El silencio, no existe, pues la ausencia total de la percepción del sonido es imposible. Puede que no digas nada, que permanezcas callado sin nada decir, pero será imposible que no escuches y sientas hablar tus pensamientos, tus deseos. El silencio no existe, pues su existencia manifiesta es parte de nuestra propia vida.
Puede que no escuches sonido alguno proveniente de fuera de ti, pero qué difícil es no escuchar lo que sientes mientras tal o cual situación acontece. El silencio en la música, como en el cine y el teatro, genera ruidos, expectativas, alertas… algo sucederá que nos atrapa en el ruido expectante del silencio.
En la meditación profunda el silencio profundo de la mente ofrece la oportunidad de percibir e interactuar con tus emociones y las de aquellas personas del entorno, así lo pone al descubierto un estudio reciente desarrollado por investigadores de la Universidad de Laguna y la Universidad Jaume, publicado en la revista Plos One.
El silencio nos conecta con el otro en su propio silencio. Ambos podemos sentir lo prodigioso del silencio intencional que nos habla del otro. Nos comunica en la ausencia de la palabra hablada, aunque no de la palabra sentida en el silencio compartido.
El silencio no existe, pero te llama y acoge en su propia existencia. Si te encuentras con él resulta imposible no prestarle atención, pues resulta inquietante, como incluso, atractivo. Su presencia se hace tan fuerte, tan viva en tu conciencia que no deja de sorprenderte y cautivarte a veces.
No es el reverso del ruido y mucho menos su ausencia. El sonido más fuerte es el silencio, decía Lao Tsé, que invita a la reflexión como a la meditación profunda. Sonido y silencio no son antagónicos, pues uno, el silencio, nos puede permitir disfrutar del segundo, el sonido, que brota del alma, nuestro interior más profundo.
En una sociedad plagada de ruidos ensordecedores, abrumadores se podría decir, el silencio es un gozo, un cántico al disfrute pleno del espíritu atrapado en la jaula del bullicio que lo rodea, pero que busca expandirse por todos los rincones de nuestra propia existencia para el gozo pleno.
En la música, por ejemplo, tan importante es la nota musical, el sonido, como el silencio. Sin silencio la música sería imposible de disfrutar. El silencio nos prepara generando el contraste necesario para apreciar aquello por llegar. Sonido y silencio se constituyen en la base esencial de la creación musical. Sin silencio, la música no existiría.
El silencio en la música, como en la vida, es tan crucial como el lienzo blanco lo es para la expresión artística a través de la pintura para el pintor. La famosa obra Bolero de Ravel (Maurice) hace de esta combinación, sonido y silencio, una magia que nos conduce paulatina e inalterablemente al éxtasis.
Existe una obra musical, la suite orquestal Los Planetas compuesta por Gustav Holst entre el 1914 y 1916, en el que en su movimiento final Neptuno, el místico, último planeta de nuestro sistema conocido entonces, en que las voces del coro colocado fuera del escenario se van apagando paulatinamente hasta un silencio absoluto, completando así, su magistral belleza. (Holst-Planets Suite-Neptune-Proms 2009)
Quienes gozan de mi edad, un poco más y un poco menos, recordarán aquella obra magistral del cine de Ingmar Bergman, Persona (1966), en la que el silencio se constituye en el principal grito del alma sumergiéndonos de lleno en el tema de la propia identidad reconocible solo a través del otro.
La experiencia de Jesús en el Monte de los Olivos lo enfrentó al poderoso ruido en todo su ser por cuanto se acercaba venir, la tragedia de la muerte, pero, al mismo tiempo el más poderoso silencio en oración al Padre para afrontarlo. Apartándose de sus discípulos “como un tiro de piedra y, puesto de rodillas, oraba así:
Padre, sin quieres aparta de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya. Entonces se le apareció un ángel venido del cielo que lo confortaba. Y sumido en agonía, insistía más en su oración. Su sudor se hizo como gotas espesas de sangre que caían en tierra”. (Lucas, 22: 41-44). El silencio en su más alto esplendor.
Ante el duro ruido de la muerte, el silencio, en la oración al Padre, lo reafirmó en su vida y su misión, lo que le da el sentido a quienes lo siguen, incluso en el silencio.
Reencontrarnos en el silencio puede ser la oportunidad de romper con los límites entre el mundo y el lenguaje, ofreciéndonos la oportunidad de volver a la esencia misma de la vida, oculta en el bullicioso mundo que nos ha tocado vivir.