Sentado en un banco de una pequeña plaza al cruzar la calle, para mirar la puesta de sol de una tarde otoñal y una que otra paloma que buscar restos de alimentos, escuché a mi lado a dos enamorados hablar de Gandhi. Para ellos como referente de paz, amor y logros pacíficos. No pude dejar de enternecerme de tal diálogo, y participar de esa felicidad inicial que disfrutan todos los enamorados, pero que se resquiebra con facilidad pasmosa.

Lamenté que viviesen en dos burbujas. La primera la del amor (remediable con el tiempo), y la segunda (remediable con el conocimiento) de que creer que Mahatma Gandhi era aquello que ellos pensaban, ese ser con un aire de pureza que lo hacía casi etéreo.

En ese momento me pasó por la mente cuál era el verdadero Mahatma, venerado en su país, La India.

Al igual que esa pareja de enamorados, muchos ven a Gandhi como un revolucionario con logros cualitativos y que representó la cumbre del pacifismo. A mi juicio, a este personaje es simplemente un independentista que expulsó a los Ingleses de La India, pero cuyos logros en materia social dejan mucho que desear.

Gandhi liberó un país. Y, en lugar de poner en prácticas reformas y políticas públicas para poner fin a siglos de injusticias, repartió la patria a las élites y castas superiores. Y lo que es peor:  les inculcó a las mayorías y a los miserables que lo seguían un espíritu dócil, servil, pacifista y la no violencia contra los violentos que dañaban y afectaban sin ningún tipo de conmiseración sus vidas.

“El más grande” les arrancó con ese discurso lo más importante que debe tener un ser humano para defender su derecho de vida: La rebeldía, como voluntad para exigir lo que le corresponde por ley, por justicia social y humana.

En el libro de Gog, publicado en el 1931, y el cual consta de 70 relatos, el escritor italiano Giovanni Papinni nos muestra en la voz narrativa del personaje al otro Gandhi, al inglés, al político, al que tuvo como maestro a Platón, al que leyó a Emerson (gran referente del ciego argentino Jorge Luis Borges, que vio hasta tantas leguas), el Fausto de Goethe y al que admiró a Robespierre, líder de la Revolución Francesa. Según Papinni el Mahatma sabía que la espiritualidad de los indios los apartaba de lo material, de lo humano, pues sólo buscaban lo espiritual, y eso fue lo que capitalizaron los ingleses para su dominio.

Mahatma Gandhi con vestimenta occidental.

Gandhi era más inglés que todos, creció y se educó en Londres. Era en esa época un señorito más, con todo lo refinado del saco y la corbata que ello implicaba. Fue con los europeos que aprendió el valor de la libertad. Después de la muerte del Mahatma, La India sigue siendo un país muy rico, séptima economía del mundo, con un índice de pobreza de 88.4, que vive con menos de 1.9 dólar al día, una extrema pobreza muy alta dividida entre malditos y despreciables y un grupo de benditos que lo merecen todo.

Si analizamos al Mahatma Gandhi con conciencia, el resultado será que es solo un líder que pasa a la historia con muchas penas y sin gloria, sin aportes sociales cualitativos para su pueblo, sin reivindicaciones de ningún tipo, sin nada de nada para los descamisados, esos de estómagos vacíos, pero con paz y amor.

Por eso ahora que escribo estas notas, vuelve a pasarme por la mente aquella pareja de enamorados, y sus voces dulces con las que evocaban al Mahatma. Volveré al parque, no a contemplar las palomas ni a observar otra hermosa tarde más de un crepúsculo, sino a decirles a ellos que el Mahatma no es lo que ellos pensaban, que se sacudan e investigen para que conozcan al verdadero, para que sigan viviendo en la burbuja del amor, pero no en la que es peor: la de la mentira.