No hay un solo modelo de desarrollo económico para las naciones. Los ejemplos son tan diversos como sus estructuras institucionales, normativas, sociales y políticas. En lo que creo que podemos estar de acuerdo es que hay un denominador común para lograrlo: la más pronta y extendida industrialización para generar mayores fuentes de ingresos nacionales y sobre todo de divisas para mantener e incrementar los elevados niveles de crecimiento experimentados hasta ahora.
No son replicables las circunstancias que posibilitaron a los llamados tigres asiáticos superar la pobreza, impulsados por una rápida industrialización enfocada en exportaciones y al mantenimiento de elevados niveles de crecimiento económico desde la década de 1960 y que los han situado entre las naciones más ricas del mundo.
Estos tigres vivían en aquella época bajo la sombra de gobiernos totalitarios y aprovecharon ese momento de la historia en que Occidente les brindó un gran apoyo durante la recordada Guerra Fría. Con una población educada y altas tasas de ahorro fiscal, Hong Kong, Singapur, Corea del Sur y Taiwán dejaron atrás los grandes niveles de pobreza en los que estaban sumidos después de la Segunda Guerra Mundial y lograron insertarse en el momento preciso dentro de los paradigmas emergentes de la industria tecnológica.
Sin duda las circunstancias eran distintas hace 70 años. Sin embargo, dicen los expertos, Latinoamérica puede aprender ciertas lecciones para trazar su propio camino.
Aquí fuimos capaces de aniquilar la dictadura trujillista, primero materialmente y luego hemos ido superando la herencia autoritaria, dando la oportunidad al desarrollo de nuestra democracia, como forma de organización política y exhibiendo avances indudables en el ámbito de los derechos. Pero solo con gran calidad educativa, mano de obra cualificada, la meritocracia como base para la selección de los servidores públicos, con altas calificaciones técnicas, profesionales, humanas y éticas, podremos lograr expandir lo que innegablemente venimos logrando.
Además, podremos alcanzar un avance mucho más significativo y en un tiempo más acelerado si le ponemos el turbo a la Ley de Estrategia Nacional de Desarrollo, instrumento de obligado cumplimiento. El liderazgo gubernamental y empresarial, con una sociedad más comprometida con dicho objetivo, podrán hacer posible una más rápida y segura eliminación de la miseria y de la pobreza, en un marco de seguridad jurídica y libre competencia.