En mi pasado artículo, abordé el problema del poder de la ficción para combatir la manipulación característica de nuestra era. Dentro del amplio conjunto que constituye la ficción, el teatro desempeña un rol fundamental.

Desde sus orígenes, la actividad teatral ha sido algo más que un mero pasatiempo. En la Antigua Grecia, surgió vinculado a los rituales religiosos y se desarrolló como un aspecto fundamental de formación en el espacio público de las ciudades-Estado, desempeñando un papel de crítica social y mostrando la dimensión terrible de las emociones humanas (la ira, el miedo, la venganza), mientras educaba en los imaginarios culturales de la época.

Desde entonces, el arte teatral ha educado emocionalmente a nuestra civilización y podemos imaginar lo significativamente más pobre que sería nuestra cultura sin algunos de sus principales referentes (Sófocles, Eurípides, Shakespeare, Goethe, Brecht).

La práctica teatral desarrolla la capacidad dialógica y es una escuela de afectividades que contribuye a hacernos empáticos. Por ello, es un poderoso recurso de educación democrática.

El pasado 27 de marzo se celebró el "Día Internacional del Teatro". La conmemoración ha servido para que integrantes del gremio teatral hayan reclamado un mayor presupuesto que implique la protección social de los teatristas, así como mejores posibilidades de acceso a los espacios oficiales de la representación teatral.

Si bien es cierto que los Estados actuales cargan con una enorme presión económica producto de la COVID-19, con sus implicaciones en inversión de vacunas y programas de asistencia social; así como por la actual crisis geopolítica, la responsabilidad estatal con el teatro no debe olvidarse. La educación afectiva nunca puede ser una tarea pospuesta, mucho menos cuando emergen prejuiciosas secuelas emocionales producto de la pandemia.

Si bien existe un consenso sobre la necesidad de la inversión en educación, no debemos incurrir en el error de que esto significa preocuparnos sólo por la educación del intelecto o únicamente cuidar de aquella formación que habilita para el mercado laboral.

Invertir en el teatro no es apoyar un mero entretenimiento que puede ser apoyado cuando salgamos de la crisis. El cuidado oficial de la actividad teatral debe ser un horizonte innegociable dentro del propósito de una educación de las afectividades que contribuya con la construcción de una cultura más dialógica, empática y democrática en la sociedad dominicana.