Introducción

Hasta las 11: 30 de la noche del 30 de mayo de 1961, tras la hazaña heroica, doña Leda Montaño de Díaz, esposa de Modesto Díaz, al igual que su hijos, desconocía totalmente las implicaciones de su cónyuge en la conjura magnicida. Aproximadamente a esa hora fue despertada por Modesto, quien tras informarle que Trujillo ya no estaba entre los vivos, le entregó un billete de $ 500.00, dándole instrucciones de que los guardara, pues tendría que buscar refugio.

Modestico, su hijo, se encontraba estudiando en la terraza de la residencia junto a su compañero Rubén Salas. Ambos cursaban la carrera de Veterinaria en la Universidad de Santo Domingo. Rubén Díaz Montaño, otro de los hijos de la familia, advirtió también que en ese momento su padre había llegado a la casa, pero cosa inusual en él, se dispuso a salir apenas unos tres minutos después. Ya había abordado el vehículo cuando Rubén le preguntó:

-¿Papá hacia dónde vas?

-¡A hacer una diligencia mi hijo!, fue su lacónica respuesta.

Eran aproximadamente la 1:00 a.m de la madrugada, cuando su hermano tocaría la puerta a Rubén para informarle que en casa de doña Julia, madre de Trujillo, quien residía junto a su hijo Héctor Bienvenido (Negro), residencia situada en frente de la de Modesto, en la Avenida México, esq. Máximo Gómez, donde está situada actualmente la Universidad APEC, salían y entraban apresuradamente muchos militares. Rubén no haría caso a su hermano y seguiría durmiendo.

Despertaría poco después al sentir ametralladoras en su cabeza. Eran los esbirros del SIM, quienes le dieron órdenes de levantarse, diciéndoles que estaban presos. Sería inmediatamente introducido en una guagua junto a su madre, Isabelita, una amiga de la familia que residía en la casa, su hermano Modestico así como Rubén Salas.

Desde su casa, serìan llevados al Palacio de la Policía. Allí, los varones, tras ser introducidos en una celda, serían inmediatamente desnudados, abusivo método que formaba parte del ritual de la tortura psicológica para aumentar en el presidiario su desmoralización y su vergüenza. Y así, en estado de indefensión y desnudez, serían trasladados a la inmunda mazmorra de la 40, una de las terribles cámaras  de torturas de la tiranía.

En su violencia despiadada, los esbirros  no repararían en la atrofia muscular de doña Leda, la cual casi le mantenía en estado de invalidez, produciéndole un terrible empujón. No pudo contenerse Rubén ante aquel brutal acto de salvajismo, marchándole al Policía autor de la afrenta, ocasión en que le propinan el primer culatazo al momento en que se escucha la tierna voz de su madre que le grita: “Deja eso mi hijo, no te preocupes!”.

Al llegar a la 40, a los hombres les llevarían a su inmunda celda. Allí pudieron ver a Rodríguez, el antiguo chofer de Modesto y  al Chino, quien cuidaba sus gallos de pelea. En aquellos angustiosos momentos constató Rubén la presencia de uno de los hermanos de la Maza, molido a golpes. Es en ese momento cuando recibe por parte de los torturadores un foetazo terrible que lo hace rodar por tierra.

Aquello era como una cosa de otro mundo. Después del foetazo me llevaron a un cuarto y me sentaron en una silla, amarrado, dándome unos corrientazos terribles, le llamaban silla eléctrica y me preguntaban qué era lo que yo sabía. Yo les respondía: “ saber de qué”.

Entonces me dieron palos y me aplicaban un bastón dándome corriente en todas las partes sensibles y me preguntaron: ¿qué sabe usted de la muerte de Trujillo? Yo les contestaba: “de qué muerte me habla. Yo no sé nada ni mi familia tampoco”.

Volvieron a caerme a palos y me rompieron el tabique de la nariz… Me pusieron unas esposas que creí me iban a romper los huesos de la muñeca“. Ya su espalda estaba  laceraba a golpes.

En la guagua que los llevaría a la 40 también iba con ellos su primo Tomasito, hijo de Juan Tomás Díaz. “Allí también lo torturaron a corrientazos, foetazos, palos, qué se yo…si eso era algo que uno no podía pensar que existiera. También recuerdo a tío Luquita”.

