En lo que a la República de Haití se refiere, bien podría decirse en términos populares que este año se reduce a un solo tira y jala. Después de todo, termina prácticamente igual que como empezó, aunque con una notable excepción.
En el frente local, las bandas campean por su respeto. Diversifican tanto su modus operandi, como su respectivo impacto territorial. Por eso mismo no debió de ser sorpresa lo que de hecho lo fue incluso para los centros de inteligencia: el primero en respaldar públicamente la construcción de un canal de riego en las inmediaciones de Ouanaminthe, en la línea noreste haitiana, resultó ser Jimmy Chérizier, más conocido como Barbecue.
Mientras tanto, el gobierno provisional del primer ministro Ariel Henry aprende a dar tumbos, cambiar posturas y facilitar declaraciones circunstanciales. No pocos advierten que se especializa en hacer equilibrios, para no caer, a pesar de que ni siquiera enfrenta a una oposición firme y aunada alrededor de un mismo propósito nacional.
Desde su populoso rincón, el pueblo continúa su penuria cotidiana y la comunidad internacional, luego de aprobar una fuerza de intervención policial solicitada por aquellas mismas autoridades para restablecer cierto orden en las calles, malogra su acuerdo en el terreno de los hechos.
A ese propósito, no se sabe del sinfín de consultas y exigencias que se siguen haciendo, y poco se dice de la oposición interna a la misión internacional en ascuas; entre otros, y por razones diversas, de parte de los integrantes del Acuerdo de Montana.
Lo que sí se sabe, empero, es que durante los últimos 12 meses el tiempo se ha detenido en Haití, tal y como una vez aconteció con la luz solar en el valle bíblico de Ayalón.
He ahí la razón del llamado de atención salido del despacho del secretario general de la Organización de Naciones Unidas, el pasado 7 de diciembre de 2023. No se debió a los encomiables esfuerzos de instancias regionales como Caricom, por ejemplo, sino por la incapacidad de referentes haitianos -activos en y desde Haití- para restablecer sus propias instituciones democráticas.
Queda por descubrir, sin embargo, si dicho clamor fue opacado por el ruido ensordecedor del crujir de tantos dientes en ese lar antillano. Además, si la intención internacional es vana, si los mismos afectados secularmente por tantas rupturas y desavenencias fratricidas no son capaces de ponerse de acuerdo entre sí, difícilmente lo logrará quienquiera imponerle una camisa de fuerza ajena.
En lo que el hacha va y viene, y se aproxima la entrada del año nuevo, la única excepción a ese status quo al que a todos tiene adormece el recurrente más de lo mismo- en Haití, es el dime y direte a raíz del diferendo dominico-haitiano, tras la construcción de un sazonado canal de riego en la cuenca hidrográfica del río Dajabón, a la altura de Ouanaminthe; y el subsecuente cierre de todas las fronteras entre ambos países.
Por el momento, parece ser que se sabe cómo comenzó el incidente, pero no tanto por qué y, menos aún, de qué modo se saldrá del impasse o callejón sin salida en el que se encuentra la situación. Al margen de quien hace el papel de scapegoat o chivo expiatorio, siempre útil para aunar la voluntad colectiva de los unos ante sus adversarios, lo interesante es el tira y jala que predomina entre los dos.
Un día las autoridades haitianas responden al reclamo de las dominicanas diciendo que no tienen control de quienes construyen arbitrariamente el canal de agua fronterizo y, el otro, sin rubor alguno, afirman que lo apoyan. Otro día la parte dominicana, en respuesta, cierra la actividad comercial en todos los mercados municipales fronterizos, y al siguiente día, de manera discreta, flexibiliza las medidas sin sonrojo; y, aún más paradójico, justo entonces, la parte haitiana decide poner el cerrojo al comercio fronterizo, y continúa tan campante la construcción del disputado canal de riego.
Y, en lo que así marchan los acontecimientos, una mañana entre tantas otras un camión rompe la puerta fronteriza de Haití en el puente sobre el río Dajabón y un conato haitiano de turba la lanza a aguas del Masacre; y, bien significativo, horas más tarde, las autoridades de Puerto Príncipe acuden a las redes sociales y responsabilizan del hecho a la parte dominicana, mostrando un vehículo pesado que derriba el portón avanzando en dirección este-oeste.
Así, pues, si algo enseña este año que no debió ser, pero que por fin cede el paso al porvenir, es que en esta isla, sea uno dominicano o haitiano, el que diga trigo no tiene por qué seguir oyendo -a modo de réplica- cizaña. Tan intenso contrapunteo, de por sí estéril como el más árido de los desiertos, desvía la atención a propósito de un Haití en el que no acontece ni lo uno (arreglo institucional de los sectores haitianos entre ellos mismos), ni lo otro (arribo de la intervención internacional), sino todo lo contrario: las contrariedades y contraposiciones que mantiene a todo un pueblo entre paréntesis poniendo a prueba su gobernabilidad y hasta ahora comprobada capacidad de resiliencia.
Pero por aquello de que el bien -como la verdad- está al final, quién sabe si esta vez saldrá de su paréntesis, con la llegada del alba del 2024, debido a su propio esfuerzo de reconciliación, más que por el respaldo de la comunidad internacional. Con ese solo objetivo como guía, pudiera ser que la recién anunciada iniciativa de la Conferencia del Episcopado Dominicano -en el sentido de aunar iniciativas con sus pares haitianos para mediar en favor de un ambiente de avenencia-, llegue a contar con la buena voluntad de todos, así como con la fe y la esperanza de todas las iglesias.
Aupada la mediación por tan amplio respaldo, se incrementan las probabilidades de que comiencen a disiparse las infecundas polvaredas sustentadas, tanto por la nada absurda de dimes y diretes isleños, como por el ofuscado tira y jala de haitianos entre sí y con la comunidad internacional en general.