Las nociones de etnia y raza han sido los ejes articuladores y aglutinadores a nivel conceptual de la identidad y movilización política de los afrodescendientes América Latina, y en particular de sus demandas para ser estadísticamente visibilizados. En torno a estos conceptos se han generado históricamente discursos, debates y estrategias de movilización y poder. Sobre la base de esas nociones se han logrado efectos interesantes en distintos países, tanto en la cultura política como en las políticas culturales de los Estados.

 

Particularmente, la raza y la etnia han sido la base conceptual en la inclusión del tema de la afrodescendencia y la autoidentificación de los afrodescendientes en los censos de población. Es de rigor, por consiguiente, unas puntualizaciones previas sobre ambos conceptos, que permitan entender con meridiana claridad que se pretender medir y qué se está midiendo con las preguntas que están incluyendo en los censos de población y en las encuestas.

 

¿Qué es una etnia? Si bien hay alguna divergencias en todo las dimensiones que abarca el concepto, hay acuerdo en que el término alude a un pueblo o comunidad “que no solo comparte una ascendencia común sino además costumbres, territorio, creencias, cosmovisión, noción idiomática o dialectal y simbólica”. Comprendido en estos términos, solo permite una redefinición de la identidad colectiva. Es decir, un grupo étnico o una etnia tienen dentro de sí sus propias diferenciaciones sociales, económicas y políticas, pero a su vez mantienen una fortaleza como grupo cultural, tanto hacia adentro como hacia afuera.

 

Desde la concepción de Peter Wade (2000), la etnicidad es un motor poderoso que permite la cohesión interna y, a su vez, la diferenciación externa del grupo, que se expresa en la identidad étnica, entendida como la conciencia de ser y de pertenecer al grupo. Un grupo étnico manifiesta su identidad por medio de un determinado comportamiento, sus formas de habla, su cosmovisión, su vestimenta, su organización social e, incluso, su espiritualidad y su folclore. En suma, es el resultado de un proceso histórico de reconstrucción de la identidad como grupo cultural. A esta concepción corresponden tanto los afrodescendientes como lo indígenas.

 

Según Christian Cross (2000), el concepto de “etnia” ha ido tomando fuerza en el discurso antropológico y político a finales del siglo XX. Ante la poca aceptación del concepto de “raza” como noción simple de determinación biológica del comportamiento humano, la antropología cultural amplía el concepto de “etnia”, abarcando el cúmulo de rasgos culturales generales que especifica a un grupo humano. La etnia entonces implica un grupo étnico.

 

A diferencia, la noción raza alude a la división taxonómica del género humano a partir de distinciones biológicas, morfológicas y fisiológicas. Históricamente, se entiende por “raza” la división de grupos humanos de acuerdo con características físicas comunes notorias o que se observan a simple vista. Sin embargo, la “raza” también opera como categoría diferenciadora al interior de los mismos grupos poblacionales que comparten ciertos rasgos físicos. Entre los afrodescendientes, por ejemplo, muchas han sido las categorías raciales de tipo colonial utilizadas en una distinción interna. Desde los tiempos de la esclavización, la sociedad colonial dividió a los descendientes de africanos de acuerdo con las tonalidades de su piel: mulato, moreno, pardo, prieto, ladino, tercerón, cuarterón, salto atrás, tente en el aire y otros.

 

En América Latina, mediante este concepto se han determinado grupos poblacionales o culturales que comparten determinados componentes genéticos, distintos de otros. Así, se clasifican pueblos o comunidades en blancos, mestizos, negros e indígenas, indios y otra serie de grupos según connotaciones raciales, que se usan como marcadores étnicos. En todo caso, cada una de estas caracterizaciones raciales responde a construcciones mentales y sociales que obedecen a estereotipos y prejuicios propios de una época y una circunstancia.

 

Pero no solo constituye un problema el significado que se le atribuya al concepto de “raza”, sino también el impacto que produce. El uso indiscriminado de esta noción, en tanto categoría social diferenciadora del género humano, ha conducido al racismo o la justificación “científica” de actitudes ideológicas cultivadas por las culturas dominantes, que imponen su hegemonía y la explotación de unas sociedades sobre otras. Así, el racismo se alimenta de una supuesta creencia en la existencia de “razas superiores” que “naturalmente” tendrían mayor capacidad de adaptación y atributos de dominación, mientras que otras serían sustancialmente inferiores

 

Para el destacado sociólogo francés Michel Wieviorka, autor de varios interesantes libros sobre el racismo contemporáneo en Europa y EEUU, el concepto de “raza” ha tomado fuerza a lo largo de la historia moderna de la humanidad en el momento de identificar a un pueblo, grupo étnico o “minoría cultural”. Hasta comienzos del siglo XIX la “raza” reemplazaba al concepto de pueblo, tribu o etnia. Luego, con el advenimiento del racismo científico y del darwinismo social, se legitima y prácticamente desplaza al concepto de “etnia”. Sin embargo, una vez que en el siglo XX se lograron determinar los efectos perversos del racismo, se abandona esta noción para sustituirla por la de “etnia”, un término social y políticamente más correcto.

