Como ha pasado desde la década del 80 con los procesos constructivos de los proyectos hoteleros de Punta Cana, CapCana y Bávaro, provincia La Altagracia, extremo este del territorio dominicano, decenas de obreros haitianos ya son pilares vitales en el levantamiento de infraestructuras del nuevo destino Cabo Rojo, 23 kilómetros al sureste de la ciudad Pedernales, la más austral y fronteriza con Anse -a- Pitre, una comuna del distrito Belle-Anse, Haití, donde la pobreza extrema tocó fondo hace siglos.
En el caso de la comarca oriental, el sentido común de los migrantes económicos les mandó a buscar espacio para vivir en las cercanías de los centros de trabajo, y, como no podían de otra manera, crearon favelas y cargaron sus familiares y se multiplicaron sin control y sin servicios básicos ante la indiferencia de la autoridad nacional.
La travesía es de al menos 500 kilómetros desde cualquier punto de su país hundido en el caos económico, político y social y en el irrespeto por la vida. Imposible el regreso cada día a su Haití. Ante la permisividad gubernamental, halló cabida temprano la ley del menor esfuerzo.
Sembrado y abonado, el caos creció y se agigantó con los años de indiferencia oficial. Ahora, embarazados de asombro, todos desorbitamos los ojos y, como decíamos en Pedernales, “espenancamos” la boca, advirtiendo sobre inseguridad, enfermedades y reclamando orden por la situación en Bávaro, Hoyo de Friusa, La otra banda, Mata Mosquito, Verón.
A partir de esa experiencia, es muy probable que la de Pedernales sea igual o peor si no llega el despertar temprano. Un despertar que nada tiene que ver con vocinglerías de ocasión ni con violencia contra migrantes. Mucho menos si son migrantes económicos.
Entre Pedernales y los pueblitos del sur de Haití a lo largo de 40 kilómetros ya no hay distancia. Bastan unos cuantos pasos para estar en RD. Incluso, para los obreros de la construcción haitianos llegar a Cabo Rojo no sería mayor problema. Son resistentes y hasta a pie recorrerían dos docenas de kilómetros. Podría ir cada día a los centros de trabajo y regresar a su país, pero luce que la idea es otra. Ya forman suburbios.
El Gobierno construye una verja en la frontera con Anse -a- Pitre, pero quedan las montañas de Sierra del Baoruco y la frontera marítima. Por la sierra cruzan “como Pedro por su casa”. Por el mar, frecuentan hasta islas Beata y Alto Velo y el islote Los Frailes y más allá. Los pescadores de Pedernales les ven a diario, a cualquier hora. En la ciudad, se ven por doquier como venduteros, motoconchistas, niños mendigos y hasta niñas ofertando sexo.
Y en las comunidades agrícolas hace años que dominan en población.
En el distrito municipal José Francisco Peña Gómez, en las lomas, y en Las Mercedes (cerca de las minas de Cabo Rojo) el caso es dramático y amerita urgente reflexión para anteponer estrategias de repoblación dominicana y convivencia, sin violencia.
Según estimaciones, en las comunidades La Altagracia y Mencía (antigua Flor de Oro), el 90% de la población es haitiana; Aguas Negras, 85%; Las Mercedes, 95%.
En cuanto a la matrícula estudiantil, entre 90 y 97 por ciento. Mientras, las escuelas de los parajes Los Arroyos, Ávila, Higo Grande y Sitio Nuevo, están copadas al 100% por extranjeros. Las Unidades de Atención Primaria de Aguas Negras y Mencía, sobre el 95 por ciento de los servicios.
El desarrollo de los complejos hoteleros de Cabo Rojo, la construcción del aeropuerto, la reconversión del puerto en terminal turística, las carreteras y otras infraestructuras necesarias para el destino demandan mano de obra dura que, en gran mayoría, desempeñan haitianos.
Y eso agrava la presión migratoria. Cada día llegarán más desde Haití, pero también es muy probable que muchos regresen a trabajar desde la provincia turística La Altagracia, si la miseria les sigue agobiando en la periferia y perciben futuro menos azaroso y cercanía con su comunidad.
Pedernales urge de las sinergias del Gobierno, las organizaciones representativas y profesionales para un análisis serio sobre la situación actual y perspectivas de las migraciones de cara al destino turístico.
Los migrantes económicos de cualquier país no son malos per se. Pero debe haber orden, políticas bien definidas para que evitemos que la provincia sea convertida en impenetrables arrabales de cuarterías sin servicios, plagadas de hacinamiento, promiscuidad, drogas y predominio de la inseguridad. Porque la delincuencia de pequeño y gran calado se incrusta en ellos.
Diferente al este, inevitablemente tenemos la frontera en nuestras narices. La presión será pronto mucho mayor.
Si lo sabemos porque vivimos en ella, si tenemos el espejo sobre las inobservancias de planificación en el origen de los desarrollos de los polos de Puerto Plata, en el norte, y del este -comenzando por Boca Chica y Juan Dolio- no hay razón para que, en el pueblo, nos pongamos anteojeras y sigamos hacia el despeñadero.
Evitemos la dicotomía ciudad de lujo-ciudad del padecimiento. Nos dolería eternamente.