Como informé en la primera entrega de este artículo, la mayoría de países de América Latina que habían incorporado desde sus primeros censos nacionales de población el tema étnico-racial, en la segunda mitad del siglo XX descontinuaron esa tradición censal -salvo Brasil y Cuba- por razones diversas, para incluirlo de nuevo en las rondas de los censos de las últimas dos décadas, salvo República Dominicana y Haití.

 

En el caso de RD, en los primeros cuatro censos nacionales (1920, 1935, 1950 y 1960) se clasificó a la población en categorías etno-raciales por el “color” de la piel, de acuerdo a la apreciación del empadronador. En el primero se utilizaron tres categorías: blanco, negro, y mestizo. En un breve ensayo de la ONE de 2012 se afirma que en los censos de 1935 y 1950 se usó la categoría “mulato”, en vez de mestizo, aunque no se muestran las boletas utilizadas en ambos censos. En la publicación del censo de 1950 aparece la categoría mulato, y por primera el color o “raza” amarillo.  En la boleta del censo de 1960 se utilizaron estas mismas cuatro categorías.

 

Llama la atención que pese al generalizado uso de “indio” como descriptor racial en los documentos oficiales desde la dictadura trujillista no aparezca esta categoría racial en ninguno de los censos nacionales de población.  El historiador Frank Moya Pons Moya aprecia que “Tratando de no llamar “mulatos” a los dominicanos, los directores de los censos (…) utilizaron sistemáticamente la palabra “mestizos” como equivalente al apelativo “indio” cuyo uso se generalizó durante la llamada Era de Trujillo”.

 

Respecto de los resultados censales obtenidos, si se comparan los resultados que se obtuvieron en los censos de 1950 y 1960 mediante a la apreciación de los empadronadores con los datos que resultan de las encuestas en la que se han utilizado preguntas de autoidentificación, llama la atención que la composición racial obtenida con ambas fuentes son un tanto parecidas, aunque con variaciones en el tiempo, si en la segunda fuente se agregan las categorías mulato, mestizo y moreno. En el censo de 1950 se encontró que el 60% de la población fueron clasificados como mulatos, el 285% como blancos y el 11.5% negros, mientras que en el de 1960 el porcentaje de mulatos subió a 73%, los blancos se redujeron a 16% y los negros a 10.9%.  De acuerdo a Encuesta Nacional de Autopercepción Racial y Étnica, encargada recientemente por UNFPA, el 45% de los dominicanos se auto perciben como indio, 24% como mulato o moreno, 18% como blanco y apenas 8% como negro. En la ENHOGAR 2021 se encontró que el 48%se identificaron como indio/mestizo, 27% como mulatos, 12% como blancos y sólo 7% como negro.

 

Al margen de como hoy quieran identificarse racialmente los dominicanos, los datos registrados en los censos y en las encuestas muestran un claro proceso de mulatización general de la sociedad dominicana en todo el siglo XX, en detrimento de los grupos blancos y negros que sumaron la mitad de la población en 1920.

 

La composición racial que se obtiene en ambas fuentes difiere mucho de la que se deriva del Registro de Cedulación de la JCE. Según datos del padrón de cedulados citados por Moya Pons, 82% de los dominicanos se declararon o lo registraron como indios, 7.6% como blancos, sólo 4.1% como negros y apenas 2.4% como mulatos. Este alto porcentaje de “indios”, de acuerdo a Moya Pons “sugiere la reticencia de la gran mayoría de los dominicanos a definirse como mulato o ser registrados como tales”.

 

Al asumir los dominicanos la raíz aborigen, la menos evidente de las tres originarias, la consecuencia ha sido una confusión de identidades. La cultural dominicana se ha forjado con un sentido de identidad falaz, difuso, que se remonta por los menos a los principios del siglo XIX. Como bien apunta Moya Pons la auto percepción racial basada en un falso nativismo indígena, creada por la corriente del indigenismo romántico latinoamericano que prendió en las elites intelectuales criollas en la segunda mitad del siglo XIX, fue evolucionado y se acentuó en las primeras décadas del siglo XX, hasta devenir en una ideología oficial del Estado durante la dictadura trujillista. Afirma Moya Pons que “Cuando los dominicanos comenzaron a llamarse oficialmente indios, esto es, cuando el Estado consagró este apelativo como elemento de diferenciación étnica y racial, se produjo entonces la última ruptura del alma dominicana con sus verdaderos orígenes…Al adoptar esta autodescripción étnica y racial, los dominicanos han acentuado un nativismo ideológico que los hace olvidar o rechazar su propia historia, aun cuando es posible hoy explicar históricamente por qué lo han hecho”.