 

Los planteamientos racistas han justificado episodios traumáticos, tales como la esclavización, el colonialismo y el exterminio de grandes pueblos como los africanos, los indígenas, los judíos y los gitanos. Afortunadamente, los adelantos científicos sobre la naturaleza del homo sapiens han rebatido estos argumentos, dejando claro que los seres humanos comparten un mismo genoma y una misma cadena de ADN. La “raza”, en tanto concepto biológico, fue desmitificada por los últimos descubrimientos en torno al genoma humano. En 1998, la American Anthropological Association escribió lo siguiente:

 

“Con la vasta expansión del conocimiento científico (en el siglo XX) ha quedado claro que las poblaciones humanas no son grupos biológicamente distintos claramente marcados. La evidencia del análisis genético (p.e., el ADN) indica que la mayor diferencia física, cerca del 94% yace al interior de los así llamados grupos raciales. Las agrupaciones geográficas ‘raciales’ convencionales se diferencian unas de otras solo en un 6% de sus genes. Esto quiere decir que hay más variación al interior de los grupos ’raciales’ que entre ellos. (…) A través de la historia cuando distintos grupos han entrado en contacto, se han entrecruzado. El continuo compartir de los materiales genéticos han mantenido a toda la humanidad como una única especie.

 

Sin embargo, aún hoy el término “raza” se usa como un concepto que legitima diferencias sociales y desigualdades políticas y económicas entre muchos pueblos, alude a estereotipos y prejuicios que atraviesan las relaciones sociales y que se expresan en el racismo.

 

Hechas estas distinciones, que adquieren especial relevancia en el caso de República Dominicana, por tener la mayoría de los dominicanos,  como veremos en la próxima entrega de este artículo, la identidad étnica y/o racial más difusa y confusa en la región, más allá de las representaciones estereotipadas y folklorizantes de la afrodescendencia que han predominado históricamente en la sociedad dominicana, veamos a continuación, cómo los conceptos de etnia y raza se operacionalizado en la región al incluirse en los censos de población.

 

La identificación étnoracial en la región en los instrumentos estadísticos tiene como telón de fondo al menos dos posturas conceptuales, aunque no necesariamente contrapuestas: una de ellas privilegia la identidad étnica, en tanto intenta captar el sentido de pertenencia a un pueblo o comunidad, y la otra enfatiza la dimensión racial a través de lo fenotípico, incluyendo conjuntamente a afrodescendientes e indígenas.

 

Adherir a un determinado enfoque incide, por lo tanto, en las decisiones metodológicas que irán configurando el sistema de clasificación a utilizar, todo lo cual impactará directamente en la cuantificación de la población afrodescendiente y en sus características sociodemográficas. Por tanto, es sumamente importante tener claro qué se quiere medir, por qué y para qué. Por esto se recomienda que este sea el primer paso en la toma de decisión acerca de la inclusión de preguntas en los censos y las encuestas El punto de partida para definir las preguntas censales es decidir si se pretende medir la diversidad étnica del país o si el propósito es identificar a determinados grupos étnicos, como los pueblos afrodescendientes e indígenas (CEPAL, 2022).

 

Si el propósito es medir “etnicidad”, los principios y recomendaciones establecidos por las Naciones Unidas para los censos indican que la clasificación requiere la inclusión del nivel más detallado posible de grupos étnicos, autopercibidos, regionales y locales, así como grupos que normalmente no se consideran étnicos, como los religiosos y los basados en la nacionalidad (Naciones Unidas, 2017). Hasta la fecha, ningún país de la región ha medido la diversidad étnica tal como lo establecen estas recomendaciones, sino una parte de ella. Lo anterior porque la creciente inclusión de preguntas de autoidentificación étnica en los censos de población y vivienda de la región responde, como ya se mencionó, a las demandas de los pueblos indígenas y afrodescendientes.

 

Para los afrodescendientes, el criterio de clasificación ha sido sistemáticamente el de la autodefinición, privilegiando la dimensión étnico-racial, como categoría fenotípica percibida. En los países que lideran este tipo de mediciones, sobre todo en el Brasil, ha habido una tendencia histórica a equiparar el concepto de “grupo étnico” al de “raza”, reduciéndolo al color de la piel. Como ya se dijera, ambas nociones están estrechamente ligadas, y el ejercicio de la discriminación opera fuertemente a través de las relaciones sociales de subordinación que se establecen a partir de las características fenotípicas, privilegiando siempre al “blanco”.

 

Sin perjuicio de lo anterior, y reconociendo las limitaciones que aún puede presentar la información recogida bajo el criterio de la autoidentificación, en la actualidad se lo considera imprescindible para dimensionar la magnitud de la presencia de afrodescendientes a través de las fuentes de datos sociodemográficos. No obstante, se considera necesario revisar aquellos aspectos que generan sesgos en las mediciones estadísticas y tener presente que estas no son más que aproximaciones en el intento de cuantificar y caracterizar a los grupos étnicos (CELADE, 2019).