La historia espeluznante de El Salvador parece no tener fin. Hoy vive un nuevo capítulo, dirigido por un presidente convencido de que la delincuencia criminal se derrota con métodos dictatoriales, donde la dignidad humana es pluma de garza, y la tortura es arma legítima que puede exhibirse por todo el mundo. A juzgar por los trinos, las causas sociales no generan vientos que tumben coco. Tampoco la presunción de inocencia, ni el debido proceso.

Desde que irrumpe en el concierto de repúblicas independientes, a mediados del siglo XIX, El Salvador se desgarra entre fraudes electorales, asesinatos, golpes de Estado, dictaduras militares, matanzas horripilantes, y guerra civil. ¡Y mire que ha habido genocidas con rango presidencial! En 1932, el general golpista Maximiliano Hernández Martínez (presidente 1931-1944), sofocó un levantamiento campesino con el asesinato de 30 mil protestantes. En la ocasión, Farabundo Martí, junto líderes indígenas y campesinos fueron fusilados en prisión.

Conocido como El Teósofo (practicante de un credo religioso ecléctico), el general Hernández Martínez restó importancia a la carnicería de su régimen, y al efecto sentenció: “Es un crimen más grande matar a una hormiga que a un hombre, porque el hombre reencarna, mientras la hormiga muere definitivamente”.

Entre 1980 y 1992, El Salvador vivió una cruenta guerra civil: Fuerza Armada vs. Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional. En sus prolegómenos, la ultraderecha, con el Mayor Roberto d’Aubuisson Arrieta al frente de los escuadrones de la muerte, asesinó (24/3/80) a monseñor Óscar Arnulfo Romero, crítico de los abusos oficiales. Recibió un disparo directo al corazón, mientas oficiaba una misa.  A este crimen atroz, impune hasta hoy, siguió la matanza de El Mozote, que incluyó cientos de niños, ejecutada por el ejército, en alianza con Estados Unidos. También, la de seis sacerdotes, una empleada y su hija (16-11-’89) en la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas, obra del Batallón Atlacalt….

Tras 12 años de una guerra civil que dejó cerca de 100 mil víctimas, entre muertos y desaparecidos, se firmaron los Acuerdos de Paz de Chapultepec (México, 01/03/92), que pusieron fin al conflicto. Entonces, muchas armas quedaron en campos y ciudades, a disposición de antisociales. A ello se suma el “aporte curtido” de miles de deportados de Estados Unidos.

Por más de tres lustros, los partidos gobernantes tras los acuerdos de paz (la derecha, con ARENA, y la izquierda, con el FMLN), no fueron capaces de enfrentar con éxito el desorden criminal del terrorismo pandillero.

Hoy, con una población sobre los 6 millones de habitantes, y el empresario Nayib Bukele en la presidencia, El Salvador es noticia en todo el mundo. Más aún, es presentado como modelo en el combate a las bandas criminales. Abundan los aplausos. Las imágenes de miles de pandilleros detenidos (se habla de 65 mil), asaltan los medios de comunicación. Esposados, casi desnudos, se les ve acuclillados en el suelo, hacinados como pollos en granja… (Se afirma que la nueva mega cárcel de Bukele, con capacidad para 40 mil presos, corrige ya el hacinamiento).

Es lo cierto: El Salvador se había convertido en el reino de las bandas criminales, y como tal, en uno de los países más inseguros del mundo.  Se afirma que llegó a ser el número uno…. Ampliamente internacionalizadas, estas bandas ha tiempo demandaban una respuesta condigna, en su propia cuna.

El reparo que puede hacerse estriba en que, a ojos vista,la respuesta desborda la legalidad del Estado, que por definición relucta el apremio corporal, la humillación y la tortura.

En su combate a las pandillas (Mara Salvatrucha, Barrio 18-Sureños, Barrio 18-Revolucionarios…) el gobierno salvadoreño ya lleva un año con las garantías constitucionales suspendidas, lo que se presta a abusos reiterados, con total eximencia de responsabilidad.

Se escucha al presidente Bukele (Partido Nuevas Ideas) sentenciar que para los pandilleros solo hay dos opciones: la cárcel o la muerte, lo que podría implicar su eliminación física, acaso por simple sospecha. El presidente también enfatiza que los pandilleros no volverán a ver la luz del sol, lo que niega la posibilidad de toda redención, pese a que la mayoría son jóvenes.

A largo plazo, la guerra está condenada a arrojar resultados desalentadores. La acción correctiva del Estado se queda en el fenómeno. No dispara a las causas del fenómeno.

¡Ah, no olvidar que en El Salvador, como en cualquiera de nuestros países, también hay pandilleros de cuello blanco!