Recientemente tres organizaciones sociales y religiosas del barrio Capotillo pidieron que las autoridades intervengan inmediatamente el barrio para poner un cese al ‘teteo’. El ‘teteo’ es una denominación que cobró vida durante las restricciones causadas por los picos de la pandemia de COVID-19. Se popularizó con la canción ‘Teteo’, una pieza urbana (dembow) interpretada por YouR, a quien posteriormente se unieron (para el remix) Bulin 47, El Alfa, Haraka Kiko, El Fecho RD, entre otros artistas urbanos. Los más jóvenes recordarán las letras y el pegajoso ritmo de ‘Teteo’ (“en chuquiteo, fumeteo, tarjeteo, molineo, molineo, molineo, dale teteo teteooo” bis). YouR ha dicho que teteo es “cuando ya tú estás pasado de romo; que ya tú estás más para allá ya tú sabes”.

Si bien un producto de corte artístico (representativo de la realidad cultural del barrio) el video de la canción ‘Teteo’ era indicador de lo que se ha venido cocinando. El fenómeno del teteo (nivel 1) terminó transformándose en una especie de fiesta de larga duración (o permanente, en su defecto) acompañada de alcohol y música urbana a alto volumen. Al teteo nivel 2 generalmente se le agregan exhibiciones de acrobacias motociclistas (en las que predominan los jóvenes acelerando la moto y calibrándola, es decir, poniéndola en una sola goma). El teteo nivel 3 (más escaso), cariñosamente ‘moto-teteo’, es aquel en el que se conjugan una discolight (generalmente un camión cargado de luces y equipos de sonido de alta potencia de los que brota música urbana a todo vapor) y una manada de motocicletas, cada una cargando a dos comensales que se alimentan de la música servida por la discolight y del contenido del vaso foam y cuyo conductor toca -insistente y desesperadamente- la bocina.

Meses después de haberse popularizado el teteo, el barrio Capotillo se erigió como su epicentro. Y de entre sus calles, el boom de la calle 42 ha sido épico. Se han hecho canciones sobre La 42. Se han filmado videos. Artistas de moda -como La Rosalía, Anuel, Ozuna- han venido a conocer y a grabar a La 42. Ha surgido un baile autóctono de la zona en el que junto al cuerpo se mueven boca y nariz (aventada) mientras la mirada queda fijada en cualquier objeto que se encuentre en el margen superior lateral el eje visual. Se puede sazonar sacando la lengua y moviendo la cabeza hasta que la gorra cambie de posición.

Lo curioso del teteo es que no es exclusivo de la 42. La confluencia entre las avenidas Sarasota y Churchill es un ejemplo. Algo que (recuerdo mis tiempos de estudiante) comenzó con un pequeño negocio de conveniencia que -de forma clandestina y en supuesta vulneración del régimen de copropiedad que, tratándose de una plaza que alojaba a una universidad, prohibía el expendio de alcohol- vendía alcohol a estudiantes y profesores. Tampoco es un fenómeno propio del Distrito Nacional. Amigos de Elías Piña me han confesado que, para un buen teteo, no hace falta ir La 42 en razón de que Elías Piña actualmente disfruta de teteos de alto calado. El teteo expandido.

En cualquiera de sus versiones el teteo es una fuente implacable de intranquilidad e invasión de la tranquilidad individual y social. Y esto es un problema, porque en las barriadas víctimas del teteo hay mucha gente (la mayoría), que trabaja y que no puede permitirse el lujo de dormir durante el día y festejar durante la noche. A estos les toca ponerse de pie a las 6.00 a. m. para salir a trabajar y que sus niños vayan a la escuela. A esa hora todavía hay personas teteando. Muchos de ellos alcoholizados. La gente de trabajo necesita descanso y necesita seguridad, y el teteo se opone a ambas.

La modernidad ha promovido y permitido la intranquilidad y, sin intervención, del estado no tengo mas que asumir una de tres opciones: (i) lidiar con mi intraquilidad, (ii) lidiar con el vecino o (iii) siguiendo la instrucción de DJ Adoni, mudarme del barrio. La intervención de las autoridades es necesaria por la asimetría entre el deseo de los teteadores y la necesidad de descanso y seguridad de los ciudadanos que trabajan. Es que resulta mucho más fácil organizarse para un teteo que organizarse para combatirlo. Para organizar un teteo necesito un grupo de personas, un buen equipo de música y un lugar cercano de expendio de alcohol. Para combatirlo necesito un grupo de personas dispuestas a denunciar, a exponerse frente a los teteadores y frente a los dueños de los comercios y, probablemente, dispuestas a iniciar acciones legales cuya ejecución sostenida en el tiempo (en caso de algún resultado favorable) es de difícil cumplimiento. Por ello el estado debe intervenir tan pronto yo propicio el resquebrajamiento de la correspondencia entre mi derecho y el tuyo.  De lo contrario, se [mal]vive en un estado a derecho a medias.

Es importante resaltar que el teteo no es la única fuente de intranquilidad social. De hecho, no quiero cargarle el dado al teteo. Estas líneas solo toman el teteo como la más reciente referencia del corrompimiento de la tranquilidad, pero personas que viven en Piantini y en Naco, de los barrios más exclusivos de la capital, se quejan de las bocinas, de los ruidosos motores (sin sistema de escape) de los delivery de colmado, de los vehículos con resonadores guayando gomas, del equipo de sonido del vecino y de los ladridos de los perros de toda raza que cohabitan con nosotros. Por igual, en otras localidades se cuenta con el predicador que toma un megáfono al aire libre o el vecino que habilita una traba de gallos o un hotel para perros en pleno vecindario.

Tengo todo el derecho de consumir la música de mi preferencia, pero mi derecho cesa cuando quiero imponerle a mi vecino que se tire conmigo (él en su casa y yo en la mía) una matiné de Ana Gabriel a todo volumen una tarde de domingo mientras intenta tomar una siesta o ver una película. O peor aún, darle a sus niños de 5 y 7 años una tanda de música hipersexualizada y promotora de sustancias controladas (como las drogas duras) y de sustancias descontroladas (como el alcohol) mientras los niños intentan hacer la tarea. El estado debe poner oído al clamor de los ciudadanos de Capotillo y, en ellos, al sentir de aquellos que trabajan, aportan y merecen tranquilidad. Hay que replantear la tranquilidad emocional de nuestra sociedad.