El surrealismo apareció muy temprano en la historia humana, según el poeta y ensayista Apollinaire, en una explicación lógica a la vez que loca: “Cuando el hombre quiso imitar la marcha, creó la rueda, que para nada recuerda una pierna. Así creó el surrealismo sin saberlo”.
El surrealismo es un pensamiento que llega por otro camino, viene rápido y fulminante por un minúsculo camino de cabras. Estuvo presente, según Apollinaire, en la invención de la rueda y quizá también -esta es una hipótesis que se puede plantear- en la invención del fuego, ya que el primer fuego es resultado de un gesto claramente surrealista: acercar una cosa a otra (dos piedras) y con ese choque producir un tercer elemento que no estaba allí antes, el fuego.
Los hallazgos verbales de Breton eran constantes, dos palabras como dos piedras que, la una contra la otra, producen un fuego fuerte. Son estos bellos choques en el lenguaje lo que los surrealistas dejaron como herencia, como el ejemplo del extraordinario título de uno de los libros de Breton: Pez soluble. Pez que desaparece en el agua, no por cualquier transparencia, sino porque se disuelve; pez que, en el fondo, es agua – se convierte al amador en la cosa amada y al vividor en el elemento donde vive. Pez soluble: con el sencillo choque de dos palabras, una idea fuerte.
Los surrealistas tenían también un cierto vocabulario paradójico con origen, no en el choque, sino en la mezcla directa de dos palabras, creando así, en la química de los vocablos, una nueva sustancia. Un ejemplo: el Improvisto (término recordado por Tragtenberg), mezcla, en la música y en la existencia, de la improvisación del jazz con el imprevisto de la vida. Un improvisto brillante, esto es lo que podemos pedir hoy, un improvisto capaz de reaccionar a la sorpresa con la música adecuada para que las caderas bailen al ritmo de las locas circunstancias.
Pero las cuestiones del surrealismo eran también serias y graves – la muerte y la política, por ejemplo, no le eran ajenas a este movimiento.
A menudo la provocación aparentemente adolescente escondía una idea fuerte sobre lo esencial. Por ejemplo, en uno de los manifiestos, Breton pedía cuando muriera ser transportado al cementerio en una furgoneta de mudanzas. Y sí, la muerte como la mudanza de una materia de un espacio hacia otro, defendía Breton.
Curioso que la palabra metáfora derive “del griego μεταφορά, transferencia, transporte hacia otro lugar”. Una metáfora es, pues, en su sentido original, el transporte de una carga de un lado a otro. Esta furgoneta de mudanzas que lleva el cuerpo muerto al cementerio puede verse así como una metáfora de Breton – lo que él quería era desacralizar la muerte: la muerte como un mero transporte de una materia.
Transportar el cuerpo muerto como un mueble que ha perdido el uso, pero no el aura, podríamos decir.
El acercamiento del movimiento surrealista al comunismo fue, en una cierta fase, muy fuerte – el escritor Aragon, tras una fase agitada, dijo, como otros, que “ya no sabía qué significaba la palabra “yo””, y se alistó en el partido comunista. Una bonita y sintética explicación político-verbal de una decisión. Eliminar el ‘yo’ de las frases y de los días – esta es una opción radical. Una utopía que empieza en los pronombres personales, pero que muchas veces ahí se queda, en la gramática.
Cesariny intervenía políticamente lo justo y necesario, pero ese quizá no fuera su centro, al contrario de otros surrealistas: “el hombre que quería hacer una revolución vino aquí a pensar en ello”. Para Cesariny las relaciones humanas, amorosas o no, eran lo principal. Un sencillo saludo era, para Cesariny, “naturalmente rico en proteínas”. El poeta tenía un plan sencillo (muchas veces no alcanzado):
“alabar al ser amado
tener amigos leales
escribir todos los días o un día sí y otro no”.
Y, ante todo, era un seguidor de la tesis según la cual "en el amor toda la entonación de la voz humana tiende a reducir al individuo receptor al estado de serpiente fascinada”. Una serpiente fascinada y fascinante, Cesariny, día sí y día sí – y en su centenario también.
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Traducción de Leonor López de Carrión. Originalmente publicado no Jornal Expresso