clan ganador y que silencie cualquier tipo de discrepancia o disenso estructural.
En este sentido, en sociedades formalmente democráticas, pero con el lastre de la marginación económico-social, el silenciamiento puede provenir no solo de un temor a ser aislado desde el punto de vista psicológico, sino también de la ansiedad generada por la posibilidad de ser excluido económica y políticamente.