El 4 de agosto de 1946, hace 75 años, el pueblo de Matanzas de Nagua fue impactado por un tsunami generado por un sismo de magnitud 8.0 en la escala de Richter en el océano atlántico, con epicentro en la costa de Samaná. Para el momento del evento el poblado de Matanzas tenía una pequeña población con ciertas características de aldea. Un pueblo creyente en supersticiones e ignorante en estos temas de tsunamis.

El número de muertes y heridos se narran en crónicas, por ejemplo, hay quienes dicen que como consecuencia del acontecimiento murieron 100 personas y hubo miles de familias que quedaron sin techos. Opiniones distintas respecto a la cantidad de muertes, heridos y destrucción han sido escritas en varios medios. El libro del Ingeniero Jesús Reyes Madera recoge informaciones valiosísimas en ese sentido.

Titulado: “El Día del Terremoto del 1946”, la obra contiene informaciones sobre el sismo y posterior maremoto. Los daños ocasionados a los pueblos de San Francisco de Macorís, Samaná, Nagua, Matanzas y Moca. La respuesta del gobierno de ese entonces, y las historias contadas por los antiguos moradores del poblado desaparecido, Matanzas.

El terremoto ocurrió 65 kilómetros adentro del mar y de distancia de la costa; le sucedieron varias replicas, una de ellas de magnitud 7.6 que ocasionó afectaciones significativas.

Por otro lado, la tesis sobre Master en Historia Dominicana, de Liny José Benavides Pereyra, Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD), titulada: “Microhistoria de Matanzas: Maremotos de 1946”, publicada en julio 2018, presenta la entrevista que él hizo al Sr. Oscar Antonio Quiñonez, apodado “Puloso”, y lo expresado por este sobre la vivencia de su niñez relacionada con el hecho y donde narra que la pérdida de vidas en San José de Matanzas fue cero.

Cito: “Leyendo los periódicos de la época me reía cuando veía que salían informaciones de la cantidad de muertes que habían producido los maremotos, cuando aquí en San José de Matanzas no pereció ni un alma”. Termina la cita.

Es posible que el Sr. Oscar, en su niñez, cuando aconteció el maremoto, no haya visto todo el daño provocado por el suceso y las réplicas.  Y por lo que relatan estudiosos del área, los sismos de ese mes de agosto del 1946 tuvieron ribetes trágicos de importancia.  Pocas personas que vivieron la experiencia del hecho existen aún, y los que están con vida, narran lo doloroso que fue ese hecho para sus padres y abuelos.

Entrar por el litoral norte, por la costa donde actualmente se construye el malecón de Nagua, penetrando varios kilómetros adentro, con olas de 2,5 metros, 8 pies de altura, debió ser aterrador para los habitantes de las comunidades impactadas. Tres días después (7 de agosto) otras tandas de olas similares ingresaban nuevamente al poblado de Matanzas.

Según registros históricos, luego de los maremotos, las instituciones del Estado dirigidas por el gobierno del dictador Trujillo, movieron los recursos disponibles y solicitaron que se sumaran a la respuesta las entidades de ayuda humanitaria existentes en ese entonces, entre ellas: iglesias católica y evangélica, así como la Cruz Roja Dominicana y embajadas de países hermanos.

La Cruz Roja Dominicana, fundada 19 años antes de la tragedia, el 15 de abril de 1927, creada bajo los principios del movimiento humanitario y convenios de Ginebra, de los cuales República Dominicana es parte, asumió un papel de primer orden atendiendo a los heridos, destacando con esto la loable labor de los organismos de socorro del país para esa época.

Imágenes de archivos de los periódicos de ese año muestran las casas de campañas, las carpas de los centros prehospitalarios y alojamientos de las familias afectadas; donde el personal de la Cruz Roja Dominicana de entonces prestó servicios médicos y suministros de ayuda humanitaria gestionados localmente y en el extranjero.

Es posible que a 75 años de una tragedia como esa no se piense en la posibilidad de que podría repetirse. Sin ánimo de alarmar a la población, es importante que se piense que puede repetirse ese escenario. Y si pasara en este momento un tsunami parecido al del 1946, las consecuencias serían catastróficas.

Tenemos organismos de emergencias, hombres y mujeres preparados en este tipo de emergencias, sin embargo, la población que reside en esos mismos pueblos ha crecido. Solo en Matanzas existe una población de 10,586 habitantes, según el censo nacional del 2010.  Y por lo desactualizado del censo del 2010, al 2022, doce años después, la población residente es numerosa.

Esto quiere decir que se debe pensar en ir desarrollando programas de preparación y de alertas de tsunamis para los pueblos costeros ubicados cerca de playas (Norte, Sur, Este…)

Es momento de que en Nagua y las demarcaciones que la conforman, se implementen proyectos de alerta temprana de tsunamis, con la intensión de promover en la población la prevención ante un fenómeno de esa índole, y de esa forma mitigar el impacto en una población que crece vertiginosa y desorganizada.