Con Gaza y Beirut en el corazón

El odio es el sentimiento más contagioso y destructivo de todos, especialmente cuando se repite y se propaga una y otra vez. Nos convertimos en receptores de ese odio, que se instala sin ser cuestionado. Es una distorsión insidiosa de la verdad, tergiversada de una forma tan perversa que terminamos creyéndola. Así, el odio nos impulsa a crear un “enemigo” al que culpamos de todas nuestras desgracias colectivas. Dirigimos nuestro odio hacia esa figura; la ridiculizamos, despojándola de humanidad, para actuar sin piedad en su contra.

La ira y la rabia, hermanas del odio, nos ciegan, impidiéndonos razonar. Estas emociones generan una gran energía de descarga hacia el objetivo y creemos que, al volcar ese odio, todos nuestros problemas se resolverán. Pensamos: “Todo va mal por culpa de ese enemigo; el otro me quita lo que me corresponde; el otro es malo y por eso carezco de lo que necesito”. Este impulso irracional nos domina con tal fuerza que terminamos como una masa irreflexiva, que no cuestiona nada y cree que lo cuestiona todo, que ve mala intención en todo acto; y se duda de todo, de la ciencia, de la política de la información…

De este odio nace la sospecha hacia lo institucional, hacia la evidencia científica, incluso hacia la medicina. Un ejemplo es el escepticismo sobre las vacunas, que ahora son vistas con una desconfianza sin fundamento. Así, la masa, en el ejercicio de una “libertad” mal entendida, cuestiona todo, incluso sin motivos válidos.

Hace unos días, a raíz de la tragedia climática en Valencia, vimos un episodio de este odio irracional dirigido hacia el presidente del Gobierno español, “Perro” Sánchez, como le llaman quienes se han dejado llevar por este virus de odio, que actúan sin respeto hacia las instituciones democráticamente conformadas. No respetan y deslegitiman permanentemente el orden político e incluso la propia Carta Magna; toda su gestión es cuestionada con una intensidad de odio sin precedentes en la política española democrática.

Este odio irracional y frontal se alimenta de los sectores de extrema derecha y cuenta, además, con el respaldo tácito de una derecha “moderada”, a la que llaman “cobarde”. Así, la cuna de la cultura europea parece ahora un escenario donde todo acto se cuestiona sin base racional, producto de un contagio masivo de odio social que nubla la capacidad de análisis.

Hoy atravesamos las fases del odio en un ciclo interminable, en un ascenso continuo hacia estallidos que nos mantienen cegados. Nos urge una “vacuna” contra este “virus”, porque la sociedad española está atrapada en una marea de odio insoportable.