"En tiempos de engaño universal, decir la verdad se convierte en un acto revolucionario"-George Orwell
La administración Trump, en su disputa con el Partido Demócrata, dejó al descubierto un secreto guardado durante décadas que indudablemente fue piedra angular de la política exterior de Estados Unidos desde los primeros años de la Guerra Fría: el verdadero papel de uno de los organismos estatales más influyentes de ese país, la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID).
Desde sus inicios, las élites económicas y políticas estadounidenses han dirigido sus estrategias a promover la inestabilidad interna de las naciones que se oponen a sus intereses. Esta misión, liderada con esmero por la USAID, se vio reforzada en la sombra por las operaciones de la CIA, célebre a nivel mundial por sus intervenciones encubiertas en países considerados de alto riesgo, llegando incluso a ejecutar medidas extremas -como eliminaciones selectivas-para resguardar los llamados “valores occidentales”.
Presentada como una herramienta de “ayuda humanitaria”, la USAID -creada en 1961 por el presidente John F. Kennedy- se concibió para intervenir en países cuyos gobiernos, ya fueran soberanistas o proclives a corrientes de izquierda o socialistas, se resistieran a la hegemonía de Washington o se acercaran a potencias rivales. Durante sus primeros años, la agencia alcanzó una relevancia política significativa al operar de la mano de la Alianza para el Progreso (1961-1970). En América Latina, no solo trató de contrarrestar el llamado “experimento cubano” -en varios aspectos fallido-, sino que también financió y brindó respaldo logístico a movimientos que, bajo la fachada de progresismo y renovación, en realidad defendían posturas netamente prooccidentales.
El golpe de Estado a Salvador Allende en 1973, que truncó un proyecto democrático-socialista por él liderado, evidencia con brutal claridad la intransigencia de un orden occidental hegemónico -hoy cada vez más cuestionado- frente a toda propuesta que amenace sus intereses en América Latina y otras regiones estratégicas. El colapso de la experiencia chilena fue una prueba no solo de la efectividad de esa “política de cooperación” impulsada por la USAID y otros entes del poder estadounidense, sino también de cómo la injerencia encubierta y la desestabilización interna sirvieron, durante décadas, para neutralizar cualquier alternativa que desafiara la supremacía de un sistema mundial ahora en evidente crisis, aun cuando se tratara de reformismos moderados.
En este contexto, resulta complejo determinar si la USAID actúa como un verdadero brazo operativo de la CIA o si funciona como un instrumento eficaz del llamado “Estado profundo”, o incluso ambas cosas a la vez. Lo cierto es que, a medida que se acumulan pruebas irrebatibles, Donald Trump y su entorno de “revolucionarios” siguen develando la naturaleza real de los programas de solidaridad aparentemente benévolos de esta agencia, que terminan por servir de soporte para golpes de Estado, imposición de agendas que dañan tradiciones y valores locales, respaldo a movimientos favorables a Occidente -como en los casos del llamado Euromaidán o, más recientemente, Georgia- y para la eliminación de toda resistencia interna a través de la desinformación y la manipulación de los hechos históricos.
El propio Departamento de Estado admite hoy que la USAID se desvió de su cometido inicial de “promover responsablemente los intereses estadounidenses en el exterior”. Según la visión de Trump, ello se traduciría en una traba para lograr que Estados Unidos sea “más fuerte, más seguro y rico”, acorde con la consigna electoral de “Estados Unidos primero”. Y es que los datos hablan por sí solos:
Según una nota informativa de USAid. que ya ha sido retirada de Internet, en 2023 la Agencia financió la formación y el apoyo a 6.200 reporteros, asistió a 707 medios no estatales y respaldó a 279 organizaciones de la sociedad civil dedicadas a fortalecer el periodismo independiente. Para 2025, el presupuesto de ayuda exterior incluía 268.376.000 dólares asignados por el Congreso para apoyar a los “medios independientes y el libre flujo de información”.
¿Sabían que el 90% de los medios de comunicación en Ucrania dependía financieramente de la USAID? Este solo dato sirve para explicar cómo se configuró y sostuvo una narrativa acorde a los intereses occidentales, silenciando realidades tan graves como actos de corrupción, reclutamientos militares forzados, bombardeos sobre zonas residenciales rusas, participación abierta de grupos nazis declarados en el gobierno ilegitimo de Zelensky, persecución de la iglesia ortodoxa rusa o la represión contra sectores opositores, entre otros abusos.
La inyección de miles de millones de dólares en más de un centenar de países –con especial atención a Georgia, Polonia, Moldavia, Armenia, Bielorrusia y, sobre todo, Ucrania- provino ciertamente del bolsillo de los contribuyentes estadounidenses, pero poco tuvo que ver con la “ayuda humanitaria” genuina. Más bien, apuntaba a sustentar movimientos y plataformas mediáticas comprometidos con los planes más cuestionables de Occidente.
La retórica y la presión que Trump, en colaboración con figuras como Marco Rubio, ha ejercido antes de cada gira diplomática, han servido para revelar al mundo de una manera descarnada la dinámica de intervención de Estados Unidos: antes de dar paso a golpes militares o a intervenciones directas, ponen en marcha operaciones “híbridas” destinadas a provocar caos y malestar al interior de los países objetivo. Esta táctica, tristemente célebre, se ha repetido desde un extremo al otro de América Latina.
Prensa, mundo del arte, prominentes figuras de la comunicación, redes de informantes y el análisis masivo de datos estuvieron sujetos a la manipulación de estos tentáculos, cuya fase final involucra la actuación decisiva de la CIA y el Pentágono. No sorprende que la búsqueda de información políticamente estratégica -sin dejar de lado incursiones en la vida privada- constituya una prioridad absoluta en esa hoja de ruta.
Las amenazas de cerrar o reformar la USAID no generan demasiado optimismo. Con mucha probabilidad, sus funciones y métodos basados en la desestabilización, la propaganda y el control vía financiamiento resurgirán bajo otras estructuras o denominaciones.
El auge de la inteligencia artificial, en la cual la administración Trump planea invertir miles de millones de dólares, y la aparición de estrategias cada vez más sofisticadas y letales, aportan nuevas fórmulas para continuar con la injerencia abierta en los asuntos internos de terceras naciones que, de una u otra forma, procuran levantar un escudo protector frente a la influencia occidental.
La realidad nos demuestra, por tanto, que la USAID fue de hecho un engranaje esencial de una política exterior que se presenta como benefactora, pero que operaba de hecho como un vehículo de intervención e injerencia. El velo ha sido retirado, aunque tal vez sea solo una muestra de un poder que se reacomoda y adopta distintos rostros con un único fin: salvaguardar los poderosos intereses de quienes se hallan detrás del escudo de una supuesta defensa de la “libertad” y la “democracia”.