“La calidad supone una cadena de eventos técnicos que no pueden imaginarse funcionando sin sus interrelaciones naturales y que básicamente son los mismos en cualquier parte del mundo, gracias al cumplimiento de normas y guías aceptadas en una escala verdaderamente global”-introducción del autor al libro Enfrentando el Desafío global de la Calidad: Una Infraestructura Nacional de la Calidad, de la autoría de Clemens Sanetra y Rocío Marbán (Intec, 2009).
Como hemos indicado en otras entregas, la infraestructura de la calidad (IC) o Sidocal se compone de instituciones interrelacionadas que dependen unas de otras. Es fundamental que todas las funciones técnicas que a ellas competen trabajen de manera coordinada y en sintonía perfecta, a fin de que cualquier servicio ofrecido al mercado y a los reguladores funcione eficientemente y cumpla con su cometido legal (ver Z Digital 26 de junio 2024).
Entre los muchos beneficios de la IC se encuentra uno que, aunque no se vea a simple vista, no deja de ser importante para un país cuyo Sistema Nacional de Innovación y Desarrollo Tecnológico (Decreto 190/2007) apenas se menciona.
Se trata de la posible contribución de esta especial infraestructura a la innovación, un término complejo y multifacético, en torno al cual se han construido enfoques notablemente diferenciados. Para los fines de estas entregas, asumimos la definición del reputado Manual de Oslo, entendiendo por innovación el resultado de productos y procesos tecnológicamente nuevos, así como mejoras significativas en productos y procesos existentes, involucrando actividades científicas, tecnológicas, organizacionales, financieras y comerciales.
Surge entonces la primera pregunta: ¿tienen las normas técnicas algo que ver con los procesos y resultados del esfuerzo de innovación? Inmediatamente aparece una contradicción aparente: las normas, cuando son el resultado del consenso, reflejan el estado actual de los avances tecnocientíficos y la experiencia acumulada por expertos en la materia. Por su parte, la innovación implica necesariamente cambios progresivos en procesos y productos, determinados por los avances científicos y tecnológicos en su inagotable dinámica de movimiento ascendente.
Las normas parecen reflejar un estado estático de los conocimientos y técnicas, mientras que la innovación expresa dinamismo tecnocientífico y beneficios tangibles y comprobables para la economía y la sociedad. “Tangibles y comprobables” significa que los beneficios de la innovación, cualquiera que sea la forma que revista, deben ser, digamos, ratificados por el mercado, entidad que en definitiva decide la realidad del cambio.
En el mundo moderno no podría iniciarse proceso innovador alguno sin la ayuda de las normas técnicas. Ellas proporcionan un lenguaje técnico común, difunden conocimientos y transportan nuevas soluciones. De hecho, desde la investigación hasta la difusión en el mercado de nuevas tecnologías o cambios progresivos reales, las normas juegan un papel crucial. Están presentes en el éxito de los procesos innovadores porque facilitan la cooperación, la transferencia de conocimientos y la aceptación en los mercados de las nuevas tecnologías.
Las tarjetas de crédito, introducidas en 1958 por Bank of America Corp., pueden usarse sin inconvenientes en cualquier cajero automático, sin importar el banco de preferencia. Esto es posible porque estos importantes e imprescindibles dispositivos están normalizados o estandarizados, permitiendo que las tarjetas se ajusten con la misma precisión a los cajeros de los distintos bancos, cumpliendo también con otros requisitos normativos. Esta realidad es extensiva a una inmensa diversidad de productos:
“El grifo que utiliza al levantarse y la tubería por la que llega el agua están normalizados. El microondas en que calienta el desayuno es seguro y da su servicio gracias a que hay normas para él. Los tejidos de la ropa con que se viste están sujetos a normas que impiden agresiones a la piel. El vehículo que conduce está normalizado en sus componentes y, si se trata de una motocicleta, también el casco que utiliza es seguro gracias a que cumple normas al efecto” (Aenor. Tecnología para competir. Desarrollos tecnológicos que han impulsado a la empresa española. Madrid, 2011).
En definitiva, las normas técnicas son un vehículo por excelencia para la transferencia de conocimientos, tanto por la información que contienen como por el contexto de su elaboración. Ayudan a difundir nuevas tecnologías porque los normalizadores o las instituciones de normalización están siempre alertas al curso de la evolución tecnológica, así como a las nuevas demandas del mercado. Ayudan por lo demás a elevar la confianza de los consumidores y usuarios en los nuevos productos, aportando seguridad y eficiencia.
Es pertinente subrayar que la normalización debe estar presente desde las primeras etapas del proceso de investigación e innovación. De otro modo, la utilización de los resultados de la innovación, como los productos y aplicaciones industriales, puede sufrir un costoso retraso, como sucedió en Alemania con la nanotecnología.
Las normas fomentan la investigación prenormativa, promoviendo la utilización de nuevos materiales y productos, asegurando así la calidad y seguridad en su uso. Asimismo, ayudan a la apertura de nuevos mercados y a la competencia entre proveedores al facilitar un lenguaje técnico común en el que se expresan sus requerimientos. No es casual que la UE asigne a la normalización el rol de herramienta más apropiada en la evaluación de los proyectos de estrategias para difundir los resultados de las iniciativas de I+D.
La política industrial sostenible a la que aspiramos debe incorporar obligatoriamente la normalización a sus planes e intenciones; debe estar presente en los mercados que en esa política sean considerados líderes, así como en los costosos procesos de compras públicas. Tanto desde las altas instancias políticas como desde las empresariales, debe reafirmarse el compromiso con la normalización, reconociendo su importancia para la modernización de sus estructuras, la competitividad y la innovación.