Con Gaza en el corazón
Las recientes elecciones nos muestran una Europa donde la amenaza de la ultraderecha crece de manera imparable. Y crece gracias al voto, no a la violencia política como en los años 20 y 30 del siglo pasado. Duele escribirlo, duele contarlo… Han sido el partido más votado en Francia o en Italia y el segundo, nada más y nada menos, que en Alemania. Aquí en España suman ya casi el 15% de los votos.
La mitología griega nos habla del rapto de la princesa fenicia Europa por parte de Zeus, quien adoptó la forma de un bello toro blanco y la llevó a la isla de Creta. Hoy Europa, con sus tan pregonados “valores fundacionales”, que hablan de la libertad, la democracia y los derechos humanos, está casi secuestrada por la extrema derecha, cuyo mensaje, además, ha contagiado el de la derecha que se dice democrática. Véase el discurso del Partido Popular español en relación con la inmigración…
Por supuesto, hace años que en el Viejo Continente se debate acerca de las razones de este fenómeno político, inimaginable hace algunas décadas, cuando estas fuerzas políticas eran marginales y no se liberaban del estigma del fascismo, derrotado en los campos de batalla en 1945. En los próximos años, Marine Le Pen, Giorgia Meloni y otros políticos similares pueden condicionar el futuro de Europa, en uno de los momentos más complejos desde la Guerra Fría, con la guerra en Ucrania y el genocidio en Gaza, con la escalada de los presupuestos belicistas, con la llegada de miles de migrantes por la frontera sur que huyen de la miseria, las hambrunas y los conflictos en África, con la crisis climática…
Especialmente preocupante es el apoyo de los hombres jóvenes a estas fuerzas políticas, que han convertido el odio al feminismo, a los migrantes y a la izquierda en su munición preferida de combate electoral. Los bulos, las mentiras, las fake news, propagadas por las redes sociales, cumplen su función de manera muy eficaz y desde luego sorprendente para quienes nacimos en un mundo sin internet, pero que leía libros y periódicos, que no se alimentaba “intelectualmente” de vídeos y que no se deja embaucar tan fácilmente por los nuevos brujos: youtubers, tiktokers, influencers…
Vivimos, o nos han metido las redes sociales, en una burbuja de alienación permanente, en la que el individualismo es el modelo que triunfa. Pierden los discursos y las propuestas de derechos esenciales para todos y todas, de construir sociedades más solidarias. Prevalecen los estereotipos del “inmigrante delincuente” o las mentiras sobre el feminismo.
Hoy, cuando vemos a Europa amenazada por la extrema derecha, no podemos sino volver a leer a Bertolt Brecht:
“Primero se llevaron a los judíos,
pero como yo no era judío, no me importó.
Después se llevaron a los comunistas,
pero como yo no era comunista, tampoco me importó.
Luego se llevaron a los obreros,
pero como yo no era obrero, tampoco me importó.
Más tarde se llevaron a los intelectuales,
pero como yo no era intelectual, tampoco me importó.
Después siguieron con los curas,
pero como yo no era cura, tampoco me importó.
Ahora vienen por mí, pero es demasiado tarde”.