 

La falsificación y ocultamiento de la identidad afrodescendiente en los dominicanos es tal aun que en la actualidad, cuando se denuncia en los medios de comunicación o se expone intelectualmente en el ámbito académico las prácticas racistas concretas en la sociedad dominicana, ya sea contra dominicanos o inmigrantes haitianos, en seguida se niega la existencia del racismo, atribuyéndose a las mismas, en la versión más extrema de un nacionalismo decimonónico, a una campaña  y plan orquestados por EEUU, Canadá y Francia para fusionar RD con Haití.

 

Ahora bien, ¿Por qué RD -exceptuando a Haití- es el único país de América Latina que aún no ha reincorporado el tema étnico-racial en sus censos de población desde el cuarto de 1960? Si bien las razones específicas de la exclusión de esta pregunta no aparecen documentadas, es muy probable que al menos en el caso del censo de 1970 el hecho tenga que ver con el rechazo de la práctica de la dictadura trujillista de legitimar su política oficial de “blanqueamiento” de la composición racial de la población dominicana.

 

La continuidad de la exclusión de la pregunta etno-racial en los censos posteriores al de  1970 probablemente se explique más por la persistencia en la sociedad dominicana de la negación de los aportes de los inmigrantes africanos esclavizados y sus descendientes -el grupo étnico demográficamente mayoritario desde principios del siglo XVI- en la construcción y configuración de la nación dominicana y a la actitud esquiva y poco sensible al tema de los cuadros técnicos que han conducido los censos nacionales de población. Así, la etno-racialidad aparece en la sociedad como un tema marginal, que para las élites políticas e intelectuales es conveniente invisibilizar. Un tema no reclamado por ninguna institución oficial ni organización no gubernamental alguna hasta recientemente.

 

Así, en el caso del último censo 2010, una propuesta de ONG para que el tema de la afrodescendencia fuese incluido fue desestimado por la dirección técnica del Censo, alegándose que todos los dominicanos somos todos afrodescendientes, sin ponderarse debidamente la pertinencia de tener en el país información sobre la diversidad etno-racial, desconociendo las evidencias de desigualdades económicas y sociales correlacionadas con la estructura racial que muestran varias encuestas nacionales.

 

En una muy acertada decisión, la gestión actual de la ONE y el equipo responsable de los preparativos del próximo censo han tomado la iniciativa de incluir en la boleta censal una pregunta de autoidentificación étnico racial, resistiendo probablemente y venciendo una oposición política y técnica. Además de una cuestión de derecho a la visibilización estadística de los afrodescendientes, las evidencias de las desventajas y vulnerabilidades de los que se autoidentifican como negro, moreno u otra denominación fenotípica predominantemente afroide que muestran las encuestas en las que se ha incluido el tema etno-racial, son razones suficientes para la pertinencia de reincorporar la pregunta étnico -racial en el Censo 2022. De acuerdo con la ENHOGAR 2021 de la ONE, los que se perciben como moreno o mulato o negro afrodescendiente (34.1%) están sobre representados en el grupo socioeconómico muy bajo y en la población con ningún nivel educativo o con apenas estudios de preescolar.

Si bien la categorización etno-racial que se utilizará en el censo tiene sus limitaciones para dar cuenta de la composición étnica de la población dominicana, permite identificar grupos, sectores y territorios postergados históricamente por sus herencias africanas.

 

La utilización de las categorías negro, blanco, mulato, indio, mestizo y amarillo y otra categoría abierta para otras identidades etno-racial es otro acierto de la ONE. La distinción entre indio y mulato, pues permite identificar una identidad de afrodescendiente no confusa como la de “indio”, aunque etimológicamente peyorativa, como es la de mulato/a.

 

Las reacciones contrarias a esta decisión de la ONE no se han hecho esperar. Por lo menos los neo y ultranacionalistas han montado una campaña contra la inclusión del tema étnico-racial en el próximo Censo 2022, considerando que ello significa “introducir aquí el germen de la división racial en el censo de la población”, que además sería “un atentado a la Unidad Nacional”. Del próximo censo “haitianizarse” por incluirse en el la pregunta etno-racial, también se habrían “haitianizados” las encuestas nacionales acá citadas y otras internacionales como la LAPOP y el Barómetro de Las Américas.

 

Es probable que esta postura sea compartida por muchos otros dominicanos más moderados, no alineados con las ideas del nacionalismo extremo, pero que rehúyen el tema racial. De ser esto cierto sería una evidencia palmaria de que en la sociedad dominicana sí persisten los prejuicios y la discriminación racial.

 

Los datos que aportará el próximo censo permitirán no solo cuantificar a los afrodescendientes y conocer sus características sociodemográficas y socioeconómicas, sino también analizar la evolución de la composición etno-racial de la población dominicana, un tema muy poco estudiado por la demografía histórica en RD.