En aquel infernal  suplicio pudo ver, de igual manera,  a su pariente Don Miguel Ángel Báez Díaz. “¿Vienes a sacarme de la cárcel?”, preguntó Rubén a Miguel Ángel. En el acto recibe Miguel Ángel un culatazo. “¡Virgen de Altagracia, qué es lo que está pasando aquí!”, gritaba Rubén desesperado.

En la cámara de tortura, le encerrarían junto a su hermano Modestico y desde allí trasladados a la cárcel del 9, situada en la carretera vieja, camino a San Isidro. Allí, entre alaridos estentóreos, compartiría prisión con unas 20 personas. En terrible hacinamiento, para no morir de asfixia, les fue preciso turnarse, echarse al piso y respirar por la rendija entre la puerta y el piso. Durante tres días estuvieron sin comer ni beber, por lo que se vieron obligados a ingerir sus propios orines.

De allí sería llevado a otra cámara de torturas, donde le mostrarían varias fotografías para que identificara los rostros. Era la fotografía,  que ya había hecho circular el régimen, publicada en primera plana en El Caribe en su edición del 4 de junio de 1961 con el título “Criminales prófugos. Los que mataron al Jefe. Cuando vea a alguno de ellos avise al puesto militar más cercano”.

De aquellos rostros, sólo pudo identificar a su tio Juan Tomás y a Luis Amiama. En su casa, nunca llegó a ver a Antonio de la Maza, a Antonio Imbert, ni a Tunti Cáceres ni a los hermanos Salvador  y César Estrella Sadhalá.

Allí comenzaría una nueva e inédita estación del calvario insufrible. A Rubén le torturarìa el teniente Clodoveo Ortiz, el mismo que haría firmar a Modesto un cheque en blanco del banco Nova Scotia con el propósito de robarse su dinero.

Alli vería Rubén a Ramfis y Radhamés Trujillo, visitantes asiduos por aquellos días a la cárcel del 9,  practicando torturas horripilantes contra los presidiarios. Los mismos sabían ya identificar cuando su temible visita se acercaba: los carceleros regaban un spray para conjurar el olor putrefacto y pestilente que inundaba aquel antro de ignominia.

Poco después, pudo ver Rubén cómo Virgilio Trujillo golpeaba en el ojo con un palo a su hermano Franklin, quien a fuer de los golpes innombrables, ya no parecía humano. Chorreaba sangre a borbotones, momento en que Rubén le gritó: “Cóño, hijo de la gran p…..”, a lo que el sanguinario torturador preguntó: ¿hijo de la gran p…? propinándole tantos chuchazos, patadas y palos que al momento perdería el conocimiento.

La saña criminal contra Franklyn, hijo de Modesto, alcanzó en aquellos dias de horrror niveles inimaginables. Al momento de ocurrir el magnicidio, Franklin dormía donde su tío Juan Tomás. Tras regresar a la casa, en medio del tumulto, es Antonio de la Maza quien le muestra, al abrir el baúl de carro de Juan Tomás, el cadáver de Trujillo al tiempo de expresarle: “Este perro ya no mata a más nadie. Tócalo. Está frío“.

El primigenio designio de Antonio era colgar el cadáver de Trujillo de una estatua en el parque Colón para público escarnio, a lo que se opuso resueltamente Modesto Díaz, padre de Rubén.

Modesto Díaz, héroe del 30 de mayo, padre de Rubén Díaz Montaño.

Sería Franklin quien tendría participación en el traslado de Pedro Livio Cedeño a la Clínica Internacional. Junto a su padre Modesto, sería sorprendido por el SIM en la casa de Chucho Malapunta, donde ambos, en acción desesperada, procuraron refugio. Modesto cifró su esperanza en Malapunta, a quien había salvado la vida, tras no dar resultado el intento de encontrar alberque  en casa del Dr. Rafael Faxas. Fue Chucho Malapunta el delator de ambos.

Al saberse rodeado en la casa de Chucho Malapunta, Modesto optó por suicidarse con el revólver que llevaba, pero se lo impediría su hijo Franklin, quien logró desarmarlo.

