A finales de mayo de 1961, el Presidente John F. Kennedy estaba visitando al Presidente Charles de Gaulle en Francia. A las 2:00 p.m. (hora dominicana) del 31 de mayo, el Secretario de Prensa de Kennedy, Pierre Salinger, dio la noticia del asesinato de Trujillo a la prensa en París, precediendo el anuncio dominicano por casi tres horas.
La torpeza de Salinger avergonzó al gobierno norteamericano y encendió las primeras sospechas de la intervención estadounidense en el asesinato. Radio Caribe, la voz del SIM (la policía secreta), hizo el anuncio oficial entrada la tarde del 31. La mañana siguiente los titulares de los periódicos proclamaban: “Vilmente asesinado cae el Benefactor de la Patria”. Música clásica melancólica se escuchaba en todas las estaciones de radio, y comenzaron los arreglos para el funeral. El cuerpo fue encontrado en el baúl de uno de los vehículos de los complotados.
Temprano el día 2 de junio, Ernie McCullough, encargado de negocios canadiense, se integró a los otros ocho miembros del minúsculo cuerpo diplomático en Ciudad Trujillo para expresar sus condolencias en el Palacio Nacional. Las sanciones de la OEA que siguieron al intento de Trujillo de asesinar al Presidente de Venezuela, Rómulo Betancourt, habían provocado el cierre de la mayoría de las misiones diplomáticas el año anterior.
Al regresar a casa a las 9:30, Ernie me llamó. “John, el embajador Logroño (jefe de protocolo) acaba de decirme que el funeral será en San Cristóbal esta tarde. No me siento bien y me gustaría que fueras tú. Por cierto, la vestimenta protocolar es Chaquéʺ.
Un chaqué! ¿Cómo rayos iba yo a encontrar un frac, chaleco y pantalones a rayas en dos horas en una Ciudad Trujillo cerrada a cal y canto? De hecho, lo conseguí a través de amigos en el Consulado General Norteamericano. A mediodía estaba en el viejo carro oficial en ruta a San Cristóbal y casi perdido en los pliegues del Chaqué de Matt Ortwein. Matt, funcionario administrativo del consulado, era mucho más ancho que yo.
“Buen ajuste”, dijo riendo Balthazar, el chofer jamaiquino-dominicano.
San Cristóbal era un pandemonio. Trujillo era venerado como un semi-dios. La empobrecida y supersticiosa comunidad rural sentía que Trujillo había mejorado sus vidas. El dictador había desarrollado mercados para sus cosechas, y construido caminos vecinales, tribunales y escuelas, al mismo tiempo que cámaras de tortura y una selva de estatuas de su figura.
Cerca de dos mil campesinos semi-histéricos rodeaban la iglesia. Entre ellos y la iglesia se extendía un círculo de cientos de tropas fuertemente armadas. Dentro, los congregados estaban armados hasta los dientes. Senadores con pistoleras atadas a sus pantalones de rayas, generales y almirantes con un surtido de armas de gran calibre. Uno de los hermanos de Trujillo, Arismendi, vestido con el uniforme de un general de tres estrellas y portando una ametralladora, caminó por el pasillo hasta su asiento frente al altar.
Hasta donde pude determinar, las únicas personas que no estaban armadas eran los clérigos, el cuerpo diplomático y el Presidente Joaquín Balaguer. Un cielo gris, encapotado, aumentaba el ambiente sombrío dentro de la iglesia, pero no impidió que muchos de los presentes, especialmente los militares, llevaran puestas gafas negras, un accesorio típico de la policía del aparato estatal.
La tensión era palpable. El asesinato había ocurrido hacía menos de tres días. Algunos de los participantes en el complot habían sido capturados y asesinados. Había un gran temor de que complotados sobrevivientes vieran el sepelio, que congregaba a los altos funcionarios y familias del régimen, como una oportunidad irresistible para dar un golpe de gracia. En ese momento yo no tenía idea de que uno de los cabecillas del complot, el general Pupo Román, jefe del Ejército, estaba en la iglesia. El cadáver de Trujillo fue llevado a su puerta como prueba de que la primera fase de la conspiración había triunfado.
Pero Román vaciló, y el plan de asumir el poder con apoyo de los Estados Unidos colapsó. Ya Román era un sospechoso, y fue arrestado tres días después, torturado y asesinado por el hijo de Trujillo, Ramfis.
Una fotografía tomada durante el funeral muestra al coronel León Estévez, nuero de Trujillo y asociado del SIM, mirando venenosamente al general.
Dos soldados empujaron a un sacerdote para traquetear el púlpito en busca de bombas. El muffler de un carro detonó repetidas veces, y unos doscientos dolientes aferraron sus armas. Nosotros esperábamos. Los que tenían armas las movían inquietos.
Inesperadamente, los campesinos aumentaron sus gritos. Comenzó a escucharse el sonido tenue de un motor que aumentó en intensidad. La multitud gritaba. Los que estábamos dentro de la Iglesia no sabíamos lo que ocurría y temblábamos de miedo. Los campesinos observaban asombrados cómo un helicóptero sobrevolaba el patio de la iglesia.
El escenario de fuera lo describió Balthazar a nuestro regreso. Sobre las cabezas de la multitud, se abrió la escotilla de la nave, y un enorme sarcófago fue bajado lentamente hasta donde esperaba una camilla. Los campesinos se agitaron y aullaron. El lamento se hizo más y más fuerte. El ataúd del generalísimo balanceándose en el aire fue un momento de insoportable y trascendente misterio para los aturdidos y crédulos dolientes.
El Presidente Balaguer pronunció un panegírico elegante y trémulo. Las tropas saludaron con cañonazos. Nadie de los que estaban dentro respondió los tiros. El servicio había terminado.
Días después le hablaba a un amigo del consulado norteamericano sobre el funeral. Hace mucho tiempo de esto, pero creo que era Joe Fandino.
—Pero ¿no sabías?, dijo Joe. Trujillo no estaba ahí.
—¿Qué quieres decir con que ʺél no estaba ahíʺ? Era su funeral.
–“Seguro, pero doña María ( su viuda) no quería correr riesgos. Temía que los miembros del complot se hicieran con el cadáver y lo colgaran de un poste, como hicieron con Mussolini. Encontraron otro cuerpo, algo no difícil para ellos, y lo pusieron dentro del féretro”.
–“¿Y dónde estaba Trujillo?ʺ
–“La viuda y Ramfis decidieron dejarlo en un sitio seguro. Lo pusieron en un congelador”.
–ʺ¿En un congelador?”
Joe hizo una pausa. —“Sí, el sarcófago del Benefactor está en un congelador en San Isidro”.*
Otras personas han expresado dudas sobre la versión de Fandino y han sugerido que el cuerpo de Trujillo estaba dentro del sarcófago.