El poeta y dramaturgo Victor Hugo produce su inscripción romántica sobre la oposición poder y libertad.
El escenario que construye la idea de autoridad en esta obra, titulada El Papa, se funda- menta y expresa en la tensión autoridad y obediencia, libertad e historia, obra-sumo-poder-de-Dios- sobre-la-tierra.
“El Patriarca del Oriente (Con la tiara ceñida y rodeada de obispos con mitras de oro y capas pluviales): ¡Entonad el himno de la alegría y de la alabanza! ¡Tribus, ciudades, cantad por valles y montañas! Sabaoth es el esposo y la iglesia su compañera. Pueblo, yo soy el apóstol y bendigo a los cielos.
(Entra un hombre vestido con un sayal negro y portando una cruz de madera en la mano).
EL HOMBRE. Bien está bendecir al cielo, pero es mejor bendecir al infierno.
EL PATRIARCA. ¿Al infierno?
EL HOMBRE. Sí, bendecir las miserias, esto quise decir.
Bendice las lágrimas y los corazones sinceros, aunque maltrechos, en los que el bien lucha contra el mal. Bendice la desnudez, los harapos, los lechos miserables y las mazmorras. Bendice los espíritus humildes y sombríos, las almas; bendice aquellos por quien nunca rezaste, los parias, los condenados, en suma, la totalidad de males que nacen de la miseria del mundo. Bendice pues, ese infierno.
El PATRIARCA. ¿Quién es ese hombre?
EL HOMBRE. Obispo de Oriente, el Obispo de Occidente te saluda. Soy tu hermano. Sé prudente y medita, porque sacerdote, Dios existe.
EL PATRIARCA. ¿Sois vos, padre? ¿Vestido con un sayal?
¿Cómo es que vais así?
EL PAPA. ¡Estoy triste!
EL PATRIARCA. ¡Vos! ¡El primer ser del mundo!
EL PAPA. Sí, yo. ¡Pobre de mí!
EL PATRIARCA. ¿Por qué estáis triste?
EL PAPA. Por el mundo… y por ti. Sí, me entristece el dolor universal, tanto como tu alegría.
“(Avanza unos pasos y mira fijamente al Patriarca)
Patriarca, mientras en el mundo son muchos los que sufren, a ti te rodea un lujo abominable. Ya es hora de que lo suprimas. ¡Comienza por arrojar la corona al suelo! La corona estorba a la aureola, y es preciso escoger entre el oro de la tierra o el resplandor del cielo. Has de saber, alegre pastor, que los pueblos tiemblan; que el cielo es el reloj que marca la hora en que ha de sonar el repique de las cunas, el mismo que anuncia la llegada de los recién nacidos. Cuida de esos inocentes y no les conviertas en condenados. Teme al mal que fulgura y que tú mismo avivas con vanidades, ambiciones y concupiscencias.
No seamos sacerdotes corrompidos. No imitemos a los reyes, que se roban unos a otros. La riqueza que posees se la has arrebatado a los pobres. Cuando el oro llena tu saco, Dios mengua en tu corazón” (pp. 35-36)
“UN OBISPO. Es necesario que el hombre padezca para que Dios triunfe. El oro del templo deslumbra al pobre útilmente; el dogma necesita perlas como astros el firmamento. Es preciso que el enjambre agitado y bullicioso de los vivientes vuele hacia las mitras, que éstas fulguren cual constelaciones y que ese resplandor llegue hasta su noche. El templo exuberante atrae; el altar pobre, en cambio desacredita. El pastor debe elevarse sobre el rebaño, como el sol sobre el mundo.
Diálogo, acotación y situación empalman con la fuerza de las acciones y el nervio mismo del drama humano:
OTRO OBISPO. Las multitudes deben tener un señor, ya sea soldado, juez o profeta. El sacerdote es el primero de los señores, y el segundo es el rey.
OTRO OBISPO. Si la esteva, ( pieza corva del arado que maneja con la mano el que ara) es dura, el arado abre mejor el surco, y sembrar es fundar. La espiga será más hermosa cuanto más profunda sea la llaga.
OTRO OBISPO. Dios jamás quiso que le comprendiéramos.