Fue a los dos días de estar en la cárcel del 9 cuando Rubén pudo ver a su padre, molido a golpes. No se imaginaba, manifestó a su hijo, que aquellas mazmorras existieran. Modesto preguntaría a su hijo si al ser torturado había mencionado a Fello Vidal, a lo cual Rubén contestaría que no, que aparte de su familia, sólo conocía a Luis Amiama y a Huáscar Tejeda. “Sé que si Fello Vidal está vivo se lo debe a papá”, afirmaría Rubén.

Del 9 serían llevados a la base de San Isidro. Allí les introducirían desnudos en un cuarto grande. A Modesto le permitirían usar una camiseta.

Allí estaba también Miguel Angel, hecho una piltrafa humana a causa de las innumerables golpizas. Ramfis y Radhamés le habían incinerado el vientre y los testículos con rollos de papel encendidos. Dormía en brazos de Rubén, pues no podría hacerlo de otra manera.

El más salvaje torturador de Modesto sería Virgilio Trujillo. “Si salgo vivo, al único que quiero tener de frente es a ese perro….”, afirmaría Modesto a su hijo.

Un día, en San Isidro, papá me dijo, continuaría relatando Rubén: “hijo mío, las cosas van a cambiar.” Y así sucedió. Luego me contó que él había podido hablar con Ramfis y que le había dicho a Ramfis que el general Pupo Román era la figura militar principal del complot. Ramfis hizo llamar a Pupo, que trató de defenderse mientras acusaba a papá de delator y papá le dijo: “tú eres traidor dos veces, traicionaste a Trujillo y nos traicionaste a nosotros”.

Luego vendría la misión de la OEA. A ninguno de los que estaban en San Isidro les permitirían hablar con la OEA. Solo a los que fueron trasladados a la Victoria.

Estando en el 9, vinieron a ponernos unas inyecciones de penicilina. Nadie quería ponérsela; mis heridas estaban podridas y papá me dijo: hijo, póntela, después me dijo: “estos perros no matan con inyecciones”.

Hay cosas raras. Un día en el 9, a donde nos habían llevado desde San Isidro, yo soñaba que me habían libertado y cinco minutos después me dijeron que yo iba a ser soltado, me trajeron unos pantalones que me quedaban tan grandes que parecía un payaso y la guayabera también. Papá estaba muy contento y fue la primera vez que lo vi sonreir. Lo mismo pasó con mi hijo Modestico. Unos calieses nos llevaron después de afeitarnos al Palacio de Justicia de la Feria y fue cuando volví por vez primera a mi mamá. También estaban todas las mujeres  que habían hecho presas y recuerdo también a Maruyo Amiama (Fernando Amiama Tió), quien conocía a Tío Luquita y a un sobrino de Luis Amiama que no recuerdo su nombre”.

Nota

Rubén Díaz Montaño, hijo de Modesto Díaz, héroe del 30 de mayo, y doña Leda Montaño de Díaz, siendo apenas un joven estudiante universitario, vivió  los rigores impenitentes del vejamen  y la tortura tras el magnicidio del 30 de mayo. En octubre de 1961, tras su liberación de la cárcel el 4 de septiembre, relató en Miami al arquitecto Antonio Ocaña parte de los terribles suplicios padecidos por él y su familia tras develarse el involucramiento de su padre, de su hermano Juan Tomás Díaz y de Miguel Ángel Báez Díaz como parte de los implicados en la conjura.

Díaz Montaño contrajo matrimonio con su novia doña Gracita Mañón el 27 de septiembre de 1961. Ambos procreron a Grace, Wanda, Claudia y Rubén Antonio.

Ocaña conservaría en cassette tan conmovedor relato, el cual  hizo público, por voluntad de Díaz Montaño, tras su fallecimiento, acaecido el 26 de octubre de 1985. Lo haría en su libro “Testimonio para la historia”. Editora Alfa y Omega, Santo Domingo,  mayo 1992. Segunda edicición ampliada. Págs. 184-189.

Con apenas ligeros retoques estilísticos y esenciales precisiones históricas, el mismo ha sido recogido íntegramente en el presente relato, poco conocido por las nuevas generaciones.