Hace muchos años, historiadores antiguos nos hablaron de un clima que todos los dominicanos conocemos. El intenso sol era una de las características de ese anuncio histórico, así como las intensas lluvias que caen cada año.

Como muestran los reportes de milímetros de agua caídos cada año, en algunas regiones del país hay una alta pluviometría, dato importante que nos podrían ofrecer en el Centro de Operaciones de Emergencia (COE) o en la Oficina Nacional de Meteorología (ONAMET). Unos más que otros, los investigadores conocen esos parajes y han hecho crónicas pero también es cierto: no todos los protagonistas ofrecen su versión sobre los desastres ocasionados por las lluvias: un puente que se cae, un vendaval que rompe cristales y arruina sembradíos.

Al correr de los siglos, es de entender que en las crónicas antiguas se nos diga que había épocas del año en las que teníamos fenómenos como los ciclones y otras en las que las sequías nos azotaban. Los modernos sistemas de irrigación luchan con esta realidad. Esperando la mano del especialista, en alguna oficina reposa el dato del número de canales de riego que recorren toda la geografía nacional hoy.

Desde hace millones de años, hay zonas como la intrincada Cordillera Central donde se producen magias naturales: una peligrosa neblina, un arcoíris por allí, un chaparrón momentáneo por allá.

Como normalmente pueden ver los viajeros que recorren nuestras carreteras durante todo el año, hay un movimiento económico notable en algunos pobladitos. A orillas de la carretera se sacan productos de la más diversa índole: fresas por allí, apio por aquí y jengibre como sucede en la carretera de Constanza, para solo citar un ejemplo.

No tenemos a mano todo el inventario de todas las temperaturas que en todas las temporadas del año se escenifican en todos los pueblos profundos de la zona montañosa de la Cordillera Central. Material para estudios mayores, tener esas cifras sería algo reconfortante para el viajero entrenado.

Una consideración notable: aparte del hecho de las regiones desérticas del lado occidental de la isla, en una misma temporada del año tenemos un clima frío en las zonas profundas del Cibao Central en su zona montañosa y un clima caluroso en las zonas de playa comenzando por Puerto Plata, recorriendo toda la costa hasta terminar en Bávaro, en la costa este.

Pronto se dará el fenómeno de que los turistas sean atraídos no solo por las playas sino por esta diversidad que como hemos dicho es un atractivo para el mismo ciudadano dominicano.

En algunos textos, es notable que viajeros que vinieron al país en el siglo diecinueve y veinte tuvieran una visión crítica de nuestro clima.

Máquina para muchos ingresos, en la mayoría del tiempo del año tenemos calor en nuestras playas. Por el contrario, el ciudadano norteamericano vive en su país un intenso invierno, algo que lo hace huir en busca de climas más cálidos. Los organismos de emergencia dominicanos tienen la intención cada año de emitir alertas en temporada ciclónica. En las crónicas históricas se nos narra esta diversidad del clima nuestro. Algunos podrán especular si nuestro clima es el mismo que el que vio Colón o Robert Hermann Schomburgk, con todo el cambio climático que ha habido y con la interacción de la mano del hombre con la naturaleza.

Con cierto nivel de investigación sobre su isla, el capitaleño de alguna forma conoce el interior aunque conozco personas que no han ido nunca al Cibao. Un gran regalo de los dioses, el sol candente de la zona este en las playas es un motor que mueve la economía: vendemos sol, arena y mar.

El lado oeste de la isla tiene el mismo sol y no son pocos los que piensan que para desarrollar el suelo haitiano sería necesario utilizarlo con apoyo de los políticos.

En las últimas décadas, la manera de estudiar el tiempo ha cambiado: nuestros abuelos tenían termómetros para medir la temperatura, unos largos artefactos colocados en una pared. Eventualmente, al pasar se chequeaba, lo mismo que hace uno ahora en los motores de búsqueda del Internet.

El clima es analizado con cuidado por nuestros organismos y podemos detectar la llegada de los huracanes cada año, ciertamente que con la ayuda de Miami.

Desde otros siglos, las crónicas históricas están repletas de cuentos sobre los huracanes que nos han atacado desde tiempos coloniales. En otras épocas del año, el clima puede ser soleado en la Sierra de la Cordillera Central pero cuando la lluvia dice que caerá no hay de otra: sacar capotes, jackets y abrigos y paraguas. La mayor parte del año se percibe un clima agradable aunque tenemos un nuevo fenómeno que nos ataca: el polvo del Sahara que viene todos los años a molestar el ambiente.

Como dijimos atrás, el atractivo de las playas se ha convertido en una maquinaria económica que se nutre de los continuos viajeros que vienen de todas partes. Estos aprovechan el clima cálido para tostarse la piel y para muchos, no tenemos la cifra, pero debe existir en Migración, se ha convertido en costumbre cada año, lo que engrosa las arcas nacionales.

Año tras año, los que repiten son muchos: algunos vuelven a los mismos lugares, pero otros tienen un mapa en la mano y deciden experimentar con otros parajes. Al cabo del tiempo, ciertamente que el ciudadano capitalino se ha dado cuenta que sus amigos pueden ser que viajen más al extranjero que lo que lo hacen en su propia isla: esto es un fenómeno antropológico moderno que debe cumplir con la mirada intencionada.

¿Qué más interesante saber y presenciar la manera que en una carretera ese muchacho vende fresas para ganarse la vida? ¿Qué más interesante que sentarse en un restaurante criollo para comer lo local? Nuestras riquezas tienen un desiderátum evidente: debemos preservar ciertos enclaves. Nuestros parques nacionales son otra fuente de turismo y por esta razón muchos ven en sus viajes al interior que hay un montón de paisajes que solo verlos vale el precio.

El viajero ocasional tiene claro que ha decidido mudarse a un pequeño pueblo del interior del país y allí celebrar la vida con un pequeño negocio. Las historias a rescatar de estos empresarios modernos, que se nutren de la banca nacional, son muchas y deben ser escuchadas con la misma intensidad con la que se espía una conferencia en las redes sociales.