"Y no es la adversidad la que separa a los seres, sino el crecimiento"… Pablo Neruda.

Recuerdo haber leído hace tiempo que Milos Forman, el director de la película Amadeus,  tuvo que recurrir a innumerables pruebas y ensayos hasta encontrar un rostro que le permitiera, en cierta manera, sintetizar la envidia de Salieri. Buscaba un tipo de facciones humanas que lograran mostrar ese elemento sutil y poco transparente que subyace en determinadas personas y que sin darse cuenta delatan a quien la padece. La envidia se oculta entre el follaje de distintas formas. Nunca se muestra abiertamente. Es más un sentimiento subrepticio que corroe por dentro y tan solo por  momentos se muestra en todo su esplendor.

 

Pocos autores han sabido representar tan baja pasión con tanta lucidez como el austriaco Sandor Marais en su novela El último encuentro. La envidia solapada de uno de los personajes es el tema que late entre dos amigos que se reencuentran, en una larga noche entre candelabros de copiosas barbas, después de cuarenta años de distanciamiento. Uno de ellos necesita comprender, después de tanto tiempo, el porqué de aquel repentino alejamiento que los separó a uno del otro.

 

Si para mí algo constituye el más profundo de los enigmas ello es sin duda  la envidia. No puedo entender la mezquindad que encierra esa terrible incapacidad en quien no sabe reconocer el mérito ajeno. No logro comprender cómo es posible guardar entre las arterias del corazón el sincero elogio; cómo el crecimiento personal aleja a los seres humanos cuando uno no es capaz de aceptar el avance y el éxito del otro.

 

Por suerte, o más bien por desgracia, en el mundo del arte existen muchos ejemplos que describen a la perfección ese estado del alma. Antonio D. Olano, en su magistral libro Las mujeres de Picasso retrata en breves pinceladas a Olga Koklova, una de ellas, y describe ese rasgo que a su modo de ver revela las características de una persona amargada: "mujer de bonita piel y algunos autores que la conocieron y la estudiaron a través de los retratos que de ella hizo Picasso, adivinan una expresión de estúpida tozudez, de insastifaccion, del mal humor resaltado por el mentón levantado".

 

En Olga Koklova era evidente la amargura y la insatisfacción con la vida. En su rostro, cuando uno observa su fotografía, se pueden ver ese tipo de señales que en general identificamos de un modo visible con la envidia. Pero no siempre es fácil. No podemos decir lo mismo de ciertas personas que acumulan  logros personales evidentes y rotundos y que, pese a ellos,  esconden sedimentos grises como polvo del volcán no explosionado que guardan en su interior. En mi opinión la falta de generosidad es una clara manifestación de la envidia oculta. No importa que quien la siente y la practica tenga en su haber títulos y premios acumulados en el transcurrir de su vida, nunca serán estos suficientes. Hay mucho de mediocridad en ese no saber reconocer en los demás lo que creen que solo a ellos les pertenece. El envidioso, en su ruindad, no puede ver todo cuanto de positivo y digno de  ser destacado hay en el otro, como si al hacerlo restara su propio valor. Y esto sirve para todas las personas y en todos los oficios posibles.