A propósito de que el 10 de septiembre se conmemora el Día Mundial de la Prevención del Suicido, las estadísticas muestran que tan grave es este problema.
La OMS establece que 700.000 personas acaban con sus vidas anualmente. Y en Estados Unidos, cada 11 minutos una persona se quita la vida, de acuerdo con los Centros de Control y Prevención de Enfermedades (CDC).
Parte de los aspectos que influyen en la ausencia del abordaje de la problemática del suicidio desde el punto de vista humano más que estadístico, es ver que cada año, los estados utilizan fotografías con las caras de las personas suicidadas; para mover a la conciencia colectiva sobre este perturbador problema.
Tan grave es la situación, que se considera el suicidio una de las principales causas de muertes en jóvenes a temprana edad.
Así como las investigaciones que establecen que “uno de cada 25, viven con un trastorno mental grave que incluye ansiedad, depresión y trastorno bipolar”, de acuerdo con los CDC.
Dicho lo anterior, luego de vivir por siete años en EE.UU, y trabajar en el sector educativo, me cuestiono que existan por un lado recursos económicos, con organizaciones que trabajan en pro de la mitigación de este flagelo, y por el otro lado situaciones que se contraponen con el bienestar de los jóvenes, como los fuertes niveles de estrés que ellos experimentan.
El acceso a armas de fuego, la facilidad de los medicamentos recetados, el alcohol, las drogas se convierten en el detonante que alimenta la nublada mente de quienes atentan contra sus vidas.
El suicidio en EE.UU representa la incapacidad de un sistema de salud que ha olvidado que afrontar el tema debe ser esencial en una sociedad comprometida con su gente.
La sociedad estadounidense necesita con urgencia de mejorar la salud mental colectiva, y no conformarse con dar estadísticas que arrojan números muertos y desafortunados datos que no retornan a sus familias quienes se quitaron la vida. Constituye una vergüenza que una sociedad, que invierte millones de dólares en cientos de programas de políticas públicas, no pueda asumir una verdadera política de salud mental preventiva.
Sería recomendable que las autoridades trabajen en coordinación con organizaciones de servicio dirigidas por los ciudadanos, dándoles la responsabilidad a cientos de entidades sin fines de lucro, que tienen experiencia en el trabajo de asistencia a personas con trastornos en su salud mental.
Es obvio que se requiere de una política que incluya y que sea sustentable a largo plazo: con la ciudadanía, los especialistas, las farmacéuticas, las familias de las personas con problemas mentales, las organizaciones sin fines de lucro y las escuelas.
Urge hacer esa labor, porque es obvio que el sistema de salude EE.UU ha fallado en la prevención y reducción de los suicidios, sobre todo en la población joven.