Saber que venimos, no sabemos de dónde, y que nos vamos, tampoco a donde, es posiblemente la particularidad más “sinsalobreada” de la vida.

Llega un momento que nos olvidamos de “ese detalle” y continuamos nuestro rumbo como si nada. Vivir es un asunto sencillo y complicado. Todo será de acuerdo a cómo nos lo tomemos…

Estamos conscientes y a la vez no de que, desapareceremos y en consecuencia, ¡todo desaparecerá!

Inconscientemente, estamos programados para “disfrutar” de la compañía de los que están a nuestro lado. Y muy dentro de nosotros, abrigamos una “certeza” de que “siempre” estaremos juntos. Así sea en el más allá.

Desarrollamos un cariño y un amor que en “realidad” tampoco sabemos de dónde surge. Ese sentido de pertenencia dado en el subconsciente como si fuéramos dioses capaces de “crear” lo que no sabemos cómo lo creamos.

Y así continuamos un camino ciego, un camino desconocido, pero en el que ya estamos y ¡ni idea tenemos como llegamos! Somos marionetas, zombis que vivimos porque si… Por ahí andamos de pretenciosos, intentando sobresalir e impresionar como si “eso” nos alargara o dará más tiempo.

Nos engañamos inconscientemente porque “creemos” que “alguien” nos tendrá piedad y evitara que moramos.

El viaje de la vida es brutal. Sencillamente necio y estéril.

Desarrollamos proyectos, soñamos bienestar, buscamos comodidades, anhelos y “concretamos” estructuras materiales que serán abandonadas.

Parecemos borrachos disfrutando de su última noche, su último trago. Brindamos al futuro que nunca deseamos que avance. Quisiéramos detener la vida y su constante deterioro.

Somos carne destinada a secarse y podrirse. Un macabro destino para una mente eterna que paradójicamente solo se libera en ese trance mortal.

Nos vamos cansando a medida que envejecemos y el cuerpo se nos convierte en una carga que deseamos abandonar. Todo lo logrado se nos envanece y vemos cosas más sencillas que ahora son más importantes.

Sí, perdemos mucho tiempo en proveernos de absurdos. Pero, ¿qué es en realidad lo importante? ¿Nosotros o nuestros deseos? Lo interesante de ello es que ni siquiera sabemos que somos nosotros y mucho menos los otros…

Si alguien me dijera que sabe quién es solo porque le dieron un nombre para “clasificarlo” y no confundirlo de los demás, no me estaría dando la respuesta que busco.

Yo he pensado toda mi vida que soy Máximo y en las postrimerías del camino me doy cuenta de que soy ¡mínimo! Y ya estoy dudando de los dos y pienso que soy “otro” que anda distraído en un sueño insistente, petulante y ambicioso.

Un sueño que no tiene pausa y que cuando despiertas no recuerdas nada, como suelen ser los sueños terrícolas.

Un sueño, que involucra a otros a soñar contigo cada mañana cuando despiertas.

Que se alimenta de egos porque los necesita para sentirse mejor, ya que son “cualidades” dadas a este. Dentro de mi turbada y rebeldemente de "revolucionario espiritual” me rebelo ante estos esfuerzos carnales y sus “características” salvajes de ser.

Pienso que la vida en verdad no es vida, sino más bien una muerte anunciada, un sendero brutal de consecuencias sin sentido lógico.

Pero esas son “mis teorías” y especulaciones ante lo limitado que somos “fabricados” para “existir”. Dentro de “esas” características se nos “inserta” un “bloqueador” en nuestra mente que no nos permite vernos y reconocernos y descubrirnos.

¡Sigamos pues! No importa el nombre, ni el disfraz, ni lo poco o mucho que tengamos. Nada es cierto, ni usted, ni yo, ni el cielo o el planeta.

La experiencia quizás prevalezca en la real consciencia cuando despierte y allí, tal vez reconozca, que ha tenido un viaje sencillamente brutal llamado vida. ¡Salud! Mínimo, Máximo o Medio caminero… o tal vez ninguno… ¡quién sabe!