Introducción
1.-Para aquellos de mis descendientes que, si no me quieren, por lo menos me toleran como soy, hace un tiempo escribí y publiqué el libro: “Parte de mi vida, para mis hijos, nietas y nietos”.
2.- Con el citado texto no procuro generar pena ni sensiblería en aquellos que por accidente y con pesar llevan mi apellido, sino motivarles a reflexionar sobre lo difícil que fue mi niñez.
3.- En un artículo pasado expuse las vicisitudes que pasé para comer en el curso de mi infancia. Ahora publico las complicaciones para vestir.
I.- El vestir y las clases sociales
4.- En toda sociedad civilizada, andar bien o mal vestido, al margen de todo esnobismo, responde a una posición de clase social.
5.- Conforme el desarrollo de la humanidad, y los métodos para producir de acuerdo con el contenido de la época, los seres humanos han tenido la necesidad de cubrir su cuerpo con algo que les sirve como ropa, tomando en cuenta clima y clases sociales.
6.- El vestir forma parte como complemento de la vida en sociedad; la vestidura llega, en determinado momento, a marcar un signo de clase social, de progreso o atraso económico. La vestimenta sirve para conocer la ubicación de una persona en el ordenamiento social.
7.- El atuendo que lleva un hombre o mujer lo define como rico, muy rico, de clase media, pobre, muy pobre o marginado social.
II.- Mi bautizo y los zapatos
8.- Particularmente yo, de la palabra ropa no tengo buenos recuerdos en la etapa de mi niñez, porque el vestir me hizo pasar momentos difíciles, amargos, desagradables, como se evidencia por los episodios que narro a continuación, y comienzo con lo que me ocurrió con los primeros zapatos nuevos que iba a usar en mi vida.
9.- Mamá decidió que mi hermana Mercedes María y yo, fuéramos bautizados en la religión católica el día 25 de diciembre de 1946. Para tales fines, nos puso en manos del Padre Fortín, en la iglesia La Altagracia, en Santiago, para esa época ubicada en una casona de madera, sita en la acera norte de la esquina formada por las calles Del Sol y Luperón, en el mismo lugar donde está ahora el canal 55 de televisión.
10.- La ropa que llevaría puesta para el bautizo la adquirió mamá, de medio uso, con una amiga. Los zapatos me los hizo mi tío Manuel, hermano de mi madre, quien para esa época tenía como oficio zapatero.
11.- Pero, desagradable sorpresa. Cuando procedí a ponerme los zapatos, los mismos no me sirvieron, me quedaron estrechos, y como ya el bautizo mío y de mi hermana estaba organizado, me vi obligado a irme descalzo para la iglesia.
12.- Ante semejante situación, mamá me dijo: “Negro, si alguien en la iglesia te pregunta por qué estás descalzo, tú respondes: “fue que mi mamá hizo una promesa de que si llegaba con vida a los ocho años de edad, ese día sería bautizado sin zapatos”.
13.- Por coincidencia, ciertamente el día de mi bautizo cumplía ocho años de edad, y por suerte nadie me formuló pregunta alguna. La ropa que usé en mi niñez casi siempre fue de medio uso.
III.- La ropa usada y las camisas
14.- Resulta que mamá lavaba y planchaba para varias familias en Santiago y recibía de ellas en donación piezas usadas de niños.
15.- Uno de los hogares a los cuales mamá prestaba servicios como lavandera y planchadora en Santiago, era a la familia Cocco, que vivía en la calle Del Sol, casi esquina Benito Monción, entre el Club Santiago y la Panadería Sarnelli.
16.- Miembros de los Cocco son Manuel y su finado hermano, mi amigo entrañable Miguel Cocco. He aquí un recuerdo desagradable en mi niñez con el asunto del vestir: Resulta que la madre de los Cocco le regaló a mamá, para mí, un hermoso traje de marinero; me lo puse un domingo, salí por el barrio, muy orondo, sin zapatos. Uno de mis amiguitos, Julito Mosquea –Camiguama– una vez me vio, dijo:
17.- “Ahí viene Negro Veras con un trajecito usao y descalzo”. Por las palabras que escuché, pronunciadas por Julito, sólo atiné a regresar de inmediato a mi casa; le narré a mamá lo que me había dicho Julito, y ella me respondió: “Negro, no le hagas caso, eso es envidia. No vuelvas a pasar por donde están esos muchachos para que no te jodan”.
18.- Por lo regular, las piezas de vestir de niños que a mamá le regalaban sus clientes, eran camisas, las cuales llegaban a ser de mi uso. Siempre quise llegar a adulto para estrenar camisas escogidas a mi gusto en calidad y colores. Después que trabajé y gané dinero he sido un testarudo comprando camisas.
19.- No me preocupo por ir a las tiendas y adquirir zapatos, pantalones o cualquier otra pieza de vestir, pero las camisas las busco como agujas, las disfruto hasta viéndolas en los escaparates.
20.- Hablando de mi vestir, y en particular de las camisas, Sara Pérez, una de las mujeres más talentosas del país, escribió: “Privonísimo, como todo buen santiaguero que se precie de ser tal, tiene su vena de dandy. Le gustan las corbatas bellas y finas y las camisas primorosas. Se pone cualquiera que sea aceptable, pero feliz, realmente feliz, lo hace una corbata Charvet, hecha a mano en Francia o una camisa de la casa Turnbull & Asser de Londres”.[1]
21.- Sara ha sido testigo de que en varias ocasiones, estando ambos presentes en una tienda cualquiera en Filadelfia, desde que veo una camisa bonita, de inmediato le digo: Sara, esta camisa no puede quedarse aquí, me la llevo de regalo para Negro Veras. Y hablando de las camisas, debo decir que no solamente las disfruto llevándolas sobre mi cuerpo, sino que me siento bien viendo a mis amigos llevando esa pieza de vestir con colores alegres, y más si ha sido un regalo mío.[2]
Idea final
22.- Todavía hoy, en mi tercera o cuarta edad, sigo enamorado de las hermosas camisas, de ahí que las veces que tengo la oportunidad de visitar la ciudad de New York, no dejo de ir a Macy’s a comprarlas de la colección Tasso Elba.
[1] El Nacional, 5 de febrero de 2006
[2] (Este escrito, desde el párrafo número 4 hasta el 21, ha sido tomado del libro de mi autoría: Parte de mi vida, para mis hijos, nietas y nietos, páginas 41, 42 y 43).