OTRO OBISPO. El reino de los cielos pertenece a los pobres de espíritu, luego conviene saber y conocer poco para merecerlo.
OTRO OBISPO. El destino de los pobres es el estar abajo y seguir a los demás; no se les permite más ascensión que hacia nosotros. Por eso suben de rodillas las escaleras del templo.
OTRO OBISPO. El pensamiento que se aparte del dogma, es la cizaña que crece entre el trigo. ¡Que el anatema caiga sobre el hombre insubordinado!
OTRO OBISPO. Poseemos la terrible lucidez, y es preciso que ésta ilumine o abrase. El sacerdote será infiel a Dios si vacila en inclinarse y aplicar la antorcha encendida al montón de paja de la hoguera.
EL PATRIARCA. ¡Ah! Lo que hoy se llama libertad es en realidad el abismo. El terrible querubín que está de pie en la entrada de lo infinito repite sin cesar: “Creed, temblad, humillad vuestra frente orgullosa y obedeced”. El príncipe es sacerdote y el sacerdote es príncipe. Querer comprender, querer pensar, es poner obstáculos a Dios. Así, pues, los mortales que se resisten a cumplir estos mandatos son insensatos. Dios maldice tanto los esfuerzos, que es hermana del antiguo pecado; y vuestro vano progreso, que acaricia siniestramente la lengua de fuego que sale del lago de azufre. Estas son las verdades que brotaron del abismo el día en que el retumbó en el Horeb (montaña “árida” o “quemada”), en el A. T.sinónimo de Sinaí…)
EL PAPA. Creed pues, hermanos, que yo soy rebelde.
LOS OBISPOS. ¿Qué queréis decir?
EL PATRIARCA. ¿Qué es lo que pensáis?
EL PAPA. Pienso que no creo nada de lo que estáis diciendo.
EL PATRIARCA. ¿Será posible que queráis desmentir a vuestros venerables predecesores?
EL PAPA. En la oscuridad de la noche sentí una gran insatisfacción de mí mismo.
EL PATRIARCA. Cuando el piloto está ciego, el navío zozobra. No cambiéis vuestra singladura, no vayáis hacia la noche o de lo contrario iréis hacia la muerte.
EL PAPA. Camino hacia la vida.
EL PATRIARCA. Tendréis que rendir cuentas.
EL PAPA. Las rendiré.
EL PATRIARCA. Pensad en el cielo, del que os estáis alejando.
EL PAPA. Al contrario. Ahora, precisamente, voy a ascender a sus serenas regiones.
LOS OBISPOS. ¡Torpe ofuscación!” (pp. 41-43)
El ritmo marcado por las propias inflexiones del texto que son ritmemas dramatúrgicos que guían las acciones y a los personajes como funciones en el tejido mismo de lo dramático. De Ahí, la fuerza tensiva de las acotaciones:
Invierno. Un aposento miserable. Un pobre rodeado de su familia.
EL POBRE. ¡Ya no creo en Dios!
EL PAPA. (Entrando). Debes tener hambre. Toma, come. (Parte su pan y da la mitad al pobre)
EL POBRE. ¿Y mi hijo?
EL PAPA (dando al niño el resto del pan). Tómalo.
EL NIÑO (con la boca llena). Está muy bueno.
EL PAPA. Este niño es un ángel, déjame bendecirlo.
EL POBRE. Has lo que quieras.
EL PAPA. (Vaciando una bolsa sobre el lecho). Toma; ahí tienes dinero para comprar sábanas y ropa…
EL POBRE. Y leña para calentarnos…
EL PAPA. Y para vestir a este niño y a su madre, y para que tú te vistas, hermano. Puesto que eres tan desgraciado, yo te proporcionaré trabajo. Ese frío es insoportable… Ahora hablemos de Dios.
EL POBRE. Creo en Él. (p. 47)
¡Desde el fondo de esta noche de lágrimas e infortunios, a través de la angustia y del dolor, venid a mí todos los que padecéis y agonizáis; los sentenciados, los vencidos y los mendigos; acercaos todos los miserables! (p. 49)
(Todos los miserables se apiñan a su alrededor. Llegan de todas partes).
UN CAMINANTE. ¿Qué haces, anciano?
EL PAPA. Estoy reuniendo tesoros. (p. 51)